León Bendesky / La Jornada
Es un periodo ya largo, pues se extiende desde mediados de 2008, en el que reina la incertidumbre económica global con un efecto severo en las condiciones políticas y la situación social.
Buena parte de las fricciones se centran en la Unión Europea. Los problemas del alto endeudamiento público impactan directamente el desempeño de las economías: reducen el nivel de actividad productiva, elevan el desempleo, aumentan el déficit fiscal y hacen que crezca la propia deuda en una especie de espiral, ya que las tasas de interés se incrementan en función del riesgo.
Los márgenes de maniobra de los gobiernos se estrechan, y mientras el trabajo político se relega, se enfatizan las soluciones técnicas.
El ajuste presupuestal es la receta impuesta en la zona del euro; provoca mayor contracción económica y profundiza las condiciones recesivas sin reducir los niveles de la deuda. El desempleo es la variable clave del ajuste, junto con los recortes del gasto y las prestaciones sociales.
Un efecto adverso adicional se está generado en el terreno de las instituciones, en este caso sobre la Unión Europea y los esquemas de gobierno regional, cuyo carácter supranacional está fracturado y choca con las instancias estatales a escala nacional.
Lo mismo ocurre con el Banco Central Europeo, que no funciona como prestamista de última instancia, precisamente por las diferencias de índole nacional que persisten. Y queda también en una posición endeble el Fondo Monetario Internacional, que no es capaz de cumplir su función de provocar la estabilidad financiera.
La estructura misma de la Unión Europea y del proyecto político regional, que gira en torno del euro, está bajo cuestionamiento. El conflicto, finalmente, se deja sentir cada vez con más fuerza en la sociedad y la pérdida severa de bienestar. Ahí está el piso del creciente deterioro europeo y de las formas de gestión política que se aplican. Como siempre ocurre, la incógnita esencial es el punto de resistencia social.
La situación europea tiene varios escenarios de salida. Hoy todos son costos, pero lo que hace unos meses parecía estar fuera del libreto, es decir, el fin de la zona euro, hoy aparece con mayor frecuencia en los debates. Esta posibilidad acarrearía fuertes trastornos a escala global.
La forma en que se derrama de la crisis europea ha impactado en los mercados de capital, en las transacciones de divisas y en el comercio internacional. Además, converge con la fragilidad de la economía de Estados Unidos y las repercusiones de su propio ajuste fiscal.
La economía mexicana está aún en una zona de confort, según se desprende de los datos recientes del desempeño de la producción y de las condiciones financieras.
El producto creció 4.5 por ciento en el tercer trimestre, la inflación anual es de 3.2 por ciento y las tasas de interés de referencia están en 4.3 por ciento.
Sin embrago, las tendencias de este comportamiento indican que más que en una condición estable y cómoda, la economía puede estar en un momento de transición, asociada con los límites de sus propias fuerzas y del arrastre del mercado externo.
El PIB creció en los primeros tres trimestres de 2010 a una tasa promedio de 5.7 por ciento y 4.1 en el mismo lapso de este año.
Las exportaciones hasta octubre han crecido 15 por ciento, pero eso representa la mitad que en el mismo periodo del año pasado.
La actividad industrial va en descenso, sobre todo su parte más grande, que son las manufacturas. En el campo de los servicios resalta el comercio, que creció 8 por ciento entre julio y septiembre. Hay quienes ven en ello un mercado interno suficientemente robusto para sostener la expansión. Tal argumento no parece convincente.
Las reservas internacionales son muy grandes, más de 140 mil millones de dólares, y permiten que el banco central mantenga la política de fluctuación del tipo de cambio, que rebasó la semana pasada 14.20 pesos por dólar.
Este entorno de crecimiento y relativa estabilidad no se asocia con un aumento significativo del empleo. Las plazas permanentes en el Instituto Mexicano del Seguro Social crecieron en 493 mil y las eventuales 165 mil, muy por debajo de las necesidades de absorción de nuevos entrantes y de reposición de quienes pierden su trabajo. La tasa de ocupación en el sector informal, según las mediciones oficiales, es de 30 por ciento.,
Las expectativas de expansión económica para el año entrante son aún positivas, aunque menores que en 2011. La situación interna resentirá el efecto adverso de las condiciones externas. Ellas se definen esencialmente en Europa en torno de la crisis de la deuda soberana de los países de la zona del euro y también en Estados Unidos con las dificultades fiscales y el alto nivel de desempleo.
Habrá que moverse de la zona de confort en que está la política pública del gobierno. El espacio es amplio para replantear la estrategia de crecimiento en un escenario internacional cambiante e incierto. Seguir pensando de modo convencional será riesgoso y los tiempos reclaman más imaginación y creatividad.
