lunes, 31 de octubre de 2011

GOBIERNO, ELECCIONES Y ECONOMÍA

León Bendesky / La Jornada
Los procesos políticos, y en algunos casos las elecciones de gobierno en diversos países, están ocurriendo en el marco de una severa crisis económica. Este escenario se advierte de modo decisivo en Europa, donde no se llega a fijar una estrategia clara y, por lo tanto, creíble de cómo enfrentar la deuda soberana, el déficit fiscal, la situación de los bancos y restablecer las condiciones del crecimiento del empleo y el producto. Algo similar ocurre en Estados Unidos en un entorno definido ya por la campaña electoral de 2012.
Un caso próximo es el de las elecciones del 20 de noviembre en España. Las encuestas marcan una clara ventaja para el Partido Popular sobre el PSOE, en un entorno en el que el desempleo ha llegado a una tasa de 21.5 por ciento, y que equivale a 5 millones de personas.
En ese país, como ha ocurrido en de modo generalizado para atemperar la crisis, se ha impuesto un fuerte ajuste del gasto público, mientras se trata de arreglar de alguna manera la condición de las instituciones y los mercados financieros, no sólo ahí sino en el conjunto de Europa.
La estrategia es muy cuestionable y los resultados que se alcanzan son pobres. El castigo del ajuste sobre la demanda del gobierno, las empresas y las familias no reconstruye las condiciones para la generación de riqueza e ingreso para la población. Igualmente, los recortes a los presupuestos para la educación, la salud y las pensiones refuerzan el costo del ajuste sobre la gente, hoy y en el futuro previsible.
La austeridad es la marca de identidad de la política pública. En medio de la crisis se debilitan aún más las bases de una recuperación sostenible, al tiempo que se refuerza la situación de desigualdad en la sociedad. Esta es una de las mayores quejas y agravios que expresan los ciudadanos.
En Gran Bretaña el ánimo del ajuste fiscal que llevó a Cameron al gobierno está en franco retroceso. En Italia no se llega a ningún acuerdo que sea aceptado por la población y, paradójicamente, tampoco por los agentes de los mercados financieros. El gobierno de Berlusconi es una verdadera parodia de funcionalidad. En Grecia se ha llevado la cuestión hasta un extremo tal que ya prácticamente no queda nada por hacer; algo similar sucede en Portugal.
Y en Estados Unidos empieza ya una reacción del gobierno de Obama que explota el descontento de la gente e intenta recomponer de algún modo las condiciones económicas provocadas en buena medida por las acciones que tomó frente a la crisis su propia administración.
El balance en muchas de estas situaciones se está colocando entre las medidas que quiere un sector para reducir significativamente el papel del Estado y otros que no saben por ahora dónde ubicarlo. Y por si había alguna duda de la necesidad del Estado en una economía capitalista, sólo hay que ver la intervención decisiva que tuvo en la crisis financiera de 2008 y contraponerla a las pautas del ajuste y sus repercusiones sociales.
El cimiento de una economía es la creación de riqueza. La configuración de tal cimiento y del diseño social que se establece sobre el mismo, como sucede con los patrones de la distribución de esa riqueza y del ingreso que se genera, es el contenido esencial de los procesos políticos. Todo esto está hoy en cuestionamiento y de ahí se derivan los conflictos que se aprecian de modo extendido en el mundo.
México no pasa ahora por una crisis como las que padeció sucesivamente, sobre todo desde 1982. Aquí se ha impuesto con éxito, luego de enormes costos productivos, financieros y sociales, un esquema de estancamiento económico, prácticamente crónico, que se defiende de modo férreo desde la Secretaría de Hacienda y el Banco de México.
La complacencia que esto provoca parece estar sustentada en que las cosas podrían ser peores, y lo que no aparece como posible desde la perspectiva oficial es que puedan ser mejores. Brasil y Chile deben parecer antipáticos en esos ambientes por ser capaces de crear una dinámica que aquí es ya cosa ficción o de la historia.
En México predomina la resignación a la dependencia cada vez más grande de lo que pase no sólo en la economía sino en el ánimo político de Estados Unidos. El dilema que esto entraña es que aun cuando aquella economía crecía las tasas altas de la tendencia de largo plazo, no alcanzaba para jalar a la actividad productiva en México más allá de un nivel raquítico y sin sustento propio. Así que lo que ofrecen los expertos y sus valedores es bastante poco como proyecto político, como visión social y como realidad económica.
En esto no ha habido diferencia alguna entre el proyecto establecido por el gobierno de Ernesto Zedillo y sus sucesores en la alternancia panista. La continuidad de la gestión de la economía ha sido completa.
Aquí también está ya abierta la temporada electoral de 2012 y el tema económico deberá ser un eje de cualquier propuesta de gobierno sensata y llamativa, que vaya más allá del apocamiento reinante y de la ausencia de un proyecto articulado de creación de riqueza y bienestar.

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