Francisco Suárez Dávila / El Universal
En el último artículo me referí al primer acuerdo básico: asumir la voluntad nacional para crecer y generar empleo. En éste, planteo la necesidad fundamental de contar con una banca mexicana que contribuya eficazmente a nuestro desarrollo.
Existe una estrecha correlación entre el lento crecimiento mexicano y el bajo nivel de crédito. Al comparar internacionalmente la relación de crédito a la actividad productiva como porcentaje del PIB, nuestro coeficiente inferior al 15% (frente a 32% de Brasil o 69% de Chile) nos coloca en un lugar cercano al 100º, con vecinos como Nigeria y Rumania.
El tema es oportuno por dos razones adicionales: el hecho histórico que significa la fusión de dos bancos mexicanos: Banorte e Ixe, que lo convierten en el tercer banco nacional. Por primera vez se revierte la tendencia a la extranjerización que se inició con la crisis bancaria de 1995, y que culminó con la venta de Banamex a Citigroup en 2001. Las declaraciones de sus directores, Valenzuela y Castillo Sánchez-Mejorada, reflejan este éxito de la banca mexicana, que amerita felicitación.
El otro hecho es la reciente publicación del excelente informe del Banco de México sobre el Sistema Financiero Mexicano, que además consagra en sus primeras páginas una positiva señal de política; “una consecuencia de la crisis es que los bancos centrales deben involucrarse en mayor medida a través de análisis, regulación y supervisión del sistema financiero”.
Del informe se desprende la buena noticia de que México tiene un sistema bancario sólido en por lo menos los siete bancos que dominan el 85% del sistema bancario. Estos bancos cumplen ampliamente los requisitos establecidos en las nuevas reglas internacionales de Basilea III en cuanto a capitalización y liquidez. México experimentó una gran recesión, pero no una crisis bancaria.
Hay retos a futuro. México no tiene un adecuado balance entre banca extranjera (75% del total de activos) y banca mexicana. Tampoco, dentro de la banca mexicana, entre banca privada y banca de desarrollo, por el mínimo papel que esta última tiene: 17% del crédito. En Brasil, la banca privada nacional tiene 40% de los activos, la privada extranjera 25%, y la banca pública 31%. En la crisis, esta estructura contribuyó a la recuperación.
Este balance se corrige, en parte, con la reciente fusión, y podría corregirse más, de no ser por la pusilánime posición de nuestro gobierno ante el de Estados Unidos en que pudo hacer uso de la fuerza que le daba la ley para mexicanizar Banamex.
México es el único gran país con una banca mayoritariamente extranjera, situación indeseable que la primera ministra Thatcher le señaló al presidente Salinas. La propiedad sí tiene efectos sobre el peso relativo que tienen diversos objetivos, como maximizar utilidades, aportar dividendos a la matriz, o contribuir al desarrollo del país anfitrión. No resulta fácil explicar que en la crisis haya, en México, en los bancos extranjeros, tasas negativas de crecimiento del crédito, con significativas utilidades; por ejemplo, en el caso de BBVA-Bancomer, representan el 25% de las utilidades del grupo mundial.
La mexicanización gradual de la banca mexicana, para contribuir más eficazmente al desarrollo nacional (y no a los resultados de las matrices), puede hacerse por varios caminos: uno es el preconizado por Guillermo Ortiz: los bancos extranjeros deben cotizar obligatoriamente en la Bolsa Mexicana de Valores, como están obligados en Nueva Zelanda. Santander cotiza en Bolsa en Chile y Brasil, ¿por qué no en México? Ello contribuiría a una mayor transparencia y mejor supervisión por el propio mercado.
El otro tema sería, ahora que se ha fortalecido la regulación de las autoridades sobre la banca en los países avanzados, si no existe la capacidad de las nuestras para emitir lineamientos generales de política para que aumente el financiamiento, que finalmente proviene del ahorro de los mexicanos, hacia actividades prioritarias como la industria, la agricultura, la infraestructura, el turismo. Otros caminos son darle un mayor peso a la banca de desarrollo en la actividad crediticia, impulsar a bancos como Inbursa y fusiones de bancos regionales tradicionalmente semilleros de grandes bancos.
Se requieren políticas públicas “proactivas” para “romper el actual círculo vicioso: la banca no presta porque no crecemos, el crédito es riesgoso o no hay demanda. Buenas excusas, pero lo que importa son los resultados. Difícilmente puede crecer un país en que en el “trípode” fundamental del financiamiento no opera: la banca presta poco, y,lo que presta está concentrado en grandes empresas; el gobierno no recauda, y su gasto es deficiente e insuficiente. Un consenso nacional debe ser más banca mexicana y más crédito sano a las empresas mexicanas.
