Ciro Murayama / El Universal
A través del empleo y el salario el grueso de la población consigue su sustento diario; de tener una ocupación y de cuánto se perciba por ella depende que una familia acceda o no a los satisfactores básicos. Este tema central para el bienestar de los mexicanos merece la discusión más informada. Sin embargo, los salarios y el empleo reaparecieron en el debate político más como parte de los fuegos de artificio que lanzan distintos aspirantes a la Presidencia, que como motivo de un debate riguroso sobre la economía del país y la calidad de vida de los habitantes. Por ello, conviene volver a lo básico, a los indicadores gruesos del trabajo como punto de partida de cualquier debate realista y constructivo.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI que presenta datos en valores absolutos (la correspondiente al tercer trimestre de 2010), en México hay 47.13 millones de trabajadores, quienes conforman a la Población Económicamente Activa. Diez años antes, en el tercer trimestre del año 2000, había 39 millones de trabajadores. Así, ha ocurrido una rápida expansión de la oferta de trabajo, de 8 millones de personas en una década, lo que da un aumento de 20.6%.
En cambio, la población ocupada se amplió en sólo 6.5 millones de personas, 17% en la década. Ello implica que hay más gente deseando incorporarse al empleo que la que consigue trabajo. Es por lo anterior que, de acuerdo con las cifras de INEGI, el desempleo se ha más que duplicado, al pasar de 1.1 millones en 2000 a 2.6 millones de personas en 2010, con un aumento de 137%.
Ahora bien, si se atiende la creación de empleo formal, entendiéndola como aquellos trabajadores dados de alta en el Instituto Mexicano del Seguro Social, los datos reflejan que entre septiembre de 2000 y el mismo mes de 2010 (para mantener el mismo periodo de comparación que la encuesta de INEGI), el empleo formal aumentó nada más en 2 millones de personas. Esto es, que por cada empleo formal creado en la década, se ha orillado a situarse en la informalidad laboral a, por lo menos, dos personas.
Estas cifras demuestran que en México se ha agudizado el llamado desequilibrio estructural del mercado de trabajo, que no es otra cosa sino un volumen de trabajadores que excede cada vez más la capacidad de la economía para generar empleos. Así, no es que no se hayan creado nuevos puestos de trabajo, sino que son del todo insuficientes y, por tanto, no hay ningún dato para echar campanas al vuelo. Al contrario, cada vez hay más exclusión laboral o, dicho en otros términos, estamos ante un franco desperdicio del bono demográfico (que para aprovecharse implicaba crear empleo para los vastos contingentes juveniles llegando a la edad productiva).
Los indicadores salariales de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo evidencian que sólo 8.9% de la población trabajadora percibe más de cinco salarios mínimos, es decir, que sólo nueve de cada 100 ganan por arriba de los 8 mil 700 pesos mensuales. (Cabe preguntarse, con estos salarios, cómo es que hay quienes repiten la buena nueva de que las clases medias crecen a galope). Además, las cifras de INEGI demuestran que si bien ha descendido en 1.9% el porcentaje de quienes ganan entre uno y dos salarios mínimos en esta década, es mayor la caída de quienes ganan más de cinco salarios mínimos (menos 7.6%). Así que los que ganan lo suficiente son pocos y se van haciendo menos.
Sobre el poder adquisitivo del salario mínimo, dos comentarios: 1) los datos de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos muestran que el minisalario en febrero de 2011 llegó a 73.35 pesos y que en febrero del 2000 valía 77.95 pesos —ambos a precios de 1994—, lo que demuestra que no es cierto que haya crecido en esta década, y 2) el salario mínimo viola el artículo 123 constitucional y coloca a la familia de quien lo percibe en la pobreza.
Cuando sobran trabajadores y faltan empleos, se presentan fenómenos como la caída del salario, la polarización de los ingresos, el incremento de la informalidad, la emigración masiva y la incorporación a actividades ilícitas. Todo ello sucede en México. Pero además, como los puestos de trabajo precario, que son la mayoría, son muy poco productivos, se afecta a la productividad media de la economía y se resta capacidad de crecer y generar empleo, creando así un círculo vicioso. Para decirlo en breve, no es que los informales hagan pobre a la economía, sino que una economía de pobre crecimiento genera informalidad. Por lo anterior, el debate del empleo es, sobre todo, sobre el crecimiento y el manejo de la economía.
