lunes, 27 de junio de 2011

RUINA POLÍTICA

León Bendesky / La Jornada
La crisis financiera centrada hoy en Europa sigue ahondándose y es ya una verdadera crisis política. En Grecia esto es evidente; la población está muy distanciada de su gobierno, que enfrenta una situación de insolvencia general.
Los demás gobiernos de la Unión Europea hacen, sin embargo, como si el otorgamiento de más créditos fuese a resolver una deuda que es impagable. La contraparte de esa miopía es que la economía griega está resquebrajada, el ajuste al que se la somete es ahora muy severo y lo seguirá siendo por buen tiempo.
La receta que se prescribe es bien conocida. El gasto se recorta, aumenta el desempleo y la falta de servicios, y los bienes públicos se están rematando para rebajar el déficit fiscal como condición para seguir recibiendo los préstamos. Es como un perro que da vueltas sin parar queriéndose morder su propia cola.
La historia es sabida en México. En 1982 se enfrentó de la misma manera la crisis de la deuda externa. Y en 1995 se repitió la receta con la quiebra del sistema bancario y un enorme costo económico. Las reglas del juego siguen siendo básicamente las mismas.
Pero el entorno europeo tiene una condición particular y es que existe una moneda única en un entorno de naciones que preservan en esencia su política fiscal. La crisis de endeudamiento ya se llevó por delante a Grecia, Irlanda y Portugal. Los demás países, sobre todo Alemania y Francia, y muchos bancos de la región son acreedores de aquellos gobiernos y están directamente comprometidos mediante el euro en la crisis prevaleciente.
Técnicamente no han hallado una forma eficaz de enfrentar la crisis financiera, no se ponen de acuerdo en los instrumentos que quieren aplicar, en los montos de los que tienen que disponer y en las condiciones que han de imponer. Grecia está en la picota.
El primer paquete de salvamento destinado a ese país aun no se desembolsa en su totalidad, se suspendió el tramo de 12 mil millones de dólares previstos para julio. Pero la evidencia es que no se podrán cumplir los plazos y los términos establecidos y es necesario un paquete adicional. El país está al borde de la quiebra y la incapacidad política de los gobiernos, y de las instituciones regionales como el Consejo, la Comisión y el Banco Central europeos es un elemento cada vez más visible del conflicto. A esto puede añadirse el organismo multilateral clave en estos asuntos, el Fondo Monetario Internacional.
El frágil liderazgo político en Europa, no importa de qué signo ideológico se trate, ha quedado abiertamente expuesto. Alemania, cuya economía tiene un lugar predominante en la región, y tampoco Francia, han cumplido un papel decisivo en la gestión de la deuda. Otros países sólo se suman a los débiles consensos que se adoptan y duran poco, y unos más se acercan a una especie de rebeldía que pone en entredicho las reglas bajo las que funciona la Unión.
Lo que existe en el seno de la Unión Europea y de la zona del euro es una creciente incertidumbre. Abarca no sólo la forma de administrar la crisis, sino de contenerla para evitar que succione a otros.
Los inversionistas y especuladores presionan sobre los rendimientos a los que están dispuestos a prestar a gobiernos, bancos y empresas en un entorno de creciente desconfianza. Con ello, en efecto, apuran, las condiciones para que la crisis se agrave y desgastan más el andamiaje político.
Ante la austeridad como receta de una ortodoxia política muy ineficaz, no caben medidas decisivas para la recuperación de la economía. Pero sólo mediante la creación de valor y de riqueza se pueden restablecer unas mínimas condiciones operativas en materia de financiamiento. El paro a estas alturas no es una solución para nada. La inoperancia del sistema financiero para poner los recursos disponibles a trabajar es un obstáculo que parece insalvable en las condiciones vigentes.
El Estado, por su parte, está pasmado y sólo piensa en achicarse. La crisis, pues, sólo puede tener una dimensión política cada vez más grande y de perspectivas que ahora no se pueden prever.
Entretanto, el ambiente social se degrada de manera acelerada y se provoca una mayor confrontación. El Pacto del Euro que establece los ajustes fiscales para alcanzar la estabilidad monetaria y financiera en la región es un foco del descontento popular con sus gobiernos.
Las corrientes financieras se acomodan a los desequilibrios que se amplían en las economías europeas. A ello se suman los que persisten en Estados Unidos. A unos desequilibrios corresponden otros, como ocurre con los excedentes que se acumulan en China.
En México la estabilidad financiera, que es el único objetivo reconocible de la política económica, se deriva de esas mismas distorsiones de los mercados. Fluyen capitales que sirven para financiar al gobierno, sostienen las reservas internacionales y ayudan a controlar la inflación. Como objetivo de política es insuficiente y se alcanza sólo a costa de escaso crecimiento, poco empleo, mucha ocupación informal y precariedad. Una crisis generalizada en Europa pondrá este esquema en serios problemas. La política, así concebida en todas partes del mundo es bastante pobre, acarrea mayor desigualdad y se convierte en factor clave de los conflictos sociales. Ahí reside la esencia de los procesos en curso.

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