Catedrático de la Ibero
En el último artículo me referí al primer acuerdo básico: asumir la voluntad nacional para crecer y generar empleo. En éste, planteo la necesidad fundamental de contar con una banca mexicana que contribuya eficazmente a nuestro desarrollo.
Existe una estrecha correlación entre el lento crecimiento mexicano y el bajo nivel de crédito. Al comparar internacionalmente la relación de crédito a la actividad productiva como porcentaje del PIB, nuestro coeficiente inferior al 15% (frente a 32% de Brasil o 69% de Chile) nos coloca en un lugar cercano al 100º, con vecinos como Nigeria y Rumania.
El tema es oportuno por dos razones adicionales: el hecho histórico que significa la fusión de dos bancos mexicanos: Banorte e Ixe, que lo convierten en el tercer banco nacional. Por primera vez se revierte la tendencia a la extranjerización que se inició con la crisis bancaria de 1995, y que culminó con la venta de Banamex a Citigroup en 2001. Las declaraciones de sus directores, Valenzuela y Castillo Sánchez-Mejorada, reflejan este éxito de la banca mexicana, que amerita felicitación.
El otro hecho es la reciente publicación del excelente informe del Banco de México sobre el Sistema Financiero Mexicano, que además consagra en sus primeras páginas una positiva señal de política; “una consecuencia de la crisis es que los bancos centrales deben involucrarse en mayor medida a través de análisis, regulación y supervisión del sistema financiero”.
Del informe se desprende la buena noticia de que México tiene un sistema bancario sólido en por lo menos los siete bancos que dominan el 85% del sistema bancario. Estos bancos cumplen ampliamente los requisitos establecidos en las nuevas reglas internacionales de Basilea III en cuanto a capitalización y liquidez. México experimentó una gran recesión, pero no una crisis bancaria.
Hay retos a futuro. México no tiene un adecuado balance entre banca extranjera (75% del total de activos) y banca mexicana. Tampoco, dentro de la banca mexicana, entre banca privada y banca de desarrollo, por el mínimo papel que esta última tiene: 17% del crédito. En Brasil, la banca privada nacional tiene 40% de los activos, la privada extranjera 25%, y la banca pública 31%. En la crisis, esta estructura contribuyó a la recuperación.
Este balance se corrige, en parte, con la reciente fusión, y podría corregirse más, de no ser por la pusilánime posición de nuestro gobierno ante el de Estados Unidos en que pudo hacer uso de la fuerza que le daba la ley para mexicanizar Banamex.
México es el único gran país con una banca mayoritariamente extranjera, situación indeseable que la primera ministra Thatcher le señaló al presidente Salinas. La propiedad sí tiene efectos sobre el peso relativo que tienen diversos objetivos, como maximizar utilidades, aportar dividendos a la matriz, o contribuir al desarrollo del país anfitrión. No resulta fácil explicar que en la crisis haya, en México, en los bancos extranjeros, tasas negativas de crecimiento del crédito, con significativas utilidades; por ejemplo, en el caso de BBVA-Bancomer, representan el 25% de las utilidades del grupo mundial.
La mexicanización gradual de la banca mexicana, para contribuir más eficazmente al desarrollo nacional (y no a los resultados de las matrices), puede hacerse por varios caminos: uno es el preconizado por Guillermo Ortiz: los bancos extranjeros deben cotizar obligatoriamente en la Bolsa Mexicana de Valores, como están obligados en Nueva Zelanda. Santander cotiza en Bolsa en Chile y Brasil, ¿por qué no en México? Ello contribuiría a una mayor transparencia y mejor supervisión por el propio mercado.
El otro tema sería, ahora que se ha fortalecido la regulación de las autoridades sobre la banca en los países avanzados, si no existe la capacidad de las nuestras para emitir lineamientos generales de política para que aumente el financiamiento, que finalmente proviene del ahorro de los mexicanos, hacia actividades prioritarias como la industria, la agricultura, la infraestructura, el turismo. Otros caminos son darle un mayor peso a la banca de desarrollo en la actividad crediticia, impulsar a bancos como Inbursa y fusiones de bancos regionales tradicionalmente semilleros de grandes bancos.
Se requieren políticas públicas “proactivas” para “romper el actual círculo vicioso: la banca no presta porque no crecemos, el crédito es riesgoso o no hay demanda. Buenas excusas, pero lo que importa son los resultados. Difícilmente puede crecer un país en que en el “trípode” fundamental del financiamiento no opera: la banca presta poco, y,lo que presta está concentrado en grandes empresas; el gobierno no recauda, y su gasto es deficiente e insuficiente. Un consenso nacional debe ser más banca mexicana y más crédito sano a las empresas mexicanas.
Catedrático de la Ibero
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