miércoles, 5 de octubre de 2011

HAY QUE ENDEUDARNOS PARA CRECER MÁS

Alejandro Villagómez / El Universal
Sí, leyeron correctamente el título y seguramente muchos ya han alzado la ceja frente a un enunciado como el que señalo, así que explico a continuación a qué me refiero. Como estoy interesado que lectores no economistas compartan esta reflexión, inicio con algunos conceptos que son conocidos para los economistas.
Primero debe quedar claro que endeudarse no es algo “malo” per se. Es un comportamiento racional e incluso “óptimo” siempre y que se respete el principio fundamental de que debo tener la capacidad de repagar esta deuda a lo largo de mi vida. Esta es mi restricción presupuestal y aplica de igual forma a un gobierno. Técnicamente se llama Restricción Presupuestal Intertemporal (RPI), y en este principio estamos de acuerdo la mayoría de los economistas.
Cuando un gobierno gasta más de lo que tiene de ingresos (fundamentalmente impuestos) se genera un déficit, que debe financiarse de alguna forma, generalmente pidiendo prestado. Esto es lo que conduce a tener deuda. Este hecho, junto con el principio anterior significa que un gobierno puede incurrir en déficit y acumular deuda durante uno o varios años, siempre y cuando garantice que en el futuro existirán superávits para repagar la deuda. Esto, de nueva cuenta, es resultado de un comportamiento óptimo. El problema surge cuando no se respeta el principio de la RPI, porque en este caso se entra en un proceso explosivo entre déficit-deuda que adquiere dinámica propia. Esto ha ocurrido a lo largo de la historia en muchos países, por ejemplo en México (1982) o la actual crisis en Grecia.
Un riesgo importante es que, como también nos muestra la historia, existe un “sesgo deficitario” en los gobiernos. Esto es, una tendencia a gastar más de lo que se tiene (por distintas razones) sin respetar la RPI, lo que necesariamente termina en una crisis. Para evitar esto, muchos gobiernos han implementado reglas fiscales que obliguen a mantener un balance presupuestal equilibrado que conduce a un déficit cero, o reglas que topan el endeudamiento. Si bien estas medidas contribuyen a ganar credibilidad en los mercados, a lograr mayor estabilidad macroeconómica y a reducir el costo de los recursos que se obtienen, también hay que reconocer que tienen un lado “negativo” en el sentido de que en muchos casos terminan haciendo que la política fiscal sea pro cíclica, y esto afecta también al crecimiento. Pareciera que este costo es una especie de “castigo” que nos autoimponemos por no habernos portado bien en el pasado. Pero no sólo es producto de nuestros modelos económicos, sino que también es producto de la incapacidad de nuestras autoridades (Ejecutivo y Legislativo) de crear las instituciones adecuadas que garanticen lo contrario.
Existen otras reglas fiscales que respetan la RPI y pueden ser contra cíclicas, como la del balance estructural, que he venido impulsando desde 2005 y que ayudarían a mejorar el comportamiento de la política fiscal durante el ciclo minimizando los efectos negativos sobre el producto y el empleo, como lo ha hecho Chile.
Regresando al tema de la deuda, sabemos que desde 2008 estamos viviendo una de las peores fases de la vida económica mundial, y que esta debilidad durará varios años. Mientras no se resuelvan muchos problemas estructurales en el mundo desarrollado, no sólo veremos un pobre crecimiento, sino que estaremos expuestos a los vaivenes de los mercados e incluso, a la amenaza de una nueva recesión. Para México el panorama no es más favorable, y debo insistir que no existe blindaje suficientemente efectivo frente a choques abruptos. Como lo señalaron hace unos días el Presidente, Hacienda y Banxico, si no se procede con reformas estructurales, no esperemos milagros. De hecho, sería un milagro ver estas reformas en lo inmediato. Pero creo que hay algunas oportunidades que pueden capitalizarse en el corto plazo, y una está relacionada con la deuda.
El gobierno ha insistido que su programa de inversión es histórico y clave para fomentar el crecimiento. En lo personal creo que no ha sido lo suficientemente agresivo considerando las enormes necesidades de infraestructura del país y su efecto en el crecimiento de largo plazo. En este momento, los recursos de largo plazo en el mercado mundial están realmente baratos. Sólo hay que ver el comportamiento de los bonos del tesoro estadounidense a 10 años para tener una idea del costo de estos recursos (claro ajustando al caso de México). ¿Acaso no sería una acción favorable recurrir a ellos vía endeudamiento para financiar infraestructura? Este no es un tema novedoso y lo hemos comentados diversos colegas, o lo han sugerido otros académicos en el extranjero como Shiller. Claro está, no es un asunto tan simple y habría que atar los recursos a proyectos específicos bien desarrollados y evaluados y cuyos flujos futuros garanticen el repago de esa deuda. Pero queda claro que un fuerte aumento en el gasto en infraestructura puede aumentar la senda de nuestro crecimiento y aumentar las tasas de crecimiento, por ejemplo, al afectar la productividad marginal del capital.
Puede argumentarse que los mercados están secos, pero creo que si se presentan proyectos sólidos y es cierto que nuestros fundamentales están sólidos como sugiere el gobierno, habría interés en el mercado. En todo caso un obstáculo importante es la incapacidad política de crear los mecanismos e instituciones que garanticen el manejo adecuado de este endeudamiento. Creo que es momento de que nuestra autoridad económica de pasos más agresivos sin que esto signifique violentar principios básicos de la teoría económica. Chile lo ha hecho y sus resultados han sido interesantes. Entre 2002 y 2010, las economías avanzadas crecieron 1.7% en promedio y las emergentes 6.5%. México creció sólo 2% en promedio (FMI), cuando deberíamos tener tasas más cercanas a las de una economía emergente. Estabilidad con mayor crecimiento no deberían ser un dilema.


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