A través del empleo y el salario el grueso de la población consigue su sustento diario; de tener una ocupación y de cuánto se perciba por ella depende que una familia acceda o no a los satisfactores básicos. Este tema central para el bienestar de los mexicanos merece la discusión más informada. Sin embargo, los salarios y el empleo reaparecieron en el debate político más como parte de los fuegos de artificio que lanzan distintos aspirantes a la Presidencia, que como motivo de un debate riguroso sobre la economía del país y la calidad de vida de los habitantes. Por ello, conviene volver a lo básico, a los indicadores gruesos del trabajo como punto de partida de cualquier debate realista y constructivo.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI que presenta datos en valores absolutos (la correspondiente al tercer trimestre de 2010), en México hay 47.13 millones de trabajadores, quienes conforman a la Población Económicamente Activa. Diez años antes, en el tercer trimestre del año 2000, había 39 millones de trabajadores. Así, ha ocurrido una rápida expansión de la oferta de trabajo, de 8 millones de personas en una década, lo que da un aumento de 20.6%.
En cambio, la población ocupada se amplió en sólo 6.5 millones de personas, 17% en la década. Ello implica que hay más gente deseando incorporarse al empleo que la que consigue trabajo. Es por lo anterior que, de acuerdo con las cifras de INEGI, el desempleo se ha más que duplicado, al pasar de 1.1 millones en 2000 a 2.6 millones de personas en 2010, con un aumento de 137%.
Ahora bien, si se atiende la creación de empleo formal, entendiéndola como aquellos trabajadores dados de alta en el Instituto Mexicano del Seguro Social, los datos reflejan que entre septiembre de 2000 y el mismo mes de 2010 (para mantener el mismo periodo de comparación que la encuesta de INEGI), el empleo formal aumentó nada más en 2 millones de personas. Esto es, que por cada empleo formal creado en la década, se ha orillado a situarse en la informalidad laboral a, por lo menos, dos personas.
Estas cifras demuestran que en México se ha agudizado el llamado desequilibrio estructural del mercado de trabajo, que no es otra cosa sino un volumen de trabajadores que excede cada vez más la capacidad de la economía para generar empleos. Así, no es que no se hayan creado nuevos puestos de trabajo, sino que son del todo insuficientes y, por tanto, no hay ningún dato para echar campanas al vuelo. Al contrario, cada vez hay más exclusión laboral o, dicho en otros términos, estamos ante un franco desperdicio del bono demográfico (que para aprovecharse implicaba crear empleo para los vastos contingentes juveniles llegando a la edad productiva).
Los indicadores salariales de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo evidencian que sólo 8.9% de la población trabajadora percibe más de cinco salarios mínimos, es decir, que sólo nueve de cada 100 ganan por arriba de los 8 mil 700 pesos mensuales. (Cabe preguntarse, con estos salarios, cómo es que hay quienes repiten la buena nueva de que las clases medias crecen a galope). Además, las cifras de INEGI demuestran que si bien ha descendido en 1.9% el porcentaje de quienes ganan entre uno y dos salarios mínimos en esta década, es mayor la caída de quienes ganan más de cinco salarios mínimos (menos 7.6%). Así que los que ganan lo suficiente son pocos y se van haciendo menos.
Sobre el poder adquisitivo del salario mínimo, dos comentarios: 1) los datos de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos muestran que el minisalario en febrero de 2011 llegó a 73.35 pesos y que en febrero del 2000 valía 77.95 pesos —ambos a precios de 1994—, lo que demuestra que no es cierto que haya crecido en esta década, y 2) el salario mínimo viola el artículo 123 constitucional y coloca a la familia de quien lo percibe en la pobreza.
Cuando sobran trabajadores y faltan empleos, se presentan fenómenos como la caída del salario, la polarización de los ingresos, el incremento de la informalidad, la emigración masiva y la incorporación a actividades ilícitas. Todo ello sucede en México. Pero además, como los puestos de trabajo precario, que son la mayoría, son muy poco productivos, se afecta a la productividad media de la economía y se resta capacidad de crecer y generar empleo, creando así un círculo vicioso. Para decirlo en breve, no es que los informales hagan pobre a la economía, sino que una economía de pobre crecimiento genera informalidad. Por lo anterior, el debate del empleo es, sobre todo, sobre el crecimiento y el manejo de la economía.
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