MAURICIO MERINO / EL UNIVERSAL
En las últimas semanas ha venido cobrando mayor densidad el debate sobre las clases medias y su importancia para comprender nuestra identidad, para evaluar al gobierno, para diseñar políticas públicas y, sobre todo, para ganar votos.
Desde que Luis de la Calle y Luis Rubio publicaron Clasemediero, ensayando una nueva mirada sobre el significado de esa clasificación en desuso, se han venido en cascada otras ideas, datos y declaraciones políticas que quieren situar las claves para entender lo que somos.
Es verdad que la mayor parte de los mexicanos nos sentimos de clase media, porque el concepto es aspiracional. No hay una definición económica ni sociológica exacta para una clasificación que nació ambigua: la clase media quiere decir, literalmente, la que está en medio: no son los pobres, ni tampoco los dueños de los medios de producción o de las grandes fortunas. Es la gente que vive de su trabajo y que gracias a una muy limitada capacidad de consumo y ahorro, puede darse el lujo de soñar con una vida mejor. O por lo menos, soñar que sus hijos vivirán de otro modo e invertir en su educación, en sus bienes escasos, en su casa y en su cultura para ayudarlos a subir en la escala social y, eventualmente, hasta dar un golpe de suerte para trepar en definitiva a la locomotora de la riqueza.
La clave está en la movilidad: las clases medias deben moverse en busca de los escalones más altos, porque si no lo hacen pueden caer hasta los más bajos. En este sentido, la educación es tan importante como el sacrificio actual de los lujos --en realidad, los lujitos-- que minarían la posibilidad de acumular algunos bienes modestos como la casa o el coche --aunque sea a crédito-- y para equipar el hogar con aparatos que poco a poco pueden dar la impresión de vivir como viven los ricos. Movilidad social que equivale, dicha en otras palabras, a la necesidad de escapar de donde uno está para acercarse hacia donde uno quisiera llegar. Moverse para parecerse al modelo a seguir.
Como concepto aspiracional, la definición de las clases medias supone una visión estratégica hacia el futuro, obsesivamente enajenada de su presente. Los éxitos de los hijos en las escuelas no se aplauden tanto por el esfuerzo logrado, cuanto por la promesa de ganar un nuevo escalón en el corto plazo: "¿qué más le puedo dejar a mis hijos que la educación?", solemos decir los padres de familia que hemos dedicado la tercera parte de los ingresos a sufragar los gastos educativos de los muchachos.
La deuda de la casita recién comprada puede convertirnos en lo más parecido a los peones acasillados de finales del XIX pero, aun así, constituye quizás la única herencia que podría ayudar a la siguiente generación a inventar su movilidad desde una mejor posición, mientras que los enseres domésticos y los coches sirven para habituarse al estilo de vida que todos desean. Y si además es posible pagar vacaciones de playa "All Inclusive" y los boletos para U2, tanto mejor: "esta es la vida que quiero darles".
Sin embargo, la clase media está hecha a imagen y semejanza del capitalismo al que debe su origen: no puede dejar de soñar ni de moverse constantemente, porque de hacerlo caería hacia la pobreza de la que está huyendo. Precisamente porque depende de su trabajo para pagar las deudas que va contrayendo, o para lidiar con los gastos de la familia y para parecerse poco a poco a los ricos, cualquier cambio en la situación laboral, en el valor del dinero o en la estabilidad y las rutinas caseras puede ser catastrófico.
La clase media es muy vulnerable: la pérdida del empleo, un accidente en el coche, la enfermedad del abuelo, un divorcio o la drogadicción de algún hijo pueden convertirse en eventos devastadores; tragedias que no sólo rompen los planes y las aspiraciones soñadas por años, sino que también destruyen a las familias y las vuelven a la vigilia de un solo tajo.
Y es que los sueños de clase media son individualistas (se trata de escalar por encima de los demás), pero sus realidades son colectivas. Dependen de los demás y son víctimas de su entorno. Si éste no les ayuda a seguir soñando, si no les auxilia para rescatar lo poco que van juntando, se hunden. Y al hacerlo jalan a quienes están cerca porque, a pesar de todo, la solidaridad familiar es su única protección para no caer al abismo. Pero es cierto: México es un país de clasemedieros, dirigido por una clase política que también sueña con dejar de ser pobres.
