José Fernández Santillán / El Universal
En el fragor de la lucha política registrada en las elecciones michoacanas, a muchos se les ha olvidado mencionar un asunto fundamental: los ciudadanos. Ellos son los primeros a los que debemos felicitar. Mostraron un gran civismo y pese a las adversidades y amenazas fueron a depositar su voto en las urnas. Fue una respuesta contundente frente a los intentos autoritarios de posponer las elecciones en su estado o, en todo caso, de presentar un candidato de unidad de las tres principales fuerzas políticas en la entidad, usando como pretexto el clima de inseguridad prevaleciente en ella. En esta ocasión acudieron a sufragar el 54% de los ciudadanos empadronados, cifra superior a la registrada durante el año 2007, que fue del 49%. También debe haber un reconocimiento al Instituto Electoral de Michoacán, que logró instalar prácticamente la totalidad de las casillas. No era una tarea fácil y, sin embargo, la cumplió. Ahora bien, yendo propiamente al análisis de los resultados debemos decir que, a contrapelo de muchas previsiones —no todas— que auguraban un triunfo de la candidata de la coalición PAN-Panal, Luisa María Calderón, y la caída estrepitosa del abanderado de la izquierda, Silvano Aureoles, las elecciones de Michoacán arrojaron una distribución pareja, a tres tercios del voto ciudadano. Esto es, el heraldo de la alianza PRI-PVEM, Fausto Vallejo, obtuvo el 35.39%, la representante de la derecha se adjudicó el 32.67%; el candidato del PRD, PT y Movimiento Ciudadano (MC)se llevó el 28.88%. Esta distribución, por demás rara en comicios locales, se presta a diversas interpretaciones. En vista de esta peculiar distribución de los sufragios, hizo bien el candidato del tricolor en llamar a la reconciliación en el estado. Para garantizar la gobernabilidad se necesita tomar en cuenta a las otras dos corrientes que participaron en el proceso. Incluirlas. Es cierto que los priístas obtuvieron, también, la mayoría en el Congreso y la mayoría de los municipios, pero eso no basta si se desea emprender una obra de reconstrucción política y social de gran aliento. Ojalá así sea. Otra faceta que debemos tomar en consideración es que en Michoacán sigue pesando el legado cardenista. Súmense los votos del PRD y del PRI y se verá que no estoy equivocado, 64.27%. No olvidemos que ese estado de la república tiene una larga tradición progresista que se remonta al cura don José María Morelos y Pavón; a los liberales juaristas como don Melchor Ocampo y, por supuesto, al general Lázaro Cárdenas, fundador del PRM, antecedente del PRI. Siguiendo la veta social de la Revolución Mexicana, Cuauhtémoc fundó el PRD. En Michoacán el cardenismo no es patrimonio de un solo partido. Está repartido en diversas corrientes, núcleos sociales y líderes. Es una evocación e inspiración siempre presente. Me parece que los estrategas de Luisa María Calderón no calibraron ese filón de la cultura política michoacana. El pensamiento estratégico no da para tanto. Pese a la cantidad de recursos empleados y el despliegue publicitario no lograron debilitar o doblegar esa nutriente ancestral. Michoacán ha sido una lección para todos. Allí se dejó constancia de que la democracia es posible a pesar de las necedades y desventuras. Es un reflejo de lo que el país quiere: institucionalidad y legalidad, no marrullerías. Quienes nos gobiernan son los primeros obligados a ceñirse a ese mandato.
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