La soga es corta y en Atenas hay poco o ningún margen de acción
SANTIAGO CARBÓ / EL PAÍS
Ya son muchos meses jugando con fuego y, finalmente, Europa tiene el fantasma del default griego ante sus narices. La falta de decisión política e institucional procede, en gran parte, del desequilibrio entre las dos principales elementos que compondrían un acuerdo estable de resolución: la existencia de garantías y soporte institucional que proteja la deuda europea de ataques especulativos, por un lado, y, por otro, un compromiso firme y creíble de austeridad fiscal, en particular de los países cuya deuda está más amenazada. Dependiendo del énfasis que se le está dando a uno de estos dos elementos en detrimento del otro, han aparecido dos bloques en la eurozona que chocan entre sí -las dos dimisiones del BCE de este año parecen reafirmarlo-, y es necesario que aproximen posturas y pronto. Lo que está en discusión es con qué garantías cuenta la deuda europea y cómo puede reforzarse ese soporte para ahuyentar a los especuladores.
¿Quién cierra el círculo vicioso de las demandas de los dos lados del ansiado gran acuerdo europeo? Conviene reconocer que ese contrato que los países europeos tratan de negociar no se consigue materializar, en buena medida, porque el compromiso al otro lado de las garantías es débil. Ese otro lado debe mostrar claramente su responsabilidad fiscal que, en el momento en el que estamos, pasa ineludiblemente por una cesión de soberanía o una aceptación de límites y reglas estrictas para la estabilidad presupuestaria. El problema es que el compromiso de ese lado no está resultando creíble simplemente porque ya, a corto plazo, no se está cumpliendo, principalmente en Grecia. Tal vez también, cierto es, porque la soga es corta y en Atenas hay poco o ningún margen de acción, algo sobre lo que también cabe reflexionar.
Europa es la gran empresa en la que los tenedores de bonos de sus países miembros no tienen lógicamente derechos políticos. Pero si el bono pierde su esencia, su seguridad, se ha de procurar algún tipo de "convertibilidad", de modo que los tenedores exijan que la empresa amenazada que es hoy el proyecto del euro funcione bajo reglas fiscales más homogéneas y estrictas. Estamos ante una ordenación de prioridades excepcional que requiere medidas excepcionales para pasar a un orden de intereses distinto y ahí es donde la mayoría de los países chocan con la cesión de soberanía. Hay que evitar el unilateralismo como el que apuntaba el rumor de que Alemania tenía un plan para recapitalizar sus bancos ante el default griego. No todo es criticable en ese lado ya que, por ejemplo, la Constitución alemana contempla la posibilidad de ceder soberanía a Bruselas, que ha sido ratificada en la esperada decisión del Tribunal de Karlsruhe. Contrasta, por ejemplo, con el fuerte debate que ha habido en España con la reciente reforma constitucional para la estabilidad presupuestaria.
La cesión de soberanía es aceptar realmente que queremos más Europa. El objetivo es contar con un compromiso fiscal tal que la amenaza de rescates de países europeos se vea como lejano y muy improbable y que a la vez permita un calendario de ajustes más realista y compatible con un soporte social y un apoyo esencial al crecimiento y la recuperación. Es fundamental dar pasos determinantes en esta dirección de inmediato. Más vale actuar y equivocarse que quedarnos quietos esperando el desastre.
Santiago Carbó, es Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada.
SANTIAGO CARBÓ / EL PAÍS
Ya son muchos meses jugando con fuego y, finalmente, Europa tiene el fantasma del default griego ante sus narices. La falta de decisión política e institucional procede, en gran parte, del desequilibrio entre las dos principales elementos que compondrían un acuerdo estable de resolución: la existencia de garantías y soporte institucional que proteja la deuda europea de ataques especulativos, por un lado, y, por otro, un compromiso firme y creíble de austeridad fiscal, en particular de los países cuya deuda está más amenazada. Dependiendo del énfasis que se le está dando a uno de estos dos elementos en detrimento del otro, han aparecido dos bloques en la eurozona que chocan entre sí -las dos dimisiones del BCE de este año parecen reafirmarlo-, y es necesario que aproximen posturas y pronto. Lo que está en discusión es con qué garantías cuenta la deuda europea y cómo puede reforzarse ese soporte para ahuyentar a los especuladores.
¿Quién cierra el círculo vicioso de las demandas de los dos lados del ansiado gran acuerdo europeo? Conviene reconocer que ese contrato que los países europeos tratan de negociar no se consigue materializar, en buena medida, porque el compromiso al otro lado de las garantías es débil. Ese otro lado debe mostrar claramente su responsabilidad fiscal que, en el momento en el que estamos, pasa ineludiblemente por una cesión de soberanía o una aceptación de límites y reglas estrictas para la estabilidad presupuestaria. El problema es que el compromiso de ese lado no está resultando creíble simplemente porque ya, a corto plazo, no se está cumpliendo, principalmente en Grecia. Tal vez también, cierto es, porque la soga es corta y en Atenas hay poco o ningún margen de acción, algo sobre lo que también cabe reflexionar.
Europa es la gran empresa en la que los tenedores de bonos de sus países miembros no tienen lógicamente derechos políticos. Pero si el bono pierde su esencia, su seguridad, se ha de procurar algún tipo de "convertibilidad", de modo que los tenedores exijan que la empresa amenazada que es hoy el proyecto del euro funcione bajo reglas fiscales más homogéneas y estrictas. Estamos ante una ordenación de prioridades excepcional que requiere medidas excepcionales para pasar a un orden de intereses distinto y ahí es donde la mayoría de los países chocan con la cesión de soberanía. Hay que evitar el unilateralismo como el que apuntaba el rumor de que Alemania tenía un plan para recapitalizar sus bancos ante el default griego. No todo es criticable en ese lado ya que, por ejemplo, la Constitución alemana contempla la posibilidad de ceder soberanía a Bruselas, que ha sido ratificada en la esperada decisión del Tribunal de Karlsruhe. Contrasta, por ejemplo, con el fuerte debate que ha habido en España con la reciente reforma constitucional para la estabilidad presupuestaria.
La cesión de soberanía es aceptar realmente que queremos más Europa. El objetivo es contar con un compromiso fiscal tal que la amenaza de rescates de países europeos se vea como lejano y muy improbable y que a la vez permita un calendario de ajustes más realista y compatible con un soporte social y un apoyo esencial al crecimiento y la recuperación. Es fundamental dar pasos determinantes en esta dirección de inmediato. Más vale actuar y equivocarse que quedarnos quietos esperando el desastre.
Santiago Carbó, es Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada.
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