David Ibarra / El Universal
A la memoria de Emilio Mujica
En las ciencias sociales se ha sostenido que el tamaño de las clases medias es ingrediente esencial a la estabilidad política y al desarrollo de los países.
Por otra parte, el descontento suele acrecentarse cuando el ingreso se polariza o cuando la movilidad entre estratos de la población se reduce o paraliza. Y no sólo se trata de diferencias distributivas reales, importan también las percepciones subjetivas sobre la posición y la facilidad de ascenso de los diversos grupos de la sociedad. Las desigualdades refuerzan animosidad y prejuicios, traduciéndose en menor legitimidad de los gobiernos. Por el contrario, el crecimiento e influencia de las clases medias aportan anclaje a la estabilidad política al constituir el meollo del electorado efectivo.
La significación actual de las clases medias obliga a explorar su evolución, sobre todo frente a los enormes cambios suscitados en la vida de los países. Hay diversidad de factores en juego como la maduración demográfica o el debilitamiento de los nexos de la familia tradicional. También los hay económicos, donde destaca el viraje al mercado vis a vis el Estado y los efectos del proceso de globalización. Sin duda, los mercados sin fronteras han beneficiado a los pobres de algunos países (China) e inclusive dado impulso a sus clases medias y también a sus estratos ricos dada la ascendente concentración del ingreso. A su vez, la difusión incontenible de los estándares globales de vida torna especialmente agraviantes las carencias de las clases medias de los países pobres o en desarrollo. En suma, conviene clarificar la suerte y el papel futuro de las clases medias, sobre todo en el entorno mundial donde proliferan disturbios, alimentados principalmente por jóvenes despojados de futuro social que escinden a la propia clase media.
Desde el punto de vista sociológico, las actitudes y el estatus son los elementos que tipifican a la clase media: nivel educativo y trabajo seguro con reconocimiento social, que prohíjan un conjunto de valores o actitudes excluyentes del radicalismo ideológico. Un problema con esta conceptualización reside en las dificultades de medir el tamaño y la evolución cronológica de las clases medias y en comparaciones internacionales. Escollos semejantes encuentran las encuestas donde se pregunta sobre la pertenencia a la clase media, ya que los interrogados suelen evadir la admisión de pobreza o de riqueza, con la consecuente inflación numérica de las propias clases medias.
En economía las clases medias se entienden como aquellas que alcanzan un estándar de vida al centro de la distribución del ingreso. Más precisamente, la visión que ha cobrado vigencia es la de situar a la clase media entre 75% y 125% de la mediana —no el promedio— de los ingresos per cápita de los hogares. Desde luego, el concepto tiene deficiencias, pero permite usar las encuestas de ingresos-gastos familiares para situar a las clases medias en comparaciones en el tiempo y entre países.
En el primer mundo y los países emergentes exitosos, el tamaño de la clase media fluctúa entre 30% y más de 40% de la población con ligera tendencia a reducirse en las últimas décadas. En el caso de México apenas absorbe alrededor de 19%, también con algún retraimiento (20% en 1992).
En el país, la alta concentración nacional del ingreso comprime a la clase media y hace que sus percepciones queden muy por debajo del producto por habitante del país. Entre los años 90 y la década presente esa cifra ha fluctuado alrededor de 60%. Por tanto, la participación del ingreso total de la clase media apenas oscila entre 13% y 14% del producto, nivel no lejano al del sector informal. Además, si se toma en cuenta que el ingreso por habitante de México (2007, antes de la crisis) sólo alcanzaba 21% del norteamericano, 48% del coreano o 24% del alemán, la conclusión es desalentadora: la clase media mexicana resulta bastante pobre, su ingreso por persona es inferior 13 veces al de Suecia, 11 veces al de Alemania, seis veces al norteamericano y cuatro veces al de Taiwán. Por lo demás, el ingreso de las clases medias en el periodo 1990-2008 creció poco, algo más del 1.2% anual, en correspondencia con la insuficiente dinámica de la economía nacional. En esas circunstancias, cabe preguntarse si las clases medias mexicanas podrán desempeñar el papel estabilizador que se les atribuye o si su descontento podría devenir en cuestionamiento a la sabiduría política convencional.
Sin duda, las estables dimensiones demográficas de la clase media en los últimos 20 años se relacionan con la lentitud del crecimiento nacional, la concentración crónica del ingreso, limitaciones a la movilidad de los grupos sociales y el juego de tendencias económicas o sociales contrapuestas. La ampliación desaforada del sector informal o la emigración denotan la falta de canales de ascenso pero no de descenso social. Ahí juegan las reducciones en el empleo de las privatizaciones, no compensadas por entero en el sector privado; la caída de los sueldos y salarios reales; el aumento de las ocupaciones en servicios y maquila, mientras pierde peso el empleo de mejor calidad de la industria. En sentido inverso, cuentan la multiplicación de los intermediarios financieros y comerciales; el movimiento descendente de grupos sociales castigados por las crisis que los hace emigrar de los estratos superiores del ingreso al refugio de la clase media; la expansión de la alta y media burocracia. También está presente la difusión aspiracional de los patrones típicos de consumo de las clases medias del primer mundo (más televisores, computadoras, teléfonos celulares y demás), inducidos no tanto por mejores ingresos, cuanto por el bono demográfico, el abaratamiento tecnológico y la imitación irresistible de patrones de gasto divulgados por los medios globales de comunicación, aparejados con la abundancia del crédito al consumo.
