viernes, 17 de junio de 2011

COMERCIO EXTERIOR, CAMBIANDO DE RUMBO

EN enero-abril de 2011 el 78 por ciento de nuestras exportaciones se destinó a nuestro vecino al norte. La falta de diversificación en las exportaciones de nuestro país sigue siendo preocupante. Llevamos décadas de estarlo advirtiendo. Debido a ello nos privamos no sólo de otros atractivos mercados sino de muy necesarios insumos tecnológicos y, lo que más puede urgir, la creación de nuevos empleos. Una reciente declaración de Vicente Díez Morodo, presidente del Consejo Mexicano de Comercio Exterior (Comce), denunciando estos hechos fue muy oportuna.
Los Estados Unidos no son nuestra única opción, pero hace muchos años el productor mexicano se acomodó en el somnoliente convencimiento de que el mercado norteamericano es tan vasto y variado que nunca se lo acabaría. El futuro asi de fácil y seguro, lo amodorró. Estar tan cerca de los Estados Unidos es, después de todo, una bendición que compensa "estar tan lejos de Dios".
Con plena conciencia hemos desaprovechado las posibilidades abiertas por los tratados comerciales con más de 40 países llegándose hasta la exageración de rechazar la firma de otros.
Pero el mundo cambia. El puesto de proveedor privilegiado del mercado norteamericano, todavía el más grande del mundo, lo hemos cedido a los chinos. El TLCAN se está agotando como la perenne perspectiva.
Se entiende que diversificar el comercio exterior no es tan fácil como para un tren cambiar de vía. En primer lugar, la inercia de nuestra parte es mucha, más que para el comprador norteamericano que escogerá el proveedor que le conviene.
Sin duda que cuesta trabajo buscar nuevas relaciones para abrir mercados inexplorados. Se requiere un espíritu de aventura, pero el mismo que dinamiza a los empresarios que se acercan a nosotros a vendernos cosas o a invertir en nuestro país sin antes habernos conocido.
En segundo lugar, hay que reconocer que el simple hecho de que los que triunfan en la competencia internacional, cuentan con infraestructuras eficientes de servicios públicos, es un acicate para que nosotros corrijamos nuestros obstáculos internos mediante las reformas legales adecuadas.
En tercer lugar, si bien la globalización nos abre horizontes también nos apresa. La gran fluidez del intercambio de insumos y piezas intermedios, nos ha convertido en los grandes ensambladores. Es muy bajo el porcentaje de integración nacional en lo que producimos. La respuesta está en cadenas de producción, pero su desarrollo es lento y el desempleo nacional sigue alto.
Hay que usar la globalización no nomás para comerciar mercancías de un país a otro. Es la penetrante vía para asociarnos con gente que sean nuestros socios en crear nuevas industrias. La globalización no es sólo para contratar fáciles franquicias de servicio.
En cuarto lugar, hay que corregir la política de apertura indiscriminada de nuestro mercado que hemos adoptado con ciega fe en las bondades de la competencia libre, como si fuésemos país con una industria bien estructurada. Esa visión nos ha infligido un severísimo daño en términos de pérdidas de producción y empleo. Hay que reorientar nuestro destino económico dictando apoyos que se han negado a nuestra producción rural e industrial para ocupar en ella a nuestra mano de obra ahora marginada y peligrosamente ociosa. Es urgente corregir esa exagerada política que sólo sirve para congraciarnos con nuestros proveedores.
El que ya no seamos tan importantes en el mercado de Estados Unidos no es lo trascendente. Lo grave es que estamos conscientemente soslayando oportunidades comerciales en los dinámicos países "emergentes" cuyos márgenes de crecimiento son impresionantes.
Es en esos países en desarrollo, los que están montando sus industrias y agroindustrias, donde hay que buscar aliados empresariales para producir mancomunadamente, compartiendo mercados y, cabe decirlo, interceptando el eventual riesgo de que más adelante nos los encontremos como retadores en lugar de ser socios en el éxito compartido.
La racionalización de nuestro comercio exterior es un componente crucial del desarrollo futuro de México. Por esto mismo, a medida que se van perfilando los procesos electorales presidenciales, los empresarios mexicanos que se sientan comprometidos con su responsabilidad social deben participar en el diseño de los varios programas económicos que se están formulando. Esta necesaria acción implica dedicar una parte del tiempo personal a esta importante actividad cívica.
No hay que dejar sólo a la clase política profesional la atención a los problemas que tenemos a la vista. Es el momento en que México necesita con urgencia de un decido elenco de empresarios y trabajadores modernos y nacionalistas.

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