Europa aplica, con 20 años de retraso, las políticas que fracasaron en América Latina
JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
La prima de riesgo de España cerró el viernes en 285 puntos, un nivel superior al alcanzado por nuestro país en noviembre, cuando Irlanda ingresó en la unidad de vigilancia intensiva (UVI) de los países europeos intervenidos por el FMI. Semejante problema padecen los tres países integrantes de esa UVI (Grecia, Irlanda y Portugal) y, en distinto grado, los de una nueva terna en formación, que bracean denodadamente para no formar parte del protectorado del Fondo: Italia, Bélgica y España.
Mientras los mercados descuentan la reestructuración -suave o fuerte- de la deuda griega, Europa gana tiempo por horas, sin tomar las decisiones políticas imprescindibles para salir de la espiral de la agonía. Recordaba Garton Ash que la UE siempre ha perseguido los fines políticos mediante herramientas económicas y que, paradójicamente, para salvar ahora una unión monetaria mal diseñada y de la que se exige más de lo que puede, se necesita un compromiso político excepcional. El elemento político debe acudir al rescate económico si se quiere sobrevivir como eurozona.
Cuando se menciona la suspensión de pagos de un país, los ciudadanos recuerdan la experiencia de América Latina (AL), que en los ochenta tuvo su década perdida y que hoy, sin embargo, lidera la recuperación del planeta. Esa década comenzó con la quiebra de México que contagió, en una reacción en cadena, a muchos otros países de la zona y luego, de fuera de la región. También desde AL se observa a Europa, sorprendidos de que, por arrogancia o por ideología, no haya aprendido nada de aquella experiencia:
1. Tres décadas después de la década perdida, Europa sostiene con rigor extremo los principios fundamentales del Consenso de Washington, sobre todo la obtención de la estabilidad presupuestaria a cortísimo plazo, olvidándose del crecimiento económico. No se aplica la principal lección de la época: la compatibilización de la consolidación fiscal con la inversión, el gasto y el empleo, y con las reformas de segunda generación (mayor igualdad en la renta y la riqueza mediante la imposición fiscal, equilibrio entre el Estado y el mercado, evitar el dumping social, etcétera).
2. Los caminos para la reestructuración de la deuda soberana no están por construir, sino que se conocen. Ocho siglos de necedad financiera nos contemplan (Reinhart y Rogoff). La discusión sobre qué tipo de reestructuración de la deuda se requiere, qué porcentaje de quita y quiénes han de participar en la misma formaron parte del plan Baker (1985) -fallido- y del plan Brady (1989) -exitoso- con los que AL recuperó la normalidad, con costes y sacrificios compartidos por los Estados deudores, los bancos acreedores y los ciudadanos.
3. La emergencia de un nuevo poder fáctico, los mercados, se ha multiplicado exponencialmente en los sondeos europeos. Ello ya era así desde hace décadas en AL, más acostumbrados sus ciudadanos y políticos a ver la sombra interventora del FMI en cualquier decisión económica. Como consecuencia de la impotencia política frente a este poder fáctico económico, en casi todos los procesos electorales europeos se abren paso los populismos y las posiciones de extrema derecha, que afectan a la calidad de la democracia. El tradicional consenso entre socialdemócratas y democristianos, que construyó Europa, hace aguas.
En AL, la crisis económica no ha lesionado el apoyo popular a la democracia ni ha promovido la emergencia de regímenes políticos autoritarios. Según explica el profesor argentino José Luis Machinea (La crisis económica en América Latina. Fundación Carolina y editorial Siglo XXI), la mayoría de los países de la región ha convergido en ofrecer menús de respuesta a la crisis compuestos "por políticas económicas semiheterodoxas a semiestatistas, y políticas sociales entre tecnocráticas y semidistributivas". La satisfacción de los ciudadanos con el régimen democrático creció en la mayoría de países que practicaron esos menús de respuesta a una crisis que ha sido menos profunda y larga que en otros lugares del planeta. El tono vital del Eurobarómetro y del Latinobarómetro reflejan la distancia entre europeos y latinoamericanos: mientras los primeros contestan mayoritariamente que sus hijos vivirán (viven ya) peor que ellos, en AL es mayoritaria la esperanza de que los hijos de quienes responden vivirán mejor que sus progenitores.