En términos generales, las democracias liberales suelen tener una clase media pequeña y más amplia en países donde predomina la democracia social. A su vez, el viraje al mercado de los sistemas económicos ha causado declinación de las clases medias en buena parte del primer grupo de naciones (Estados Unidos, Inglaterra) y menores estragos en el segundo (Bélgica, Canadá, Alemania), como lo hace ahora la crisis desatada en 2008 en casi todas las latitudes. Por supuesto, el desplome de la clase media resultó espectacular en las economías en transición del socialismo al capitalismo (Hungría, Polonia, Rusia).
En América Latina las políticas del Consenso de Washington han ejercido efectos depresivos en las dimensiones y dinámica de la clase media. Con todo, el factor decisivo ha estado asociado a la intensidad del crecimiento de las economías y al aprovechamiento del bono demográfico en apaciguar la pobreza o en elevar el consumo familiar por persona. Por eso, las clases medias se expanden en Brasil y Perú, mientras en Chile pierden peso poblacional, pero ganan en ingreso.
Las implicaciones del análisis previo son obvias. México necesita de políticas de desarrollo y empleo facilitadoras de la movilidad social ascendente, si ha de ganar la estabilidad política predicada en las clases medias. No basta proteger a los pobres sin gravar a los ricos; ni esperar que nos saque de la crisis la economía norteamericana sin esfuerzo propio. Por eso cobra relevancia la protesta de los “indignados” o “agraviados”, una parte de la clase media que, en vez de estabilizar al viejo estilo, encabeza el descontento de pobres, marginados y jóvenes desesperanzados. Los acontecimientos en Inglaterra y Grecia, o en Egipto y tantos otros países, pese a diferencias nacionales enormes, constituyen un recordatorio temible ante el clima de insatisfacción e inseguridad que priva en México.
A la memoria de Emilio Mujica
En las ciencias sociales se ha sostenido que el tamaño de las clases medias es ingrediente esencial a la estabilidad política y al desarrollo de los países.
Por otra parte, el descontento suele acrecentarse cuando el ingreso se polariza o cuando la movilidad entre estratos de la población se reduce o paraliza. Y no sólo se trata de diferencias distributivas reales, importan también las percepciones subjetivas sobre la posición y la facilidad de ascenso de los diversos grupos de la sociedad. Las desigualdades refuerzan animosidad y prejuicios, traduciéndose en menor legitimidad de los gobiernos. Por el contrario, el crecimiento e influencia de las clases medias aportan anclaje a la estabilidad política al constituir el meollo del electorado efectivo.
La significación actual de las clases medias obliga a explorar su evolución, sobre todo frente a los enormes cambios suscitados en la vida de los países. Hay diversidad de factores en juego como la maduración demográfica o el debilitamiento de los nexos de la familia tradicional. También los hay económicos, donde destaca el viraje al mercado vis a vis el Estado y los efectos del proceso de globalización. Sin duda, los mercados sin fronteras han beneficiado a los pobres de algunos países (China) e inclusive dado impulso a sus clases medias y también a sus estratos ricos dada la ascendente concentración del ingreso. A su vez, la difusión incontenible de los estándares globales de vida torna especialmente agraviantes las carencias de las clases medias de los países pobres o en desarrollo. En suma, conviene clarificar la suerte y el papel futuro de las clases medias, sobre todo en el entorno mundial donde proliferan disturbios, alimentados principalmente por jóvenes despojados de futuro social que escinden a la propia clase media.
Desde el punto de vista sociológico, las actitudes y el estatus son los elementos que tipifican a la clase media: nivel educativo y trabajo seguro con reconocimiento social, que prohíjan un conjunto de valores o actitudes excluyentes del radicalismo ideológico. Un problema con esta conceptualización reside en las dificultades de medir el tamaño y la evolución cronológica de las clases medias y en comparaciones internacionales. Escollos semejantes encuentran las encuestas donde se pregunta sobre la pertenencia a la clase media, ya que los interrogados suelen evadir la admisión de pobreza o de riqueza, con la consecuente inflación numérica de las propias clases medias.
