Alberto Aziz Nassif / El Universal
Después de cuatro años y medio de gobierno, el clima político anuncia el final del sexenio. Los partidos políticos y sus precandidatos planifican sus estrategias para llegar al 2012 en las mejores condiciones. Las televisoras hicieron sus apuestas desde hace varios años, y hoy se apresuran a recoger la siembra. Sin duda, el gobierno trata de armar sus mejores caras para el final, pero la máscara de fracaso es inocultable. La detención de Jorge Hank Rhon es el silbatazo de que la batalla ha empezado. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie mantenemos nuestras preocupaciones e incertidumbres sobre un futuro extraño del que sólo conocemos algunas tendencias desconcertantes.
Veamos algunas de las percepciones que nos presenta la encuesta Mitofsky de mayo. Cada trimestre se hace la evaluación del gobierno federal, lo cual permite un seguimiento puntual. En esta ocasión se tienen los resultados de los 18 trimestres transcurridos. Sólo faltan seis trimestres para concluir el sexenio. Los datos nos muestran un nudo de problemas complejos que nutren la percepción ciudadana.
En general, los números y porcentajes son negativos: la inseguridad se percibe como el principal problema, seguido de los problemas económicos. La serie sobre la percepción de la situación económica y las expectativas muestran un panorama muy negro: un 82% considera mala la situación económica, y un 73% tiene expectativas de que el país va peor que antes. Para completar el cuadro hay dos datos muy importantes: 6 de cada 10 personas (62%) consideran que el rumbo del país es equivocado, y un poco más, 66%, es decir, dos de cada tres personas, ven que el gobierno no tiene el control del país y que las cosas están fuera de control.
Algunas razones que están detrás de este panorama negativo son dos ubicaciones que nos explican por qué se llegó a este punto: la primera es el reacomodo político que se da cuando se acerca el fin del sexenio; los priístas han empezado un distanciamiento irreversible, ya que en noviembre de 2010 había un desacuerdo con el gobierno de 44.4%, y ahora, tres meses después, sube a 54.6%. Con el caso Hank Rhon, seguramente crecerá la distancia. El otro factor de desacuerdo es geográfico y obedece, entre otras razones, a la gravísima situación que ha dejado el crimen organizado en el Norte del país, una región que había estado mayoritariamente de acuerdo con el gobierno de Felipe Calderón. Así, el desacuerdo norteño en noviembre de 2010 era de sólo 31%, y ahora sube a 46%. El tercer ingrediente, además del factor regional y el que expresa la tensa relación entre el gobierno panista y el PRI, se refiere al llamado grupo de los independientes. Ése importante sector que se mueve por fuera de la lógica partidista también ha empezado a irse hacia el desacuerdo con el gobierno de forma mayoritaria; pasó de 47.5% en noviembre pasado a un 53.6% en mayo.
Estos indicadores nos ubican en una lógica de final de sexenio. Lo más probable es que en los próximos meses estas perspectivas se vayan profundizando. Sería muy difícil ver un cambio de rumbo en las principales directrices y políticas de este gobierno hacia el final, más bien lo que todos los días se observa es una ratificación de la estrategia de seguridad que se defiende como si fuera la mejor ruta. En términos económicos, todos los datos apuntan hacia más precariedad laboral, a pesar de los anuncios de que el empleo formal crece; el repunte del crecimiento económico de este año no termina de compensar lo perdido con la crisis, por lo que el “estancamiento estabilizador” seguirá dominando la política económica.
En México ya tenemos mucha experiencia en finales de sexenio complicados; sólo hay que recordar el año de 1994, cuando se rompieron varios referentes importantes de la estabilidad política (asesinatos políticos, levantamiento armado, crisis económica). En el 2006, el conflicto fue por una rivalidad entre izquierda y derecha; se polarizó el voto y la diferencia fue mínima: un 0.56%, un resultado polémico al que se sumaron múltiples abusos de actores que lastimaron la democracia.
Ahora se aproxima otra sucesión, y los términos de referencia —que ya se anuncian— no presagian un recambio tranquilo. Los peligros que representa el crimen organizado debilitan el proceso. El uso político de los expedientes judiciales, que ya empezaron a usarse, pueden reactivar una polarización. Así se anuncia el fin de sexenio: con fosas que destapan a los miles de muertos anónimos, con corrupción institucional, con una irresponsable actitud para debilitar al árbitro electoral, y con un gobierno que cada día tiene menos apoyo y credibilidad. Los olores pestilentes del final del sexenio, cuando todavía falta un año y medio, generan un panorama preocupante.