Es un periodo ya largo, pues se extiende desde mediados de 2008, en el que reina la incertidumbre económica global con un efecto severo en las condiciones políticas y la situación social.
Buena parte de las fricciones se centran en la Unión Europea. Los problemas del alto endeudamiento público impactan directamente el desempeño de las economías: reducen el nivel de actividad productiva, elevan el desempleo, aumentan el déficit fiscal y hacen que crezca la propia deuda en una especie de espiral, ya que las tasas de interés se incrementan en función del riesgo.
Los márgenes de maniobra de los gobiernos se estrechan, y mientras el trabajo político se relega, se enfatizan las soluciones técnicas.
El ajuste presupuestal es la receta impuesta en la zona del euro; provoca mayor contracción económica y profundiza las condiciones recesivas sin reducir los niveles de la deuda. El desempleo es la variable clave del ajuste, junto con los recortes del gasto y las prestaciones sociales.
Un efecto adverso adicional se está generado en el terreno de las instituciones, en este caso sobre la Unión Europea y los esquemas de gobierno regional, cuyo carácter supranacional está fracturado y choca con las instancias estatales a escala nacional.
Lo mismo ocurre con el Banco Central Europeo, que no funciona como prestamista de última instancia, precisamente por las diferencias de índole nacional que persisten. Y queda también en una posición endeble el Fondo Monetario Internacional, que no es capaz de cumplir su función de provocar la estabilidad financiera.
La estructura misma de la Unión Europea y del proyecto político regional, que gira en torno del euro, está bajo cuestionamiento. El conflicto, finalmente, se deja sentir cada vez con más fuerza en la sociedad y la pérdida severa de bienestar. Ahí está el piso del creciente deterioro europeo y de las formas de gestión política que se aplican. Como siempre ocurre, la incógnita esencial es el punto de resistencia social.
La situación europea tiene varios escenarios de salida. Hoy todos son costos, pero lo que hace unos meses parecía estar fuera del libreto, es decir, el fin de la zona euro, hoy aparece con mayor frecuencia en los debates. Esta posibilidad acarrearía fuertes trastornos a escala global.
La forma en que se derrama de la crisis europea ha impactado en los mercados de capital, en las transacciones de divisas y en el comercio internacional. Además, converge con la fragilidad de la economía de Estados Unidos y las repercusiones de su propio ajuste fiscal.
La economía mexicana está aún en una zona de confort, según se desprende de los datos recientes del desempeño de la producción y de las condiciones financieras.
El producto creció 4.5 por ciento en el tercer trimestre, la inflación anual es de 3.2 por ciento y las tasas de interés de referencia están en 4.3 por ciento.
Sin embrago, las tendencias de este comportamiento indican que más que en una condición estable y cómoda, la economía puede estar en un momento de transición, asociada con los límites de sus propias fuerzas y del arrastre del mercado externo.
El PIB creció en los primeros tres trimestres de 2010 a una tasa promedio de 5.7 por ciento y 4.1 en el mismo lapso de este año.
Las exportaciones hasta octubre han crecido 15 por ciento, pero eso representa la mitad que en el mismo periodo del año pasado.
La actividad industrial va en descenso, sobre todo su parte más grande, que son las manufacturas. En el campo de los servicios resalta el comercio, que creció 8 por ciento entre julio y septiembre. Hay quienes ven en ello un mercado interno suficientemente robusto para sostener la expansión. Tal argumento no parece convincente.
Las reservas internacionales son muy grandes, más de 140 mil millones de dólares, y permiten que el banco central mantenga la política de fluctuación del tipo de cambio, que rebasó la semana pasada 14.20 pesos por dólar.
Este entorno de crecimiento y relativa estabilidad no se asocia con un aumento significativo del empleo. Las plazas permanentes en el Instituto Mexicano del Seguro Social crecieron en 493 mil y las eventuales 165 mil, muy por debajo de las necesidades de absorción de nuevos entrantes y de reposición de quienes pierden su trabajo. La tasa de ocupación en el sector informal, según las mediciones oficiales, es de 30 por ciento.,
Las expectativas de expansión económica para el año entrante son aún positivas, aunque menores que en 2011. La situación interna resentirá el efecto adverso de las condiciones externas. Ellas se definen esencialmente en Europa en torno de la crisis de la deuda soberana de los países de la zona del euro y también en Estados Unidos con las dificultades fiscales y el alto nivel de desempleo.
Habrá que moverse de la zona de confort en que está la política pública del gobierno. El espacio es amplio para replantear la estrategia de crecimiento en un escenario internacional cambiante e incierto. Seguir pensando de modo convencional será riesgoso y los tiempos reclaman más imaginación y creatividad.
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