Lo más razonable sería relajar el ritmo de recortes del gasto público
Eso solo es posible si la UE nos da credibilidad ante los especuladores
SANTIAGO LAGO PEÑAS / EL PAÍS
Los indicadores fiscales fundamentales se suelen expresar en porcentaje del PIB. Es lo razonable. Un mismo volumen de déficit o de deuda pública en términos absolutos puede ser muy pesado para que lo sostenga una economía objetivamente pequeña como la griega, pero liviano y poco relevante para una gran economía como la estadounidense.
No obstante, la misma lógica nos advierte que la consolidación fiscal, la reducción del cociente entre déficit y PIB, puede hacerse rebajando el numerador o impulsando el denominador. La complicación se halla en que ambos están interrelacionados. Lo que se haga con el déficit tendrá un reflejo en el PIB. Y la evolución de este determina la recaudación tributaria y el funcionamiento de los estabilizadores automáticos por el lado del gasto, como las prestaciones por desempleo.
Durante los años noventa se popularizó la idea de que, en contra de las tesis keynesianas, los ajustes fiscales podían generar efectos positivos sobre el PIB, por su incidencia positiva en las expectativas de los agentes económicos privados. Trabajos recientes ponen en cuarentena esta idea y demuestran la existencia de multiplicadores fiscales positivos cuando la economía está hundida, como en la actualidad. En otro plano, la propia contabilidad trimestral de la economía española publicada esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE) muestra los efectos negativos que sobre el empleo y la demanda interna está generando el actual proceso de recortes en el gasto público. Lo que nos está permitiendo mantener una tasa de crecimiento interanual positiva es el sector exterior.
A partir de aquí, y teniendo en cuenta el bajo nivel de deuda pública española en términos comparados (66% del PIB hasta junio) y el compromiso demostrado en España en pos de la sostenibilidad fiscal (he ahí la reciente reforma constitucional), lo más razonable desde un punto de vista técnico sería incidir menos en el numerador y más en el denominador. En términos prácticos, relajar el ritmo de recortes en el gasto público y reprogramar el calendario para que la vuelta a un déficit del 3% se retrasase al menos hasta 2015.
El problema es que esto no es posible si no tenemos la cobertura de la Unión Europea. Si no tenemos autoridades comunitarias que nos avalen y nos den credibilidad ante los especuladores. Unas autoridades que tengan capacidad para, por ejemplo, emitir eurobonos o coordinar las políticas fiscales nacionales, algo particularmente importante en un contexto con una hacienda comunitaria débil. En estos momentos, países como Alemania podrían y deberían apostar por paquetes de estímulo fiscal que nos ayudaran a todos a salir del actual marasmo económico.
Rebajar el ritmo de consolidación fiscal en España no significa cambiar la orientación de la política fiscal y, por tanto, ayudar a la recuperación de la demanda. A lo más que puede aspirar es a tener un efecto menos negativo. Las exportaciones y el turismo de visitantes extranjeros son las dos palancas disponibles en el corto plazo para empujar el gasto y facilitar que las reformas estructurales y las políticas de oferta puedan generar efectos positivos a medio y largo plazo.
Eso solo es posible si la UE nos da credibilidad ante los especuladores
SANTIAGO LAGO PEÑAS / EL PAÍS
Los indicadores fiscales fundamentales se suelen expresar en porcentaje del PIB. Es lo razonable. Un mismo volumen de déficit o de deuda pública en términos absolutos puede ser muy pesado para que lo sostenga una economía objetivamente pequeña como la griega, pero liviano y poco relevante para una gran economía como la estadounidense.
No obstante, la misma lógica nos advierte que la consolidación fiscal, la reducción del cociente entre déficit y PIB, puede hacerse rebajando el numerador o impulsando el denominador. La complicación se halla en que ambos están interrelacionados. Lo que se haga con el déficit tendrá un reflejo en el PIB. Y la evolución de este determina la recaudación tributaria y el funcionamiento de los estabilizadores automáticos por el lado del gasto, como las prestaciones por desempleo.
Durante los años noventa se popularizó la idea de que, en contra de las tesis keynesianas, los ajustes fiscales podían generar efectos positivos sobre el PIB, por su incidencia positiva en las expectativas de los agentes económicos privados. Trabajos recientes ponen en cuarentena esta idea y demuestran la existencia de multiplicadores fiscales positivos cuando la economía está hundida, como en la actualidad. En otro plano, la propia contabilidad trimestral de la economía española publicada esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE) muestra los efectos negativos que sobre el empleo y la demanda interna está generando el actual proceso de recortes en el gasto público. Lo que nos está permitiendo mantener una tasa de crecimiento interanual positiva es el sector exterior.
A partir de aquí, y teniendo en cuenta el bajo nivel de deuda pública española en términos comparados (66% del PIB hasta junio) y el compromiso demostrado en España en pos de la sostenibilidad fiscal (he ahí la reciente reforma constitucional), lo más razonable desde un punto de vista técnico sería incidir menos en el numerador y más en el denominador. En términos prácticos, relajar el ritmo de recortes en el gasto público y reprogramar el calendario para que la vuelta a un déficit del 3% se retrasase al menos hasta 2015.
El problema es que esto no es posible si no tenemos la cobertura de la Unión Europea. Si no tenemos autoridades comunitarias que nos avalen y nos den credibilidad ante los especuladores. Unas autoridades que tengan capacidad para, por ejemplo, emitir eurobonos o coordinar las políticas fiscales nacionales, algo particularmente importante en un contexto con una hacienda comunitaria débil. En estos momentos, países como Alemania podrían y deberían apostar por paquetes de estímulo fiscal que nos ayudaran a todos a salir del actual marasmo económico.
Rebajar el ritmo de consolidación fiscal en España no significa cambiar la orientación de la política fiscal y, por tanto, ayudar a la recuperación de la demanda. A lo más que puede aspirar es a tener un efecto menos negativo. Las exportaciones y el turismo de visitantes extranjeros son las dos palancas disponibles en el corto plazo para empujar el gasto y facilitar que las reformas estructurales y las políticas de oferta puedan generar efectos positivos a medio y largo plazo.
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