JULIO FAESLER / EL SIGLO DE TORREÓN
El secretario de Economía anunció el miércoles de esta semana que no dará marcha atrás el 12 de diciembre para eliminar, conforme lo acordado con China, las medidas de transición que protegen a 15 ramas fabriles de las importaciones de ese país. La reacción de los industriales mexicanos ha sido de alarma y protesta.
El reclamo de los empresarios, encabezados por los presidentes de la Concamin y Canacintra, es muy explicable. A su vez, la respuesta dada por el propio Dr. Ferrari, tiene sentido: los empresarios sabían desde hace diez años que en 2011 se quitarían los aranceles contra productos chinos. Con todo ello, no se prepararon para enfrentar la competencia que ello desencadenaría.
Es bien conocida la negligencia de nuestros industriales para mejorar su competitividad internacional, su inveterada costumbre de recurrir al gobierno pidiendo protecciones y beneficios y su inmediato reclamo al no recibir a tiempo lo que por debilidad les prometen las autoridades.
Esta manera de actuar de la comunidad empresarial no es muy distinta a la de sus cofrades de cualquier país. El que así sea, no les da la razón. Desde hace muchas décadas nuestro gobierno ha insistido en que los productores nacionales mejoren sus calidades y precios.
Hay sin embargo, que ver la otra realidad. La de nuestro desarrollo socioeconómico y su íntima relación con la política aperturista de comercio exterior que México ha seguido ininterrumpidamente desde que en 1985 nos adherimos al GATT, después a la OMC y en 1994 al TLCAN. Durante esos mismos 26 años con esa directiva se ha agredido a la agricultura y la industria nacional y ha frenado la creación de empleos. No sólo esto, dicha política vino a marcar más la vinculación que la geografía nos ha remachado con los EUA.
La persistente dependencia de nuestros ingresos de exportación al mercado norteamericano nos coloca en una vulnerabilidad que ahora se acentúa al avanzar su debilitamiento. Irónicamente, dada la mentalidad del empresario mexicano orientado siempre a ese país, la recuperación gradual de la economía norteamericana que se espera lo disuade de explorar mercados extranjeros también comercialmente atractivos.
La inmadurez industrial nos llevó a refugiarnos en las operaciones de maquila. La internacionalización de la economía acentuó el fenómeno llevándonos a abandonar los procesos de producción integral por el del ensamble de insumos y componentes ofrecidos por proveedores extranjeros que operan con la baratura de economías de escala. El fenómeno es mundial. Así se ve hoy en día en la fabricación de automóviles, aviones, aparatos electrónicos y en la industria del vestido. Al aumentar la importación de insumos para proveer a sus empresas maquiladoras, los países tienen que buscar equilibrar sus balanzas comerciales exportando otros componentes que a su vez producen con sus propias ventajas de escala.
En el comercio internacional actual el intercambio de componentes está resultando más importante que el de los artículos terminados. La ironía de nuestra actual condición es que si la apertura nos ha convertido en país ensamblador, nos hemos olvidado de producir y exportar a nuestra vez nuestros propios componentes a otros países ensambladores.
El desarme arancelario indiscriminado que la Secretaría de Economía practica, ha hecho que 70% de nuestra producción dependa de la importación de insumos. La ausencia de producción propia de insumos nos impide formar las cadenas de producción que requerimos y limita la creación de empleos formales.
Para completar este desalentador cuadro, muchas áreas agropecuarias e industriales que sobreviven sufren los efectos de la apertura. La respuesta que ofrecen las autoridades mexicanas a las importaciones dañinas no es la de establecer tarifas o precios de referencia oficiales, sino que se definan como competencia "desleal". Esto significa que el productor mexicano inicie complejos y muy costosos procesos de "antidumping" ante la Secretaría de Economía y su oficina especializada que es la UPCI.
Por mucho que dicha oficina sea diligente en tramitar y asesorar la denuncia, los detallados esquemas internacionales fijados por la OMC o los pasos establecido en el TLCAN, impiden que el supuesto remedio sea rápido y eficaz. Un daño a veces irreparable se ha infligido a la empresa afectada si no es que a toda una rama de actividad que repercute en su capacidad de generar empleo. El caso se da en la actualidad en diversas industrias que requieren protección efectiva no prolongados y discutibles medidas de defensa. Ejemplos son los textiles y el calzado, o la industria de las llantas, películas para envolturas y empaques y juguetes.
El dilema está en favorecer al consumidor o al productor nacional. El primero, requiere ingresos y poder de compra lo que habrá si tiene empleo. El segundo, requiere mercado para sus productos lo que depende del poder de compra del primero. La incongruencia de la política de apertura consiste en frenar la ocupación nacional con lo que se reduce el poder de compra que sostiene el mercado interno que el productor nacional necesita.
No es cuestión de dejar pasar más tiempo. Las necesidades actuales de empleo no se satisfacen con el esquema ensamblador, tampoco basta el sector servicios. Debemos aprovechar la coyuntura actual en donde México ocupa hoy en día un lugar preponderante de estabilidad y solidez económica. Mantengámoslo y desarrollémoslo, produciendo nuestros propios insumos y creando más empleos.