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En las últimas semanas ha venido cobrando mayor densidad el debate sobre las clases medias y su importancia para comprender nuestra identidad, para evaluar al gobierno, para diseñar políticas públicas y, sobre todo, para ganar votos.
Desde que Luis de la Calle y Luis Rubio publicaron Clasemediero, ensayando una nueva mirada sobre el significado de esa clasificación en desuso, se han venido en cascada otras ideas, datos y declaraciones políticas que quieren situar las claves para entender lo que somos.
Es verdad que la mayor parte de los mexicanos nos sentimos de clase media, porque el concepto es aspiracional. No hay una definición económica ni sociológica exacta para una clasificación que nació ambigua: la clase media quiere decir, literalmente, la que está en medio: no son los pobres, ni tampoco los dueños de los medios de producción o de las grandes fortunas. Es la gente que vive de su trabajo y que gracias a una muy limitada capacidad de consumo y ahorro, puede darse el lujo de soñar con una vida mejor. O por lo menos, soñar que sus hijos vivirán de otro modo e invertir en su educación, en sus bienes escasos, en su casa y en su cultura para ayudarlos a subir en la escala social y, eventualmente, hasta dar un golpe de suerte para trepar en definitiva a la locomotora de la riqueza.
La clave está en la movilidad: las clases medias deben moverse en busca de los escalones más altos, porque si no lo hacen pueden caer hasta los más bajos. En este sentido, la educación es tan importante como el sacrificio actual de los lujos --en realidad, los lujitos-- que minarían la posibilidad de acumular algunos bienes modestos como la casa o el coche --aunque sea a crédito-- y para equipar el hogar con aparatos que poco a poco pueden dar la impresión de vivir como viven los ricos. Movilidad social que equivale, dicha en otras palabras, a la necesidad de escapar de donde uno está para acercarse hacia donde uno quisiera llegar. Moverse para parecerse al modelo a seguir.
Como concepto aspiracional, la definición de las clases medias supone una visión estratégica hacia el futuro, obsesivamente enajenada de su presente. Los éxitos de los hijos en las escuelas no se aplauden tanto por el esfuerzo logrado, cuanto por la promesa de ganar un nuevo escalón en el corto plazo: "¿qué más le puedo dejar a mis hijos que la educación?", solemos decir los padres de familia que hemos dedicado la tercera parte de los ingresos a sufragar los gastos educativos de los muchachos.
La deuda de la casita recién comprada puede convertirnos en lo más parecido a los peones acasillados de finales del XIX pero, aun así, constituye quizás la única herencia que podría ayudar a la siguiente generación a inventar su movilidad desde una mejor posición, mientras que los enseres domésticos y los coches sirven para habituarse al estilo de vida que todos desean. Y si además es posible pagar vacaciones de playa "All Inclusive" y los boletos para U2, tanto mejor: "esta es la vida que quiero darles".
Sin embargo, la clase media está hecha a imagen y semejanza del capitalismo al que debe su origen: no puede dejar de soñar ni de moverse constantemente, porque de hacerlo caería hacia la pobreza de la que está huyendo. Precisamente porque depende de su trabajo para pagar las deudas que va contrayendo, o para lidiar con los gastos de la familia y para parecerse poco a poco a los ricos, cualquier cambio en la situación laboral, en el valor del dinero o en la estabilidad y las rutinas caseras puede ser catastrófico.
La clase media es muy vulnerable: la pérdida del empleo, un accidente en el coche, la enfermedad del abuelo, un divorcio o la drogadicción de algún hijo pueden convertirse en eventos devastadores; tragedias que no sólo rompen los planes y las aspiraciones soñadas por años, sino que también destruyen a las familias y las vuelven a la vigilia de un solo tajo.
Y es que los sueños de clase media son individualistas (se trata de escalar por encima de los demás), pero sus realidades son colectivas. Dependen de los demás y son víctimas de su entorno. Si éste no les ayuda a seguir soñando, si no les auxilia para rescatar lo poco que van juntando, se hunden. Y al hacerlo jalan a quienes están cerca porque, a pesar de todo, la solidaridad familiar es su única protección para no caer al abismo. Pero es cierto: México es un país de clasemedieros, dirigido por una clase política que también sueña con dejar de ser pobres.
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