Alejandro Nadal / La Jornada
La crisis en Europa comienza una nueva y peligrosa etapa. Ya casi nadie descarta la posibilidad de una moratoria en Grecia, ya sea unilateral o dictada por los poderes de la Unión Europea. Parece que la única pregunta es ¿cuándo?
Sencillamente, el plan de rescate para Grecia no funcionó. Era lógico: los paquetes de rescate de corte neoliberal condujeron a una contracción brutal de la economía: el PIB se redujo 7.3 por ciento el segundo trimestre del año. Con esas recetas de austeridad es normal que las metas de recaudación no se hayan alcanzado. En pocas palabras, los planes de rescate terminaron por hundir a la economía de ese país.
Por otro lado, el programa de restructuración de la deuda griega tampoco se ha desempeñado bien. Ese plan requiere que 90 por ciento de los tenedores de bonos griegos acepten el nuevo calendario de vencimientos, pero hasta el momento sólo 68 por ciento de los acreedores ha firmado las nuevas condiciones.
Los números son claros: aún suponiendo que se pueda llevar a cabo esta primera restructuración, Grecia deberá pagar o refinanciar cerca de 137 mil millones de euros para 2020. Para poder hacer frente a esta carga, el país tendría que realizar sacrificios que nadie en su sano juicio le impondría a una nación.
Para comenzar, tendría que mantener un superávit primario (ingresos y gastos netos de cargas financieras) superior a 5 por ciento del PIB sólo para mantener su deuda en el nivel actual de 180 por ciento del PIB. Y para ir reduciendo este gravamen, tendría que alcanzar durante los próximos 20 años un superávit primario cercano a 10 por ciento, para generar los recursos que permitan reducir el peso de la deuda a 90 por ciento del PIB.
Simplemente no hay manera de que Grecia pueda lograr hacer frente a su deuda sin una restructuración bien pensada y ejecutada de la deuda.
Como el liderazgo político para avanzar por este sendero no está a la vista, parece que la moratoria es la única salida. Quizás es por eso que la señora Merkel hizo referencia ayer a la necesidad de evitar una moratoria "desordenada".
Tal vez ya es demasiado tarde para evitar la pesadilla de la Merkel. La realidad es que la perspectiva de una moratoria griega ya afecta negativamente todos los rincones del espacio bancario y financiero de Europa.
Los bancos europeos con mayor exposición han visto desplomarse sus activos y, en caso de moratoria, habrá que inyectarles fuertes cantidades de recursos. El costo del fondeo de países como España e Italia tendrá que incrementarse y ahí es muy difícil que la intervención del Banco Central Europeo (BCE) o del Fondo Europeo de Estabilización Financiera, pueda surtir efecto.
El mercado de bonos soberanos de Grecia pudo ser afectado por la acción del BCE en su programa de compra de bonos, pero el gigantesco mercado de esos dos países rebasa los 2 billones (castellanos) de euros.
La verdad es que tanto Grecia como la Europa del euro, enfrentan alternativas dolorosas. Por un lado se puede optar entre la moratoria y una eventual salida del euro, regresando al dracma y recuperando su política monetaria y cambiaria. La economía griega sufriría un costo muy elevado en varios frentes (para empezar, su sistema bancario probablemente se colapsaría porque el BCE ya no le inyectaría recursos).
El otro camino es continuar por el sendero de las restructuraciones, con el fin de sacar a Grecia del agujero. Los números mencionados arriba indican que ese camino no es fácil. Para poder superar los obstáculos, la Europa del euro tendría que aceptar que la fusión económica debe ir más lejos que la simple unión monetaria.
El BCE ha intensificado su programa de compra de bonos de deuda soberana y ya ha adquirido 143 mil millones de euros en bonos de España, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal.
La medida no ha tenido los efectos esperados: ayer Italia tuvo que pagar las tasas más elevadas desde que adoptó el euro en 1999 para vender bonos a cinco años. Además, el programa del BCE está rodeado de una fuerte controversia. El último episodio se produjo con la renuncia de Jürgen Stark, miembro del consejo ejecutivo del Banco Central Europeo. Su salida es una forma extrema de protesta en contra del giro que ha tenido que adoptar el BCE frente a la crisis.
Por estos días se ofrecen en los mercados financieros swaps de deuda sobre bonos griegos de deuda a cinco años, con tasas que implican una probabilidad de 100 por ciento de que habrá moratoria.
Una suspensión de pagos afectaría a los principales bancos europeos y el efecto de contagio tendría repercusiones impredecibles. El BCE tendría que intervenir con cantidades sin precedentes de compras de bonos. Eso casi sería equivalente a introducir la flexibilización monetaria de la Fed (la famosa QE) en Europa. Por el momento, la visión monetarista alemana se opone a este tipo de medidas.
¿Podrán las autoridades económicas europeas superar la crisis? Para ello será necesario vencer el dogmatismo neoliberal en Europa y encaminarse por otro sendero.