¿Dónde anidan hoy el espíritu y la letra de la década perdida?
JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
La prima de riesgo de España cerró el viernes en 285 puntos, un nivel superior al alcanzado por nuestro país en noviembre, cuando Irlanda ingresó en la unidad de vigilancia intensiva (UVI) de los países europeos intervenidos por el FMI. Semejante problema padecen los tres países integrantes de esa UVI (Grecia, Irlanda y Portugal) y, en distinto grado, los de una nueva terna en formación, que bracean denodadamente para no formar parte del protectorado del Fondo: Italia, Bélgica y España.
Mientras los mercados descuentan la reestructuración -suave o fuerte- de la deuda griega, Europa gana tiempo por horas, sin tomar las decisiones políticas imprescindibles para salir de la espiral de la agonía. Recordaba Garton Ash que la UE siempre ha perseguido los fines políticos mediante herramientas económicas y que, paradójicamente, para salvar ahora una unión monetaria mal diseñada y de la que se exige más de lo que puede, se necesita un compromiso político excepcional. El elemento político debe acudir al rescate económico si se quiere sobrevivir como eurozona.
Cuando se menciona la suspensión de pagos de un país, los ciudadanos recuerdan la experiencia de América Latina (AL), que en los ochenta tuvo su década perdida y que hoy, sin embargo, lidera la recuperación del planeta. Esa década comenzó con la quiebra de México que contagió, en una reacción en cadena, a muchos otros países de la zona y luego, de fuera de la región. También desde AL se observa a Europa, sorprendidos de que, por arrogancia o por ideología, no haya aprendido nada de aquella experiencia:
1. Tres décadas después de la década perdida, Europa sostiene con rigor extremo los principios fundamentales del Consenso de Washington, sobre todo la obtención de la estabilidad presupuestaria a cortísimo plazo, olvidándose del crecimiento económico. No se aplica la principal lección de la época: la compatibilización de la consolidación fiscal con la inversión, el gasto y el empleo, y con las reformas de segunda generación (mayor igualdad en la renta y la riqueza mediante la imposición fiscal, equilibrio entre el Estado y el mercado, evitar el dumping social, etcétera).
2. Los caminos para la reestructuración de la deuda soberana no están por construir, sino que se conocen. Ocho siglos de necedad financiera nos contemplan (Reinhart y Rogoff). La discusión sobre qué tipo de reestructuración de la deuda se requiere, qué porcentaje de quita y quiénes han de participar en la misma formaron parte del plan Baker (1985) -fallido- y del plan Brady (1989) -exitoso- con los que AL recuperó la normalidad, con costes y sacrificios compartidos por los Estados deudores, los bancos acreedores y los ciudadanos.
3. La emergencia de un nuevo poder fáctico, los mercados, se ha multiplicado exponencialmente en los sondeos europeos. Ello ya era así desde hace décadas en AL, más acostumbrados sus ciudadanos y políticos a ver la sombra interventora del FMI en cualquier decisión económica. Como consecuencia de la impotencia política frente a este poder fáctico económico, en casi todos los procesos electorales europeos se abren paso los populismos y las posiciones de extrema derecha, que afectan a la calidad de la democracia. El tradicional consenso entre socialdemócratas y democristianos, que construyó Europa, hace aguas.
En AL, la crisis económica no ha lesionado el apoyo popular a la democracia ni ha promovido la emergencia de regímenes políticos autoritarios. Según explica el profesor argentino José Luis Machinea (La crisis económica en América Latina. Fundación Carolina y editorial Siglo XXI), la mayoría de los países de la región ha convergido en ofrecer menús de respuesta a la crisis compuestos "por políticas económicas semiheterodoxas a semiestatistas, y políticas sociales entre tecnocráticas y semidistributivas". La satisfacción de los ciudadanos con el régimen democrático creció en la mayoría de países que practicaron esos menús de respuesta a una crisis que ha sido menos profunda y larga que en otros lugares del planeta. El tono vital del Eurobarómetro y del Latinobarómetro reflejan la distancia entre europeos y latinoamericanos: mientras los primeros contestan mayoritariamente que sus hijos vivirán (viven ya) peor que ellos, en AL es mayoritaria la esperanza de que los hijos de quienes responden vivirán mejor que sus progenitores.
¿Dónde anidan hoy el espíritu y la letra de la década perdida?
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