José Fernández Santillán / El Universal
Es evidente que Felipe Calderón ha optado por encabezar la contienda electoral de su partido con vistas al 2012. Y lo ha hecho con base en la estrategia de atacar al PRI en todos los frentes. Lo mismo en el intento de prolongar la alianza entre el PAN y el PRD para el Estado de México que al momento de hacer uso de la palabra (Universidad de Stanford) y, simultáneamente, con golpes de mano, utilizando al Ejército para desempeñar labores policiacas (Jorge Hank Rhon). Le preocupa sobremanera que las encuestas indiquen una abultada ventaja del Revolucionario Institucional.
La idea es echarle la culpa al tricolor de todos los males nacionales. En ese afán, quiere recordarle al país, y sobre todo a los jóvenes, el pasado autoritario del instituto político fundado por Plutarco Elías Calles. Es preciso que en la mente de los electores se remarque la identificación entre el PRI y la corrupción. Y ya entrados en gastos, pues también se vale imputarle la inseguridad prevaleciente: Ella es producto de lo que no se hizo en épocas pasadas, no de los errores presentes. Lo que se desea, en última instancia, es preparar a los ciudadanos para que sometan a juicio dentro de 12 meses lo que ocurrió entre 1929 y 2000, no lo que se hizo o dejó de hacerse de 2006 en adelante.
Delante de tal posicionamiento es imperativo señalar que se trata de una distorsión del proceso político democrático. Me explico: tal como fue concebida la democracia representativa por James Harrington en su libro Océana (1656), las elecciones sirven para conceder el poder (concessio imperii) a una determinada fuerza política durante un periodo específico. Al final de ese lapso el partido en funciones será sometido a juicio por los individuos con derecho al voto. Si se considera que lo ejerció correctamente se le refrenda la confianza; si se estima que su desempeño fue deficiente se le retira el apoyo para dárselo a otro partido. El prerrequisito para que se lleve a cabo este procedimiento es que haya al menos dos opciones entre las cuales elegir.
No es ocioso traer a colación ese principio fundador de la democracia moderna. Es un punto de referencia esencial para no caer en confusiones y equívocos. Se quiere pasar por alto que al PRI ya se le castigó en 2000 cuando los electores decidieron sustituirlo por el PAN. Sería absurdo que se le volviese a evaluar una segunda vez por faltas y aciertos realizados no por él, sino por el partido que hoy tiene el mando. Lo que se deberá someter, en consecuencia, al escrutinio ciudadano en 2012 es, específicamente, la actuación del partido fundado por Manuel Gómez Morín en el actual sexenio.
Bajo esta perspectiva podemos visualizar la deformación que está sufriendo la democracia mexicana: lo que le corresponde al gobierno federal es apresurar el paso para entregar buenas cuentas de su gestión a los electores. ¿Por qué motivo no se procede así como marcan los cánones democráticos? Quizá porque se sepa de antemano que no habrá resultados halagüeños que reportar. Y acaso también porque no se tiene la capacidad de ver más allá de los limitados cálculos de conveniencia y oportunidad aconsejados por el utilitarismo más ramplón.
Se ha optado, como en 2006, cuando los panistas enfrentaron a Andrés Manuel López Obrador y la coalición Por el Bien de Todos, por la manipulación y el engaño, degradar la política a farsa procaz
Es evidente que Felipe Calderón ha optado por encabezar la contienda electoral de su partido con vistas al 2012. Y lo ha hecho con base en la estrategia de atacar al PRI en todos los frentes. Lo mismo en el intento de prolongar la alianza entre el PAN y el PRD para el Estado de México que al momento de hacer uso de la palabra (Universidad de Stanford) y, simultáneamente, con golpes de mano, utilizando al Ejército para desempeñar labores policiacas (Jorge Hank Rhon). Le preocupa sobremanera que las encuestas indiquen una abultada ventaja del Revolucionario Institucional.
La idea es echarle la culpa al tricolor de todos los males nacionales. En ese afán, quiere recordarle al país, y sobre todo a los jóvenes, el pasado autoritario del instituto político fundado por Plutarco Elías Calles. Es preciso que en la mente de los electores se remarque la identificación entre el PRI y la corrupción. Y ya entrados en gastos, pues también se vale imputarle la inseguridad prevaleciente: Ella es producto de lo que no se hizo en épocas pasadas, no de los errores presentes. Lo que se desea, en última instancia, es preparar a los ciudadanos para que sometan a juicio dentro de 12 meses lo que ocurrió entre 1929 y 2000, no lo que se hizo o dejó de hacerse de 2006 en adelante.
Delante de tal posicionamiento es imperativo señalar que se trata de una distorsión del proceso político democrático. Me explico: tal como fue concebida la democracia representativa por James Harrington en su libro Océana (1656), las elecciones sirven para conceder el poder (concessio imperii) a una determinada fuerza política durante un periodo específico. Al final de ese lapso el partido en funciones será sometido a juicio por los individuos con derecho al voto. Si se considera que lo ejerció correctamente se le refrenda la confianza; si se estima que su desempeño fue deficiente se le retira el apoyo para dárselo a otro partido. El prerrequisito para que se lleve a cabo este procedimiento es que haya al menos dos opciones entre las cuales elegir.
No es ocioso traer a colación ese principio fundador de la democracia moderna. Es un punto de referencia esencial para no caer en confusiones y equívocos. Se quiere pasar por alto que al PRI ya se le castigó en 2000 cuando los electores decidieron sustituirlo por el PAN. Sería absurdo que se le volviese a evaluar una segunda vez por faltas y aciertos realizados no por él, sino por el partido que hoy tiene el mando. Lo que se deberá someter, en consecuencia, al escrutinio ciudadano en 2012 es, específicamente, la actuación del partido fundado por Manuel Gómez Morín en el actual sexenio.
Bajo esta perspectiva podemos visualizar la deformación que está sufriendo la democracia mexicana: lo que le corresponde al gobierno federal es apresurar el paso para entregar buenas cuentas de su gestión a los electores. ¿Por qué motivo no se procede así como marcan los cánones democráticos? Quizá porque se sepa de antemano que no habrá resultados halagüeños que reportar. Y acaso también porque no se tiene la capacidad de ver más allá de los limitados cálculos de conveniencia y oportunidad aconsejados por el utilitarismo más ramplón.
Se ha optado, como en 2006, cuando los panistas enfrentaron a Andrés Manuel López Obrador y la coalición Por el Bien de Todos, por la manipulación y el engaño, degradar la política a farsa procaz
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