La crisis en Europa comienza una nueva y peligrosa etapa. Ya casi nadie descarta la posibilidad de una moratoria en Grecia, ya sea unilateral o dictada por los poderes de la Unión Europea. Parece que la única pregunta es ¿cuándo?
Sencillamente, el plan de rescate para Grecia no funcionó. Era lógico: los paquetes de rescate de corte neoliberal condujeron a una contracción brutal de la economía: el PIB se redujo 7.3 por ciento el segundo trimestre del año. Con esas recetas de austeridad es normal que las metas de recaudación no se hayan alcanzado. En pocas palabras, los planes de rescate terminaron por hundir a la economía de ese país.
Por otro lado, el programa de restructuración de la deuda griega tampoco se ha desempeñado bien. Ese plan requiere que 90 por ciento de los tenedores de bonos griegos acepten el nuevo calendario de vencimientos, pero hasta el momento sólo 68 por ciento de los acreedores ha firmado las nuevas condiciones.
Los números son claros: aún suponiendo que se pueda llevar a cabo esta primera restructuración, Grecia deberá pagar o refinanciar cerca de 137 mil millones de euros para 2020. Para poder hacer frente a esta carga, el país tendría que realizar sacrificios que nadie en su sano juicio le impondría a una nación.
Para comenzar, tendría que mantener un superávit primario (ingresos y gastos netos de cargas financieras) superior a 5 por ciento del PIB sólo para mantener su deuda en el nivel actual de 180 por ciento del PIB. Y para ir reduciendo este gravamen, tendría que alcanzar durante los próximos 20 años un superávit primario cercano a 10 por ciento, para generar los recursos que permitan reducir el peso de la deuda a 90 por ciento del PIB.
Simplemente no hay manera de que Grecia pueda lograr hacer frente a su deuda sin una restructuración bien pensada y ejecutada de la deuda.
Como el liderazgo político para avanzar por este sendero no está a la vista, parece que la moratoria es la única salida. Quizás es por eso que la señora Merkel hizo referencia ayer a la necesidad de evitar una moratoria "desordenada".
Tal vez ya es demasiado tarde para evitar la pesadilla de la Merkel. La realidad es que la perspectiva de una moratoria griega ya afecta negativamente todos los rincones del espacio bancario y financiero de Europa.
Los bancos europeos con mayor exposición han visto desplomarse sus activos y, en caso de moratoria, habrá que inyectarles fuertes cantidades de recursos. El costo del fondeo de países como España e Italia tendrá que incrementarse y ahí es muy difícil que la intervención del Banco Central Europeo (BCE) o del Fondo Europeo de Estabilización Financiera, pueda surtir efecto.
El mercado de bonos soberanos de Grecia pudo ser afectado por la acción del BCE en su programa de compra de bonos, pero el gigantesco mercado de esos dos países rebasa los 2 billones (castellanos) de euros.
La verdad es que tanto Grecia como la Europa del euro, enfrentan alternativas dolorosas. Por un lado se puede optar entre la moratoria y una eventual salida del euro, regresando al dracma y recuperando su política monetaria y cambiaria. La economía griega sufriría un costo muy elevado en varios frentes (para empezar, su sistema bancario probablemente se colapsaría porque el BCE ya no le inyectaría recursos).
El otro camino es continuar por el sendero de las restructuraciones, con el fin de sacar a Grecia del agujero. Los números mencionados arriba indican que ese camino no es fácil. Para poder superar los obstáculos, la Europa del euro tendría que aceptar que la fusión económica debe ir más lejos que la simple unión monetaria.
El BCE ha intensificado su programa de compra de bonos de deuda soberana y ya ha adquirido 143 mil millones de euros en bonos de España, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal.
La medida no ha tenido los efectos esperados: ayer Italia tuvo que pagar las tasas más elevadas desde que adoptó el euro en 1999 para vender bonos a cinco años. Además, el programa del BCE está rodeado de una fuerte controversia. El último episodio se produjo con la renuncia de Jürgen Stark, miembro del consejo ejecutivo del Banco Central Europeo. Su salida es una forma extrema de protesta en contra del giro que ha tenido que adoptar el BCE frente a la crisis.
Por estos días se ofrecen en los mercados financieros swaps de deuda sobre bonos griegos de deuda a cinco años, con tasas que implican una probabilidad de 100 por ciento de que habrá moratoria.
Una suspensión de pagos afectaría a los principales bancos europeos y el efecto de contagio tendría repercusiones impredecibles. El BCE tendría que intervenir con cantidades sin precedentes de compras de bonos. Eso casi sería equivalente a introducir la flexibilización monetaria de la Fed (la famosa QE) en Europa. Por el momento, la visión monetarista alemana se opone a este tipo de medidas.
¿Podrán las autoridades económicas europeas superar la crisis? Para ello será necesario vencer el dogmatismo neoliberal en Europa y encaminarse por otro sendero.
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