José Gil Olmos / Proceso
El viernes 11 por la mañana, muy temprano, Felipe Calderón recibió la noticia aciaga y seguramente recordó que tres años antes lo mismo le había ocurrido. Su secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, y otras siete personas más habían muerto al desplomarse el helicóptero militar en el que se transportaban.
Tres días más tarde, una nueva noticia lo volvió a cimbrar: esta vez le informaban que su hermana, Luisa María, la Cocoa, había sido derrotada en Michoacán. Así terminaba el fin de semana más negro de su administración, o quizá de esta manera inicia el fin de un gobierno signado por la violencia, la muerte, la desilusión y la desesperanza.
Estas dos noticias, una fatal y la otra fatídica, le movieron el piso y los escenarios a Calderón Hinojosa, quien ahora seguramente deberá estar preparando su salida negociando con los grupos de poder que le ayudaron a llegar a la Presidencia y con los que él considera lo relevarán en diciembre de 2012.
La inesperada muerte de Blake ofrece muchas interpretaciones a la ciudadanía que observa con incredulidad las versiones oficiales de que fue un accidente ocasionado por un banco de niebla.
En la ley de probabilidades es poco factible que dos secretarios de Gobernación de una misma administración mueran por accidente aéreo. Las explicaciones de errores humanos o mecánicos son poco creíbles cuando los dos percances se dan en un marco de lucha contra el crimen organizado y la corrupción en las más altas esferas políticas, financieras, militares y policiacas.
En medio de la desconfianza hacia las autoridades, una buena parte de la población se inclina más por la idea de un sabotaje a las aeronaves en las que perdieron la vida Juan Camilo Mouriño en 2008 y Francisco Blake el viernes anterior.
En este escenario, no se descarta que el crimen organizado se haya infiltrado hasta las entrañas del poder y pueda acceder a las aeronaves para provocar incidentes, demostrando que su poder es tan grande y profundo que puede tocar el corazón mismo del gobierno.
Aunque sea sólo una especulación, esta idea existe entre la sociedad mexicana y ello nos muestra la escasa credibilidad que se deposita en las autoridades y la debilidad cada vez más clara del gobierno de Felipe Calderón, así como de su partido, Acción Nacional (PAN).
Esta sensación de fragilidad es peligrosa para cualquier gobernante, sobre todo cuando está en su etapa final, pues puede caer en la tentación del autoritarismo, de usar la mano dura para ocultar esa vulnerabilidad en momentos en los que necesita lo contrario, la fuerza para elegir a su candidato presidencial.
Calderón Hinojosa quizá esperaba tener un respiro el domingo 13 con el triunfo en Michoacán. Durante meses, su hermana Luisa María había hecho campaña impulsándose en la figura presidencial.
Este hecho y la mala gestión del perredista Leonel Godoy le daban fuertes esperanzas a la Cocoa de obtener un triunfo ante los candidatos de PRI y PRD.
Al transcurrir el día de la elección, las primeras noticias eran alentadoras para los Calderón, las encuestas de salida le daban una ligera ventaja sobre el priista Fausto Vallejo y el perredista Silvano Aureoles.
Con esos datos, Luisa María Calderón salió en la noche a manifestarse como vencedora con base en tres encuestas distintas, pero en el PRI le reviraron que, de acuerdo con las actas de escrutinio, ellos habían ganado por cuatro puntos porcentuales.
Los primeros datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) confirmaron los datos del PRI y, conforme fueron cayendo los conteos de votos, la tendencia fue más clara y favorable para Fausto Vallejo.
Los Calderón sufrían así la peor derrota electoral: habían perdido la batalla en la que apostaban su apellido.
El mensaje para el PAN era igualmente fatídico. Las secuelas del gobierno calderonista son totalmente negativas y, quien salga como candidato para la elección presidencial, habrá de cargarlas como una lápida en lugar de usarlas para flotar o impulsarse.
Así, mientras que los perredistas al parecer ya salvaron el escollo de la división al elegir, vía una encuesta, como candidato presidencial a Andrés Manuel López Obrador, y los priistas van encaminados a elegir a su candidato mediante la famosa cargada –lo más probable es que sea el mexiquense Enrique Peña Nieto–, en el PAN cualquiera que sea elegido tiene frente a sí un negro panorama por la mala gestión calderonista y su cauda de derrotas electorales.
El pasado fin de semana marcará inexorablemente al gobierno de Calderón. La fatalidad, mezclada con una mala administración, son las señales del declive del panismo en el poder federal, el cierre de un ciclo de 12 años que empezó con la promesa del cambio y que concluirá, lamentablemente para todo el país, con la desilusión y la desesperanza.