El secretario de Economía anunció el miércoles de esta semana que no dará marcha atrás el 12 de diciembre para eliminar, conforme lo acordado con China, las medidas de transición que protegen a 15 ramas fabriles de las importaciones de ese país. La reacción de los industriales mexicanos ha sido de alarma y protesta.
El reclamo de los empresarios, encabezados por los presidentes de la Concamin y Canacintra, es muy explicable. A su vez, la respuesta dada por el propio Dr. Ferrari, tiene sentido: los empresarios sabían desde hace diez años que en 2011 se quitarían los aranceles contra productos chinos. Con todo ello, no se prepararon para enfrentar la competencia que ello desencadenaría.
Es bien conocida la negligencia de nuestros industriales para mejorar su competitividad internacional, su inveterada costumbre de recurrir al gobierno pidiendo protecciones y beneficios y su inmediato reclamo al no recibir a tiempo lo que por debilidad les prometen las autoridades.
Esta manera de actuar de la comunidad empresarial no es muy distinta a la de sus cofrades de cualquier país. El que así sea, no les da la razón. Desde hace muchas décadas nuestro gobierno ha insistido en que los productores nacionales mejoren sus calidades y precios.
Hay sin embargo, que ver la otra realidad. La de nuestro desarrollo socioeconómico y su íntima relación con la política aperturista de comercio exterior que México ha seguido ininterrumpidamente desde que en 1985 nos adherimos al GATT, después a la OMC y en 1994 al TLCAN. Durante esos mismos 26 años con esa directiva se ha agredido a la agricultura y la industria nacional y ha frenado la creación de empleos. No sólo esto, dicha política vino a marcar más la vinculación que la geografía nos ha remachado con los EUA.
La persistente dependencia de nuestros ingresos de exportación al mercado norteamericano nos coloca en una vulnerabilidad que ahora se acentúa al avanzar su debilitamiento. Irónicamente, dada la mentalidad del empresario mexicano orientado siempre a ese país, la recuperación gradual de la economía norteamericana que se espera lo disuade de explorar mercados extranjeros también comercialmente atractivos.
La inmadurez industrial nos llevó a refugiarnos en las operaciones de maquila. La internacionalización de la economía acentuó el fenómeno llevándonos a abandonar los procesos de producción integral por el del ensamble de insumos y componentes ofrecidos por proveedores extranjeros que operan con la baratura de economías de escala. El fenómeno es mundial. Así se ve hoy en día en la fabricación de automóviles, aviones, aparatos electrónicos y en la industria del vestido. Al aumentar la importación de insumos para proveer a sus empresas maquiladoras, los países tienen que buscar equilibrar sus balanzas comerciales exportando otros componentes que a su vez producen con sus propias ventajas de escala.
En el comercio internacional actual el intercambio de componentes está resultando más importante que el de los artículos terminados. La ironía de nuestra actual condición es que si la apertura nos ha convertido en país ensamblador, nos hemos olvidado de producir y exportar a nuestra vez nuestros propios componentes a otros países ensambladores.
El desarme arancelario indiscriminado que la Secretaría de Economía practica, ha hecho que 70% de nuestra producción dependa de la importación de insumos. La ausencia de producción propia de insumos nos impide formar las cadenas de producción que requerimos y limita la creación de empleos formales.
Para completar este desalentador cuadro, muchas áreas agropecuarias e industriales que sobreviven sufren los efectos de la apertura. La respuesta que ofrecen las autoridades mexicanas a las importaciones dañinas no es la de establecer tarifas o precios de referencia oficiales, sino que se definan como competencia "desleal". Esto significa que el productor mexicano inicie complejos y muy costosos procesos de "antidumping" ante la Secretaría de Economía y su oficina especializada que es la UPCI.
Por mucho que dicha oficina sea diligente en tramitar y asesorar la denuncia, los detallados esquemas internacionales fijados por la OMC o los pasos establecido en el TLCAN, impiden que el supuesto remedio sea rápido y eficaz. Un daño a veces irreparable se ha infligido a la empresa afectada si no es que a toda una rama de actividad que repercute en su capacidad de generar empleo. El caso se da en la actualidad en diversas industrias que requieren protección efectiva no prolongados y discutibles medidas de defensa. Ejemplos son los textiles y el calzado, o la industria de las llantas, películas para envolturas y empaques y juguetes.
El dilema está en favorecer al consumidor o al productor nacional. El primero, requiere ingresos y poder de compra lo que habrá si tiene empleo. El segundo, requiere mercado para sus productos lo que depende del poder de compra del primero. La incongruencia de la política de apertura consiste en frenar la ocupación nacional con lo que se reduce el poder de compra que sostiene el mercado interno que el productor nacional necesita.
No es cuestión de dejar pasar más tiempo. Las necesidades actuales de empleo no se satisfacen con el esquema ensamblador, tampoco basta el sector servicios. Debemos aprovechar la coyuntura actual en donde México ocupa hoy en día un lugar preponderante de estabilidad y solidez económica. Mantengámoslo y desarrollémoslo, produciendo nuestros propios insumos y creando más empleos.
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