ANDREU MISSÉ / EL PAÍS
Aunque la búsqueda de soluciones a la crisis griega parece un debate interno europeo, especialmente entre Alemania y el Banco Central Europeo (BCE), la realidad es que quién está marcando la agenda de la gestión del conflicto y las recetas es el Fondo Monetario Internacional (FMI). Fue la canciller Ángela Merkel quien renunció a crear un Sistema Monetario Europeo (SME) en la primavera de 2010, cediendo así la administración del problema griego al expertice de los economistas de la institución de Washington.
La segunda crisis de Grecia que vivimos ahora, centrada en si los bancos deben asumir parte de las pérdidas, se desató el pasado abril cuando el FMI empezó a barajar la idea de no proporcionar su parte de 3.300 millones, de los 12.000 millones que constituyen el quinto tramo del paquete global de ayuda de 110.000 millones prometidos a Grecia por el Fondo y la zona euro excepto Eslovaquia.
Timothy Geithner, secretario del Tesoro de EE UU, el mayor contribuyente del Fondo, advirtió a las autoridades europeas de las dificultades del FMI para efectuar los pagos comprometidos. El FMI se limitaba a aplicar sus estrictas reglas que estipulan que no puede desembolsar fondos si no tiene la certeza de que el país receptor podrá atender sus compromisos de pago durante los próximos 12 meses. Y esto llevó al debate actual.
Por una parte, Alemania y sus contribuyentes rechazan poner más dinero si los bancos no pechaban con algún sacrificio y, por otra, el BCE, sabedor de la fragilidad de las entidades se opone a cualquier compromiso que pudiera debilitarlas más y generar un segundo Lehman Brothers. Ambas posturas tenían su lógica sobre todo dentro de la cultura del FMI. El compromiso de la contribución voluntaria de los bancos está pendiente de los detalles.
Son legión los economistas que sostienen que Grecia no podrá salir nunca del hoyo sin la solidaridad europea. Grecia precisa que la liberen de parte de la mochila de 320.000 millones. Charles W. Calomiris, de la Universidad de Columbia, explicaba reciente en el Instituto Universitario de Florencia que "es difícil que sin una transferencia (no préstamos) de unos 200.000 millones, Grecia pueda evitar la suspensión de pagos y salir del euro".
Pero la UE renunció a encontrar una respuesta solidaria europea y asumió las recetas del FMI basadas en ajustes y recortes sin fin que agravado la recesión. El SME, promovido por los economistas Daniel Gros y Thomas Mayer o los eurobonos suscitados por Bruegel y respaldados por Juncker, Tremonti, Verhofstadt y Rasmussen entre hubieran permitido una respuesta política propiamente europea. Al fin y al cabo la fuerza del euro es su profunda voluntad política, más fuerte que la simple regla del cálculo financiero, que por otra parte no ha funcionado.
Aunque la búsqueda de soluciones a la crisis griega parece un debate interno europeo, especialmente entre Alemania y el Banco Central Europeo (BCE), la realidad es que quién está marcando la agenda de la gestión del conflicto y las recetas es el Fondo Monetario Internacional (FMI). Fue la canciller Ángela Merkel quien renunció a crear un Sistema Monetario Europeo (SME) en la primavera de 2010, cediendo así la administración del problema griego al expertice de los economistas de la institución de Washington.
La segunda crisis de Grecia que vivimos ahora, centrada en si los bancos deben asumir parte de las pérdidas, se desató el pasado abril cuando el FMI empezó a barajar la idea de no proporcionar su parte de 3.300 millones, de los 12.000 millones que constituyen el quinto tramo del paquete global de ayuda de 110.000 millones prometidos a Grecia por el Fondo y la zona euro excepto Eslovaquia.
Timothy Geithner, secretario del Tesoro de EE UU, el mayor contribuyente del Fondo, advirtió a las autoridades europeas de las dificultades del FMI para efectuar los pagos comprometidos. El FMI se limitaba a aplicar sus estrictas reglas que estipulan que no puede desembolsar fondos si no tiene la certeza de que el país receptor podrá atender sus compromisos de pago durante los próximos 12 meses. Y esto llevó al debate actual.
Por una parte, Alemania y sus contribuyentes rechazan poner más dinero si los bancos no pechaban con algún sacrificio y, por otra, el BCE, sabedor de la fragilidad de las entidades se opone a cualquier compromiso que pudiera debilitarlas más y generar un segundo Lehman Brothers. Ambas posturas tenían su lógica sobre todo dentro de la cultura del FMI. El compromiso de la contribución voluntaria de los bancos está pendiente de los detalles.
Son legión los economistas que sostienen que Grecia no podrá salir nunca del hoyo sin la solidaridad europea. Grecia precisa que la liberen de parte de la mochila de 320.000 millones. Charles W. Calomiris, de la Universidad de Columbia, explicaba reciente en el Instituto Universitario de Florencia que "es difícil que sin una transferencia (no préstamos) de unos 200.000 millones, Grecia pueda evitar la suspensión de pagos y salir del euro".
Pero la UE renunció a encontrar una respuesta solidaria europea y asumió las recetas del FMI basadas en ajustes y recortes sin fin que agravado la recesión. El SME, promovido por los economistas Daniel Gros y Thomas Mayer o los eurobonos suscitados por Bruegel y respaldados por Juncker, Tremonti, Verhofstadt y Rasmussen entre hubieran permitido una respuesta política propiamente europea. Al fin y al cabo la fuerza del euro es su profunda voluntad política, más fuerte que la simple regla del cálculo financiero, que por otra parte no ha funcionado.
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