El viernes 11 por la mañana, muy temprano, Felipe Calderón recibió la noticia aciaga y seguramente recordó que tres años antes lo mismo le había ocurrido. Su secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, y otras siete personas más habían muerto al desplomarse el helicóptero militar en el que se transportaban.
Tres días más tarde, una nueva noticia lo volvió a cimbrar: esta vez le informaban que su hermana, Luisa María, la Cocoa, había sido derrotada en Michoacán. Así terminaba el fin de semana más negro de su administración, o quizá de esta manera inicia el fin de un gobierno signado por la violencia, la muerte, la desilusión y la desesperanza.
Estas dos noticias, una fatal y la otra fatídica, le movieron el piso y los escenarios a Calderón Hinojosa, quien ahora seguramente deberá estar preparando su salida negociando con los grupos de poder que le ayudaron a llegar a la Presidencia y con los que él considera lo relevarán en diciembre de 2012.
La inesperada muerte de Blake ofrece muchas interpretaciones a la ciudadanía que observa con incredulidad las versiones oficiales de que fue un accidente ocasionado por un banco de niebla.
En la ley de probabilidades es poco factible que dos secretarios de Gobernación de una misma administración mueran por accidente aéreo. Las explicaciones de errores humanos o mecánicos son poco creíbles cuando los dos percances se dan en un marco de lucha contra el crimen organizado y la corrupción en las más altas esferas políticas, financieras, militares y policiacas.
En medio de la desconfianza hacia las autoridades, una buena parte de la población se inclina más por la idea de un sabotaje a las aeronaves en las que perdieron la vida Juan Camilo Mouriño en 2008 y Francisco Blake el viernes anterior.
En este escenario, no se descarta que el crimen organizado se haya infiltrado hasta las entrañas del poder y pueda acceder a las aeronaves para provocar incidentes, demostrando que su poder es tan grande y profundo que puede tocar el corazón mismo del gobierno.
Aunque sea sólo una especulación, esta idea existe entre la sociedad mexicana y ello nos muestra la escasa credibilidad que se deposita en las autoridades y la debilidad cada vez más clara del gobierno de Felipe Calderón, así como de su partido, Acción Nacional (PAN).
Esta sensación de fragilidad es peligrosa para cualquier gobernante, sobre todo cuando está en su etapa final, pues puede caer en la tentación del autoritarismo, de usar la mano dura para ocultar esa vulnerabilidad en momentos en los que necesita lo contrario, la fuerza para elegir a su candidato presidencial.
Calderón Hinojosa quizá esperaba tener un respiro el domingo 13 con el triunfo en Michoacán. Durante meses, su hermana Luisa María había hecho campaña impulsándose en la figura presidencial.
Este hecho y la mala gestión del perredista Leonel Godoy le daban fuertes esperanzas a la Cocoa de obtener un triunfo ante los candidatos de PRI y PRD.
Al transcurrir el día de la elección, las primeras noticias eran alentadoras para los Calderón, las encuestas de salida le daban una ligera ventaja sobre el priista Fausto Vallejo y el perredista Silvano Aureoles.
Con esos datos, Luisa María Calderón salió en la noche a manifestarse como vencedora con base en tres encuestas distintas, pero en el PRI le reviraron que, de acuerdo con las actas de escrutinio, ellos habían ganado por cuatro puntos porcentuales.
Los primeros datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) confirmaron los datos del PRI y, conforme fueron cayendo los conteos de votos, la tendencia fue más clara y favorable para Fausto Vallejo.
Los Calderón sufrían así la peor derrota electoral: habían perdido la batalla en la que apostaban su apellido.
El mensaje para el PAN era igualmente fatídico. Las secuelas del gobierno calderonista son totalmente negativas y, quien salga como candidato para la elección presidencial, habrá de cargarlas como una lápida en lugar de usarlas para flotar o impulsarse.
Así, mientras que los perredistas al parecer ya salvaron el escollo de la división al elegir, vía una encuesta, como candidato presidencial a Andrés Manuel López Obrador, y los priistas van encaminados a elegir a su candidato mediante la famosa cargada –lo más probable es que sea el mexiquense Enrique Peña Nieto–, en el PAN cualquiera que sea elegido tiene frente a sí un negro panorama por la mala gestión calderonista y su cauda de derrotas electorales.
El pasado fin de semana marcará inexorablemente al gobierno de Calderón. La fatalidad, mezclada con una mala administración, son las señales del declive del panismo en el poder federal, el cierre de un ciclo de 12 años que empezó con la promesa del cambio y que concluirá, lamentablemente para todo el país, con la desilusión y la desesperanza.
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