Después de cuatro años y medio de gobierno, el clima político anuncia el final del sexenio. Los partidos políticos y sus precandidatos planifican sus estrategias para llegar al 2012 en las mejores condiciones. Las televisoras hicieron sus apuestas desde hace varios años, y hoy se apresuran a recoger la siembra. Sin duda, el gobierno trata de armar sus mejores caras para el final, pero la máscara de fracaso es inocultable. La detención de Jorge Hank Rhon es el silbatazo de que la batalla ha empezado. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie mantenemos nuestras preocupaciones e incertidumbres sobre un futuro extraño del que sólo conocemos algunas tendencias desconcertantes.
Veamos algunas de las percepciones que nos presenta la encuesta Mitofsky de mayo. Cada trimestre se hace la evaluación del gobierno federal, lo cual permite un seguimiento puntual. En esta ocasión se tienen los resultados de los 18 trimestres transcurridos. Sólo faltan seis trimestres para concluir el sexenio. Los datos nos muestran un nudo de problemas complejos que nutren la percepción ciudadana.
En general, los números y porcentajes son negativos: la inseguridad se percibe como el principal problema, seguido de los problemas económicos. La serie sobre la percepción de la situación económica y las expectativas muestran un panorama muy negro: un 82% considera mala la situación económica, y un 73% tiene expectativas de que el país va peor que antes. Para completar el cuadro hay dos datos muy importantes: 6 de cada 10 personas (62%) consideran que el rumbo del país es equivocado, y un poco más, 66%, es decir, dos de cada tres personas, ven que el gobierno no tiene el control del país y que las cosas están fuera de control.
Algunas razones que están detrás de este panorama negativo son dos ubicaciones que nos explican por qué se llegó a este punto: la primera es el reacomodo político que se da cuando se acerca el fin del sexenio; los priístas han empezado un distanciamiento irreversible, ya que en noviembre de 2010 había un desacuerdo con el gobierno de 44.4%, y ahora, tres meses después, sube a 54.6%. Con el caso Hank Rhon, seguramente crecerá la distancia. El otro factor de desacuerdo es geográfico y obedece, entre otras razones, a la gravísima situación que ha dejado el crimen organizado en el Norte del país, una región que había estado mayoritariamente de acuerdo con el gobierno de Felipe Calderón. Así, el desacuerdo norteño en noviembre de 2010 era de sólo 31%, y ahora sube a 46%. El tercer ingrediente, además del factor regional y el que expresa la tensa relación entre el gobierno panista y el PRI, se refiere al llamado grupo de los independientes. Ése importante sector que se mueve por fuera de la lógica partidista también ha empezado a irse hacia el desacuerdo con el gobierno de forma mayoritaria; pasó de 47.5% en noviembre pasado a un 53.6% en mayo.
Estos indicadores nos ubican en una lógica de final de sexenio. Lo más probable es que en los próximos meses estas perspectivas se vayan profundizando. Sería muy difícil ver un cambio de rumbo en las principales directrices y políticas de este gobierno hacia el final, más bien lo que todos los días se observa es una ratificación de la estrategia de seguridad que se defiende como si fuera la mejor ruta. En términos económicos, todos los datos apuntan hacia más precariedad laboral, a pesar de los anuncios de que el empleo formal crece; el repunte del crecimiento económico de este año no termina de compensar lo perdido con la crisis, por lo que el “estancamiento estabilizador” seguirá dominando la política económica.
En México ya tenemos mucha experiencia en finales de sexenio complicados; sólo hay que recordar el año de 1994, cuando se rompieron varios referentes importantes de la estabilidad política (asesinatos políticos, levantamiento armado, crisis económica). En el 2006, el conflicto fue por una rivalidad entre izquierda y derecha; se polarizó el voto y la diferencia fue mínima: un 0.56%, un resultado polémico al que se sumaron múltiples abusos de actores que lastimaron la democracia.
Ahora se aproxima otra sucesión, y los términos de referencia —que ya se anuncian— no presagian un recambio tranquilo. Los peligros que representa el crimen organizado debilitan el proceso. El uso político de los expedientes judiciales, que ya empezaron a usarse, pueden reactivar una polarización. Así se anuncia el fin de sexenio: con fosas que destapan a los miles de muertos anónimos, con corrupción institucional, con una irresponsable actitud para debilitar al árbitro electoral, y con un gobierno que cada día tiene menos apoyo y credibilidad. Los olores pestilentes del final del sexenio, cuando todavía falta un año y medio, generan un panorama preocupante.
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