miércoles, 19 de octubre de 2011

LA DEUDA PÚBLICA, FALSO CULPABLE

GONZALO BERNARDOS / EL PAÍS
La crisis financiera de 2008 no se acabó en 2010, sino que ha continuado hasta la fecha
Tengo la impresión de que los mercados no piensan renunciar a la economía de las burbujas
En la actualidad, la economía mundial se enfrenta a un considerable peligro: una recesión en los países desarrollados. Los mercados financieros, actuando como un juez implacable, han dictado sentencia: "La culpa es de la deuda pública". Consideran que la crisis no será como la de 2008, sino sustancialmente diferente. Aquella fue generada por un exceso de endeudamiento del sector privado; esta por un excesivo gasto de un elevado número de Estados.
Los mercados estiman que una política fiscal excesivamente expansiva ha llevado a algunas naciones a unos niveles de endeudamiento difícilmente sostenibles a medio y largo plazo. Esta expectativa ha aumentado el riesgo de impago futuro de su deuda pública, ha encarecido notablemente su financiación y les ha obligado a realizar importantes ajustes que han reducido su nivel de crecimiento económico.
Mi opinión difiere de la de los mercados. Si llega, no será una recesión diferente de la de 2008, sino su prolongación. Me parece una falacia, completamente intencionada y con un claro objetivo político e ideológico, indicar que en los tres últimos años ha desaparecido la crisis de las hipotecas subprime y ha surgido la de la deuda soberana. En realidad, equivale a decir que los problemas actuales ya no provienen del sector privado, sino del público.
Desde mi perspectiva, la crisis financiera de 2008 no se acabó en 2010, sino que ha continuado hasta la fecha. Aunque la fiebre desapareció, la infección no lo hizo y, por tanto, en los últimos meses aquella ha vuelto a surgir. Su persistencia se debe principalmente a la insuficiente demanda generada por los países emergentes, la renuncia de Alemania a convertirse en locomotora de la economía europea, las limitadas posibilidades de una breve política fiscal expansiva y los devastadores efectos sobre el empleo de la explosión de la primera burbuja inmobiliaria global.
En los últimos tres años, los países emergentes han expandido notablemente el gasto y sus importaciones. No obstante, no han conseguido convertirse en un potente motor de la economía mundial, ya que el aumento de las exportaciones de las naciones desarrolladas ha sido insuficiente para compensar el mal comportamiento de su consumo e inversión privada.
Debido a motivos históricos e ideológicos más que económicos, Alemania renunció en 2010 a tirar de la economía europea. Vivía por debajo de sus posibilidades, tenía un moderado déficit público y no había padecido directamente las repercusiones del estallido de una burbuja inmobiliaria. Por tanto, poseía las condiciones adecuadas para apuntalar el exiguo crecimiento económico del continente. Sin embargo, creyó que en la austeridad estaba la virtud, efectuó innecesarios ajustes y debilitó en gran medida a sus socios europeos.
El aumento del gasto público global no ha podido borrar en menos de dos años los grandes excesos cometidos por el sector privado en el quinquenio anterior. En la dosis proporcionada ha constituido un analgésico, pero no el potente antibiótico que la magnitud de la crisis requería. Además, era realmente ufano pensar que, en aquellos países donde ha explotado una burbuja inmobiliaria, aparecerían uno o varios sectores que crearían en tan escaso periodo de tiempo tanto empleo como el destruido directa e indirectamente por el sector de la construcción.
El empeoramiento de la economía mundial probablemente dé la razón a aquellos que apuntaron que la salida de la crisis no tendría forma de V, sino de W. En la mayoría de países de la UE, el menor crecimiento del PIB en 2011 será principalmente consecuencia de la extrema fragilidad de un sector bancario incapaz de proporcionar a familias y empresas crédito abundante y barato. En cambio, en Estados Unidos tendrá como base una equivocada prioridad: en el corto plazo es preferible el equilibrio presupuestario a la creación de empleo.
La debilidad actual de la banca europea es principalmente el resultado de las insuficientes recapitalizaciones efectuadas y/o de una incorrecta valoración de los riesgos incurridos. Las realizadas entre 2008 y 2009, con fondos públicos o privados, no han servido para cubrir en su totalidad los agujeros generados por la crisis de las hipotecas subprime de Estados Unidos, la bajada del precio de la vivienda en diversos mercados nacionales y el incremento de la morosidad generado por la gran destrucción de ocupación observada en numerosos países.
Los ejecutivos bancarios han caído otra vez en el mismo error. Hace casi una década consideraron que los bonos ligados a las hipotecas subprime tenían un escaso riesgo, pues estimaban que el precio de la vivienda en Estados Unidos no podía bajar de forma global y continuada. Recientemente, creyeron que era sumamente improbable que ningún país desarrollado dejara de pagar los intereses de su deuda pública o abandonara el euro. Por tanto, con la liquidez proporcionada por el BCE, algunos bancos prefirieron comprar deuda griega y portuguesa antes que la alemana y francesa (aparentemente obtenían una mayor rentabilidad) o proporcionar más crédito a familias y empresas (creían que incurrían en un riesgo más elevado).
En Estados Unidos, los republicanos se equivocan. El aumento del empleo debe ser prioritario al equilibrio fiscal. El primero proporciona más crecimiento económico; el segundo, dada la actual coyuntura del país, puede hacer que la economía vuelva a entrar en recesión. Dos principales razones desacreditan su temor a un futuro impago: los dólares continúan siendo un activo sumamente apreciado por los inversores y el tipo de interés de la deuda pública está en niveles próximos a los mínimos históricos.
En resumen, tengo la impresión de que los mercados financieros no quieren cambiar ni un ápice su forma de actuar. No piensan renunciar a la economía de las burbujas y pretenden mucho más mercado y menos Estado. Por ello, actuando como juez y parte, buscan que los ciudadanos olvidemos las verdaderas razones de la actual crisis y condenemos a un falso culpable: la deuda pública.
Gonzalo Bernardos es vicerrector de Economía de la Universidad de Barcelona.

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