Jesús Alberto Cano Vélez (*) / Excelsior
Toda la primera década del Siglo XXI fue mala para los trabajadores mexicanos, les llovió feo y por todos lados. No solo tuvieron los trabajadores que enfrentar la constante amenaza del desempleo, consecuencia de una economía anémica; sino que la mayoría de los nuevos entrantes al mercado laboral tuvieron que aceptar quedar excluidos de la protección social.
Tan importantes que habían sido los avances históricos logrados con los institutos de seguridad social, para que la ausencia de políticas públicas del Gobierno Federal --congruente con su nueva visión de la economía-- erosionara ahora las conquistas sociales.
Operaron los seguros médicos y de seguridad social de los dos grandes institutos a nivel nacional: el IMSS, para los trabajadores de las empresas del sector privado y sus familias y el ISSSTE para los burócratas federales y sus familias. Adicionalmente, se condujeron los institutos respectivos de cada Estado, que le cumplieron a las burocracias locales; y también actuaron los seguros médicos y de jubilación de las grandes entidades públicas, como PEMEX y otras.
Pero por la falta de aplicación de políticas públicas, particularmente anti-cíclicas en materia económica, las cosas se empezaron a deteriorar en ese mercado tan importante para las familias mexicanas.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de cada 100 mexicanos que se sumaban anualmente a la población en edad de trabajar, sólo 26 encontraron empleo formal que cumplía con las normas laborales en cuanto a salario mínimo, protección para la salud, y regímenes sociales de jubilación y desempleo.
Así, de 2001 a 2010, se incorporaron a la población económica activa (PEA) 950,000 habitantes al año, mientras que los trabajadores que se registraban en el Instituto Mexicano del Seguro Social no pasaban de 220,000 al año como promedio.
Esas cifras desvelan dos cosas muy serias. La primera es que la economía no ha estado generando el millón de empleos anuales que durante las épocas del crecimiento económico de tasas del 6% y 7% habían logrado atender alrededor del 92% del incremento anual de la población económicamente activa. En toda la primera década del siglo, se crearon solamente un poco más de 2 millones 200 mil empleos, o sea un déficit de alrededor de casi 7 millones 300, atribuible a una economía débil y a un gobierno sin la convicción de estimular la economía para mejorar los resultados.
El segundo aspecto que desvelan esas cifras es que el mercado formal, que es el que provee seguridad social y demás beneficios a sus trabajadores, va perdiendo penetración entre los nuevos entrantes de la clase trabajadora; propiciando que una parte preponderante de los entrantes al mercado laboral se integren al mercado informal, que ofrece menores ingresos y sin protección social.
Por otra parte, el género femenino fue el más afectado, proporcionalmente, en esa década. De manera que el desempleo afectó a 5.2% de la PEA femenina durante ese período, mientras que el desempleo masculino fue de 5.04%.
Luego, se proyecta que en el segundo semestre de 2011, la economía mexicana estará perdiendo dinamismo. Para el mercado laboral se estima la generación de entre 500 a 600 mil empleos formales en el año; menos que los 800 mil proyectados por la Secretaría del Trabajo para este año.
Además, en fechas muy recientes se percibió un giro hacia abajo en la economía; abril fue el mes determinante. De manera que si bien merece un seguimiento muy atento y cuidadoso por lo que le pueda suceder en la economía y en el empleo, esperemos que no se haya decantado una nueva tendencia recesiva, sino que haya sido un resultado atribuible a un solo mes.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas
Toda la primera década del Siglo XXI fue mala para los trabajadores mexicanos, les llovió feo y por todos lados. No solo tuvieron los trabajadores que enfrentar la constante amenaza del desempleo, consecuencia de una economía anémica; sino que la mayoría de los nuevos entrantes al mercado laboral tuvieron que aceptar quedar excluidos de la protección social.
Tan importantes que habían sido los avances históricos logrados con los institutos de seguridad social, para que la ausencia de políticas públicas del Gobierno Federal --congruente con su nueva visión de la economía-- erosionara ahora las conquistas sociales.
Operaron los seguros médicos y de seguridad social de los dos grandes institutos a nivel nacional: el IMSS, para los trabajadores de las empresas del sector privado y sus familias y el ISSSTE para los burócratas federales y sus familias. Adicionalmente, se condujeron los institutos respectivos de cada Estado, que le cumplieron a las burocracias locales; y también actuaron los seguros médicos y de jubilación de las grandes entidades públicas, como PEMEX y otras.
Pero por la falta de aplicación de políticas públicas, particularmente anti-cíclicas en materia económica, las cosas se empezaron a deteriorar en ese mercado tan importante para las familias mexicanas.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de cada 100 mexicanos que se sumaban anualmente a la población en edad de trabajar, sólo 26 encontraron empleo formal que cumplía con las normas laborales en cuanto a salario mínimo, protección para la salud, y regímenes sociales de jubilación y desempleo.
Así, de 2001 a 2010, se incorporaron a la población económica activa (PEA) 950,000 habitantes al año, mientras que los trabajadores que se registraban en el Instituto Mexicano del Seguro Social no pasaban de 220,000 al año como promedio.
Esas cifras desvelan dos cosas muy serias. La primera es que la economía no ha estado generando el millón de empleos anuales que durante las épocas del crecimiento económico de tasas del 6% y 7% habían logrado atender alrededor del 92% del incremento anual de la población económicamente activa. En toda la primera década del siglo, se crearon solamente un poco más de 2 millones 200 mil empleos, o sea un déficit de alrededor de casi 7 millones 300, atribuible a una economía débil y a un gobierno sin la convicción de estimular la economía para mejorar los resultados.
El segundo aspecto que desvelan esas cifras es que el mercado formal, que es el que provee seguridad social y demás beneficios a sus trabajadores, va perdiendo penetración entre los nuevos entrantes de la clase trabajadora; propiciando que una parte preponderante de los entrantes al mercado laboral se integren al mercado informal, que ofrece menores ingresos y sin protección social.
Por otra parte, el género femenino fue el más afectado, proporcionalmente, en esa década. De manera que el desempleo afectó a 5.2% de la PEA femenina durante ese período, mientras que el desempleo masculino fue de 5.04%.
Luego, se proyecta que en el segundo semestre de 2011, la economía mexicana estará perdiendo dinamismo. Para el mercado laboral se estima la generación de entre 500 a 600 mil empleos formales en el año; menos que los 800 mil proyectados por la Secretaría del Trabajo para este año.
Además, en fechas muy recientes se percibió un giro hacia abajo en la economía; abril fue el mes determinante. De manera que si bien merece un seguimiento muy atento y cuidadoso por lo que le pueda suceder en la economía y en el empleo, esperemos que no se haya decantado una nueva tendencia recesiva, sino que haya sido un resultado atribuible a un solo mes.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas
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