jueves, 6 de octubre de 2011

EDUCACIÓN Y POBREZA

Mario Rodarte E. / El Financiero
Uno de los factores que explican el rápido crecimiento observado en China e India es el énfasis que han puesto en ambos lugares para educar y capacitar a la gente en aspectos directamente relacionados con el tipo de actividades, plantas y negocios que estaban esperando recibir.
En India fueron más lejos y utilizaron su enorme potencial, acumulado durante muchos años, para especializarse en cuestiones relativas al desarrollo de sistemas informáticos y aspectos relacionados con las tecnologías de la información. Los chinos se involucraron mucho más en la cuestión de ingeniería.
Y para ello asignaron recursos, lo que les ha permitido, en ambos casos, incorporar mucha gente al desarrollo, lo cual tiene un efecto multiplicador sobre el bienestar de toda la población.
Cuando analizamos el caso de México, la historia, desafortunadamente, no es muy agradable para ser escuchada. Simplemente cuando preguntamos a algunas empresas extranjeras el porqué de su renuencia a la transferencia de tecnología a nuestro país, la respuesta está relacionada con la mala calidad de nuestra mano de obra.
Hay relativamente pocos ingenieros, y de los que existen, pocos son los que hablan y leen inglés en forma fluida. Esta situación contrasta con las historias que escuchamos a diario, en muchos ámbitos.
Primero es menester mencionar la historia en el ámbito de los hogares. Muchas familias dedican una buena parte de su ingreso y recursos obtenidos de diversas fuentes para complementar la mala calidad de la educación pública.
Desde preescolar hasta la universidad, es poca la atención que se le da al aspecto de enseñar a los estudiantes un idioma extranjero. Ni vuelta, tiene que debe ser el inglés, ya que nuestro vecino es de habla inglesa, tenemos relaciones comerciales con ellos, que implican el intercambio de poco más de la tercera parte de nuestro producto anual y la mayor parte de la inversión extranjera que recibimos viene de ese país.
El turismo extranjero mayoritariamente viene de allá y resulta que nuestros especialistas simple y sencillamente no hablan inglés.
La historia no termina ahí, ya que son muchos también los hogares donde se sacrifican muchas cosas para que los niños tengan acceso a la educación privada, que suponen es de mejor calidad, y es una práctica común escuchar que el nivel de inglés en la escuela es muy bueno. Pasan luego por las preparatorias y universidades, se gradúan y nada.
El otro ámbito que conviene analizar es el relativo a los jóvenes que ni estudian ni trabajan. Independientemente del número que se mencione, el hecho es que la mayor parte de ellos abandonó la escuela porque no le interesó, ya que no vio alguna relación entre lo que estaba aprendiendo, o intentaba aprender, y la vida práctica. Luego, cuando se acerca a los lugares a solicitar trabajo, resulta que le piden educación media superior, y si acaso la tiene, descubre que aun así lo que aprendió no le sirve para nada.
Muchos de los jóvenes que terminan la carrera corren con la misma suerte, a juzgar por los comentarios que se escuchan en los círculos empresariales, donde la mayoría de los empleadores se queja de que los egresados de las escuelas no tienen idea de lo que se trata el trabajo diario en las fábricas y las empresas.
El objetivo del gasto en educación que realizamos en el país es mejorar las condiciones de vida de la sociedad, invertir en capital humano, que se traduzca en una mayor capacidad para producir más y mejores cosas, y ampliar nuestra cultura y conocimientos. La gran interrogante que permanece en el aire es si en verdad el gasto en educación está logrando los objetivos deseados.
La sospecha es que no; por lo tanto, el rendimiento de nuestra inversión en la formación de capital humano es negativo, lo cual implica que si reasignáramos ese gasto hacia otros destinos podríamos obtener un rendimiento neto positivo, lo que beneficiaría a un mayor número de personas.
Esa implicación parece terrible, pero analizando con cuidado podemos ver que los años avanzan, gastamos cada vez más en educación, cada vez hay más jóvenes que transitaron por la escuela, más graduados y, en cambio, no vemos que en las calles haya mayor limpieza ni estemos en un entorno más seguro.
Nadie confía en sus vecinos o conocidos, la asistencia a las urnas es cada vez más baja, la informalidad es creciente, cada vez menos personas pagan impuestos, la obediencia de las leyes y las normas de convivencia mínimas va en decadencia, y el respeto al derecho de terceros y la capacidad de tolerancia van en franco descenso. Esto no habla nada bien de nuestra decisión de invertir lo más que se pueda en la educación.
Sabemos de sobra el daño que el sindicato hace a la educación básica, pero ése no es todo el problema. Quienes deberían enfatizar ajustes y cambios para adaptar el sistema en grados avanzados no lo están haciendo y quienes deberíamos reclamar para que esos ajustes se realicen tampoco lo hacemos. Pasan los años y seguimos soportando el sistema corrupto, ineficiente, injusto y desagradable que tenemos, sin que en realidad alguien por lo menos se atreva a plantear un curso alternativo de las cosas.
Para terminar, simplemente observemos cómo ha evolucionado en los últimos 30 años el crecimiento de la economía, la productividad, las remuneraciones reales promedio de la gente trabajadora, y si no relacionamos esto con el rendimiento negativo de nuestra inversión en educación, deberíamos dedicarnos a exportar el sistema.


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