Jorge Camil / La Jornada
Las declaraciones de Felipe Calderón a The New York Times (Times), consideradas una violación a las leyes electorales por sus comentarios sobre el PRI, tuvieron otras repercusiones importantes. El entorno en el que los tres corresponsales del Times charlaron largamente en español con el mandatario dejó ver otros temas dignos de análisis. Los periodistas concluyeron que su principal preocupación es proteger legalmente su legado; “amarrar”, en el escaso tiempo que le queda, la estrategia de su guerra contra el narco. En el crepúsculo de su administración, vieron a un Calderón que pretende despejar dudas de futuros electores, y presionar a los legisladores para que fijen en forma permanente el enfoque de los pasados cinco años.
Quiere, en forma por demás urgente, que el Congreso restructure los cuerpos policiacos, regule el marco jurídico en el que participan las fuerzas armadas en la lucha contra el crimen organizado, robustezca el Código Penal y haga más estrictas las leyes que regulan el lavado de dinero. O sea, incrementar la represión en lo que resta del sexenio, en medio de la que promete ser una violenta campaña presidencial.
Los periodistas, expertos en asuntos de México, aseguran que en este momento crítico, cuando la violencia va en aumento y los aspirantes a la presidencia cabalgan furiosamente para posicionarse, a Calderón le queda muy poco tiempo para probar que su estrategia funciona. Insistió en que el país será “eventualmente más seguro”, a pesar de los 40 mil muertos que reporta el Times, cifra probablemente sugerida por Calderón, y muy inferior a la de más de 50 mil muertos que manejan diversos medios mexicanos y expertos en seguridad nacional.
Presionado por los entrevistadores para declarar si su enfoque había hecho al país más seguro sólo pudo responder: “Lo que sí puedo asegurar es que México será más seguro, y que de no haber actuado el deterioro hubiese sido mayor”. ¿Mayor? O sea que ya se hubiera perdido la República. ¿Olvida acaso los operativos militares conjuntos para recuperar Veracruz, Guerrero y La Laguna? ¿La misteriosa base militar estratégica en Zacatecas, y otros estados, que estando ya sujetos a operativos militares especiales se han salido del control del gobierno federal?
El Times sabe de lo que habla cuando asegura que el nuevo Presidente estará sujeto a fuertes presiones de Estados Unidos, que está preocupado por la creciente violencia en la frontera, y por sus cuantiosas inversiones en “personal, equipo y tecnología”. Olvidaron mencionar a nuestros militares, a quienes Calderón está obligado a rendir buenas cuentas, y sacarlos en paz y a salvo de posibles demandas en tribunales internacionales. ¡He ahí la urgencia por darles el “marco legal” que piden desde hace meses al Congreso!
¿Será posible que después de haberlo apoyado sin reservas, y de haberlo seguido sin desmayo en esta guerra inconstitucional, Calderón, pragmático como siempre, abandone a las fuerzas armadas a su suerte? Eso pudiese provocar un rompimiento peligroso entre el poder militar, que se ha vuelto cada día más “expresivo” y exigente (para decirlo de algún modo), y el poder civil, quienquiera que sea el nuevo Presidente. No se puede ocultar que la intervención conjunta de las fuerzas armadas ha antagonizado notablemente al Ejército y la Armada (ver el artículo de Jorge Carrillo Olea en La Jornada del domingo pasado: bit.ly/rly3cw). Ni Calderón ni el Times calificaron la guerra como lo que es: una “guerra civil”, deplorada el sábado pasado en La Jornada por el sacerdote Flor María Rigoni, director de la Casa del Migrante de Tapachula, Chiapas (bit.ly/prbODd). Una guerra civil que yo también había denunciado como tal desde abril de 2010 en este mismo espacio: bit.ly/nU9aAy.
En aquel artículo calculé que los muertos del sexenio habían sido 5 mil por año. Y que probablemente terminaríamos con más de 30 mil. Me equivoqué: llevamos más de 50 mil en 2011. Recordé que los sociólogos consideran que un conflicto interno se convierte en guerra civil cuando arroja mil muertos al año. Y la nuestra, con cifras mayores, ha alcanzado a todos: soldados, marinos, policías, sicarios: ¡todos mexicanos! Y hasta civiles (según Sedena mil 326 niños y mil 80 mujeres). Niños de prepa, tildados de pandilleros en Juárez y masacrados en Durango; estudiantes de posgrado confundidos con sicarios. Amas de casa. Concluí entonces descorazonado: ¿a quién le importan el PIB y la tasa de cambio? Y concluyo ahora: ¿a quién le importan las elecciones presidenciales?
El Times informa que Calderón tiene la tasa de aprobación más baja de un presidente mexicano en esta etapa del sexenio, y que Ernesto Cordero, el delfín que promete seguir sus políticas, va detrás de todos los candidatos en las encuestas.
La promesa de que México será un país más seguro con el enfoque de Calderón –concluye el diario estadunidense– es difícil de sostener frente a una realidad que anuncia la probable pérdida de la Presidencia, y una creciente presión popular por encontrar un nuevo camino que reduzca la violencia.