En economía las clases medias se entienden como aquellas que alcanzan un estándar de vida al centro de la distribución del ingreso. Más precisamente, la visión que ha cobrado vigencia es la de situar a la clase media entre 75% y 125% de la mediana —no el promedio— de los ingresos per cápita de los hogares. Desde luego, el concepto tiene deficiencias, pero permite usar las encuestas de ingresos-gastos familiares para situar a las clases medias en comparaciones en el tiempo y entre países.
En el primer mundo y los países emergentes exitosos, el tamaño de la clase media fluctúa entre 30% y más de 40% de la población con ligera tendencia a reducirse en las últimas décadas. En el caso de México apenas absorbe alrededor de 19%, también con algún retraimiento (20% en 1992).
En el país, la alta concentración nacional del ingreso comprime a la clase media y hace que sus percepciones queden muy por debajo del producto por habitante del país. Entre los años 90 y la década presente esa cifra ha fluctuado alrededor de 60%. Por tanto, la participación del ingreso total de la clase media apenas oscila entre 13% y 14% del producto, nivel no lejano al del sector informal. Además, si se toma en cuenta que el ingreso por habitante de México (2007, antes de la crisis) sólo alcanzaba 21% del norteamericano, 48% del coreano o 24% del alemán, la conclusión es desalentadora: la clase media mexicana resulta bastante pobre, su ingreso por persona es inferior 13 veces al de Suecia, 11 veces al de Alemania, seis veces al norteamericano y cuatro veces al de Taiwán. Por lo demás, el ingreso de las clases medias en el periodo 1990-2008 creció poco, algo más del 1.2% anual, en correspondencia con la insuficiente dinámica de la economía nacional. En esas circunstancias, cabe preguntarse si las clases medias mexicanas podrán desempeñar el papel estabilizador que se les atribuye o si su descontento podría devenir en cuestionamiento a la sabiduría política convencional.
Sin duda, las estables dimensiones demográficas de la clase media en los últimos 20 años se relacionan con la lentitud del crecimiento nacional, la concentración crónica del ingreso, limitaciones a la movilidad de los grupos sociales y el juego de tendencias económicas o sociales contrapuestas. La ampliación desaforada del sector informal o la emigración denotan la falta de canales de ascenso pero no de descenso social. Ahí juegan las reducciones en el empleo de las privatizaciones, no compensadas por entero en el sector privado; la caída de los sueldos y salarios reales; el aumento de las ocupaciones en servicios y maquila, mientras pierde peso el empleo de mejor calidad de la industria. En sentido inverso, cuentan la multiplicación de los intermediarios financieros y comerciales; el movimiento descendente de grupos sociales castigados por las crisis que los hace emigrar de los estratos superiores del ingreso al refugio de la clase media; la expansión de la alta y media burocracia. También está presente la difusión aspiracional de los patrones típicos de consumo de las clases medias del primer mundo (más televisores, computadoras, teléfonos celulares y demás), inducidos no tanto por mejores ingresos, cuanto por el bono demográfico, el abaratamiento tecnológico y la imitación irresistible de patrones de gasto divulgados por los medios globales de comunicación, aparejados con la abundancia del crédito al consumo.
En términos generales, las democracias liberales suelen tener una clase media pequeña y más amplia en países donde predomina la democracia social. A su vez, el viraje al mercado de los sistemas económicos ha causado declinación de las clases medias en buena parte del primer grupo de naciones (Estados Unidos, Inglaterra) y menores estragos en el segundo (Bélgica, Canadá, Alemania), como lo hace ahora la crisis desatada en 2008 en casi todas las latitudes. Por supuesto, el desplome de la clase media resultó espectacular en las economías en transición del socialismo al capitalismo (Hungría, Polonia, Rusia).
En América Latina las políticas del Consenso de Washington han ejercido efectos depresivos en las dimensiones y dinámica de la clase media. Con todo, el factor decisivo ha estado asociado a la intensidad del crecimiento de las economías y al aprovechamiento del bono demográfico en apaciguar la pobreza o en elevar el consumo familiar por persona. Por eso, las clases medias se expanden en Brasil y Perú, mientras en Chile pierden peso poblacional, pero ganan en ingreso.
Las implicaciones del análisis previo son obvias. México necesita de políticas de desarrollo y empleo facilitadoras de la movilidad social ascendente, si ha de ganar la estabilidad política predicada en las clases medias. No basta proteger a los pobres sin gravar a los ricos; ni esperar que nos saque de la crisis la economía norteamericana sin esfuerzo propio. Por eso cobra relevancia la protesta de los “indignados” o “agraviados”, una parte de la clase media que, en vez de estabilizar al viejo estilo, encabeza el descontento de pobres, marginados y jóvenes desesperanzados. Los acontecimientos en Inglaterra y Grecia, o en Egipto y tantos otros países, pese a diferencias nacionales enormes, constituyen un recordatorio temible ante el clima de insatisfacción e inseguridad que priva en México.
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