miércoles, 19 de octubre de 2011

LOS SIETE JINETES DE NUESTRO APOCALIPSIS

MAURICIO MERINO / EL UNIVERSAL
A la memoria de Miguel Ángel Granados Chapa, grande y digno hasta el último aliento
En México cada nueva elección es siempre la más difícil. Así ha sido durante casi toda la historia, cuando las elecciones han servido para elegir y no para confirmar decisiones tomadas. Pero ha sido así porque (casi) nunca hemos sido capaces de darle un cauce seguro a la incertidumbre que rodea a los procesos electorales ni, mucho menos, de aceptar sin reparos la voluntad simple de los ciudadanos expresada en las urnas. A las elecciones siempre vamos con miedo: de lo que podría suceder y de los resultados que arrojen.
Pero en el 2012 vamos, además, con una democracia amenazada por siete razones adicionales. La primera y la más evidente es la inseguridad y el crimen organizado. No es una amenaza reciente ni ajena a nuestro pasado, pero esta vez aparece en el horizonte con una fuerza mucho mayor y mejor orquestada, no sólo capaz de desafiar al Estado sino de incrustarse en sus redes. Y es también un enemigo frontal de la organización masiva de los comicios, que se fundan en la confianza depositada en cientos de miles de ciudadanos que vigilan las decisiones, instalan las casillas electorales y cuentan los votos. Nada de eso prosperaría en un clima de inseguridad generalizado y nada nos asegura, hasta hoy, que esa amenaza esté conjurada en menos de un año.
La segunda amenaza es menos violenta, pero no menos poderosa ni destructiva: es la fuerza de los poderes fácticos que dominan la televisión y la radio, pero que también actúan a través de los sindicatos que algún día prohijó el Estado, de la Iglesia y de las grandes empresas. A esos grupos no les gusta las reglas electorales vigentes ni, mucho menos, la transparencia y la igualdad de derechos que promueve la democracia. Las televisoras y la Iglesia Católica ya le han declarado la guerra al proceso y no hay nada en el horizonte -excepto un milagro invocado por los mismos prelados en rebeldía- que nos anuncie un cambio de actitudes en el cortísimo plazo de nueve meses.
La tercera viene de atrás y ya está de vuelta: es la polarización de las fuerzas políticas que actúan a la luz del día y que se niegan a competir sin más armas que los programas, las ideas y la evaluación razonable de su pasado. A nuestros políticos les gusta romper: no actúan como miembros de una comunidad democrática sino como machos en pugna por el dominio territorial. Así que en lugar de llamar a la democracia convocan, más bien, a la guerra. Ya estaba sucediendo en el PRI de Moreira y en el Morena de AMLO, y ahora ha venido la respuesta sucia del Presidente: la danza mortal de los machos para vencer a los enemigos con uñas y dientes, literalmente.
La cuarta es una vieja compañera de ruta: la corrupción, cuyo correlato es la incapacidad del Estado para actuar con éxito en los puntos más sensibles de la convivencia social. No sólo va minando la eficacia de las instituciones y las políticas, sino corrompiendo la idea misma de la democracia, que la gente ya entiende más como una función de box para ver quién le gana a quién, que como un régimen político en el que los ciudadanos tienen la mayor importancia. En línea con ésta, la quinta amenaza está en la pobreza y en la desigualdad, que no han cambiado casi nada durante los años de transición y que alejan a la gran mayoría hasta de la esperanza de conseguir un mejor modo de vida. Nadie puede vivir una ciudadanía democrática plena en medio de la miseria.
La sexta amenaza es la reiteración del guión presidencialista que ha contaminado el cambio de poderes en México desde su independencia. No importa cuánto haya cambiado, que en el imaginario social y político del país se sigue creyendo que ganar ese puesto equivale a ganar todo el poder. Y mientras esa percepción siga vigente, la idea de pluralidad seguirá sometida al singular implacable del vencedor único que se impone al resto, en medio de los gruñidos de sus manadas.
La séptima es la única nueva, pero también es el resultado de todas las anteriores, de la comunicación posmoderna y de la situación financiera global. Es una amenaza a la democracia, pero también puede convertirse en una esperanza (la única de la lista): es la indignación de los ciudadanos puesta en acción y no sólo su desencanto pasivo. Ningún país en el mundo estaba preparado para ese estallido de indignación y nadie lo previó a tiempo. Nosotros tampoco.

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