Las declaraciones de Felipe Calderón a The New York Times (Times), consideradas una violación a las leyes electorales por sus comentarios sobre el PRI, tuvieron otras repercusiones importantes. El entorno en el que los tres corresponsales del Times charlaron largamente en español con el mandatario dejó ver otros temas dignos de análisis. Los periodistas concluyeron que su principal preocupación es proteger legalmente su legado; “amarrar”, en el escaso tiempo que le queda, la estrategia de su guerra contra el narco. En el crepúsculo de su administración, vieron a un Calderón que pretende despejar dudas de futuros electores, y presionar a los legisladores para que fijen en forma permanente el enfoque de los pasados cinco años.
Quiere, en forma por demás urgente, que el Congreso restructure los cuerpos policiacos, regule el marco jurídico en el que participan las fuerzas armadas en la lucha contra el crimen organizado, robustezca el Código Penal y haga más estrictas las leyes que regulan el lavado de dinero. O sea, incrementar la represión en lo que resta del sexenio, en medio de la que promete ser una violenta campaña presidencial.
Los periodistas, expertos en asuntos de México, aseguran que en este momento crítico, cuando la violencia va en aumento y los aspirantes a la presidencia cabalgan furiosamente para posicionarse, a Calderón le queda muy poco tiempo para probar que su estrategia funciona. Insistió en que el país será “eventualmente más seguro”, a pesar de los 40 mil muertos que reporta el Times, cifra probablemente sugerida por Calderón, y muy inferior a la de más de 50 mil muertos que manejan diversos medios mexicanos y expertos en seguridad nacional.
Presionado por los entrevistadores para declarar si su enfoque había hecho al país más seguro sólo pudo responder: “Lo que sí puedo asegurar es que México será más seguro, y que de no haber actuado el deterioro hubiese sido mayor”. ¿Mayor? O sea que ya se hubiera perdido la República. ¿Olvida acaso los operativos militares conjuntos para recuperar Veracruz, Guerrero y La Laguna? ¿La misteriosa base militar estratégica en Zacatecas, y otros estados, que estando ya sujetos a operativos militares especiales se han salido del control del gobierno federal?
El Times sabe de lo que habla cuando asegura que el nuevo Presidente estará sujeto a fuertes presiones de Estados Unidos, que está preocupado por la creciente violencia en la frontera, y por sus cuantiosas inversiones en “personal, equipo y tecnología”. Olvidaron mencionar a nuestros militares, a quienes Calderón está obligado a rendir buenas cuentas, y sacarlos en paz y a salvo de posibles demandas en tribunales internacionales. ¡He ahí la urgencia por darles el “marco legal” que piden desde hace meses al Congreso!
¿Será posible que después de haberlo apoyado sin reservas, y de haberlo seguido sin desmayo en esta guerra inconstitucional, Calderón, pragmático como siempre, abandone a las fuerzas armadas a su suerte? Eso pudiese provocar un rompimiento peligroso entre el poder militar, que se ha vuelto cada día más “expresivo” y exigente (para decirlo de algún modo), y el poder civil, quienquiera que sea el nuevo Presidente. No se puede ocultar que la intervención conjunta de las fuerzas armadas ha antagonizado notablemente al Ejército y la Armada (ver el artículo de Jorge Carrillo Olea en La Jornada del domingo pasado: bit.ly/rly3cw). Ni Calderón ni el Times calificaron la guerra como lo que es: una “guerra civil”, deplorada el sábado pasado en La Jornada por el sacerdote Flor María Rigoni, director de la Casa del Migrante de Tapachula, Chiapas (bit.ly/prbODd). Una guerra civil que yo también había denunciado como tal desde abril de 2010 en este mismo espacio: bit.ly/nU9aAy.
En aquel artículo calculé que los muertos del sexenio habían sido 5 mil por año. Y que probablemente terminaríamos con más de 30 mil. Me equivoqué: llevamos más de 50 mil en 2011. Recordé que los sociólogos consideran que un conflicto interno se convierte en guerra civil cuando arroja mil muertos al año. Y la nuestra, con cifras mayores, ha alcanzado a todos: soldados, marinos, policías, sicarios: ¡todos mexicanos! Y hasta civiles (según Sedena mil 326 niños y mil 80 mujeres). Niños de prepa, tildados de pandilleros en Juárez y masacrados en Durango; estudiantes de posgrado confundidos con sicarios. Amas de casa. Concluí entonces descorazonado: ¿a quién le importan el PIB y la tasa de cambio? Y concluyo ahora: ¿a quién le importan las elecciones presidenciales?
El Times informa que Calderón tiene la tasa de aprobación más baja de un presidente mexicano en esta etapa del sexenio, y que Ernesto Cordero, el delfín que promete seguir sus políticas, va detrás de todos los candidatos en las encuestas.
La promesa de que México será un país más seguro con el enfoque de Calderón –concluye el diario estadunidense– es difícil de sostener frente a una realidad que anuncia la probable pérdida de la Presidencia, y una creciente presión popular por encontrar un nuevo camino que reduzca la violencia.
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