José Graziano da Silva / La Jornada
Raras veces el Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre) se ha celebrado en un ambiente de tal incertidumbre.
Los mayores niveles de volatilidad de los precios agrícolas en las últimas décadas y la velocidad de las fluctuaciones amenazan a los productores y consumidores.
El índice de la FAO sobre precios de los alimentos ha tenido altos y bajos acentuados desde 2006, cuando un continuo aumento impulsó los precios a un récord histórico a mediados de 2008. Los precios bajaron notoriamente en el segundo semestre, pero al año siguiente se reanudó un movimiento ascendente, que se agudizó en 2010 hasta alcanzar un nuevo nivel nunca antes visto. Allí es donde nos encontramos ahora.
Cuando los precios cambian en direcciones opuestas con la misma fuerza en un corto tiempo, es muy difícil no cometer errores en el cálculo de las operaciones agrícolas. Ello puede surgir tanto de un excedente de siembra como de una inversión insuficiente.
En este ambiente de incertidumbre el hambre también amenaza con invadir el hogar de millones de familias que viven en la cuerda floja, a veces por encima y, a veces, por debajo de la línea de pobreza.
Casi una de cada siete personas en el mundo pasa hambre en el siglo XXI. Casi 80 por ciento de la humanidad vive con menos de diez dólares por día.
El último informe de la FAO sobre la situación de hambre en el mundo (http://www.fao.org/publications/sofi/es/) indica que la reanudación de las inversiones en la agricultura y la seguridad alimentaria en los países pobres y en desarrollo es un requisito para asegurar el bienestar de miles de millones de personas en un entorno de altos precios y de persistente volatilidad.
El fomento de la agricultura familiar y la recuperación de alimentos tradicionales son estrategias que reducen la dependencia de los volátiles mercados de commodities, generan ingresos y trabajo y ofrecen una diversificación de la dieta saludable.
El complemento de este apoyo a la producción es el fortalecimiento de las redes de seguridad social, una forma de ayuda inmediata a las familias vulnerables que puede estimular los mercados locales.
Donde hay hambre en el campo, hay comunidades rurales agobiadas económicamente, como la vegetación seca de un campo sin agua. Políticas de transferencias de ingresos actúan como lluvia en esta tierra seca, permitiendo que vuelva a florecer.
Sembrar, cosechar y consumir es lo que hace girar la rueda de la economía de millones de pequeñas comunidades en el planeta.
Llevado a una escala más amplia –y acompañado de crédito, asistencia técnica y mercados garantizados– ese foco no sólo responde a la urgencia del hambre, sino también puede ser uno de los motores para superar las crisis e impulsar el desarrollo de los países.
No podemos percibir este esfuerzo como algo desconectado de la crisis, sino como un elemento que puede aglutinar los gobiernos, la sociedad civil y la iniciativa privada y entregar coherencia a la reordenación mundial social y productiva requerida por la crisis.
José Graziano da Silva es representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe, y director general electo de la organización. Asume el cargo en enero de 2012.
Raras veces el Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre) se ha celebrado en un ambiente de tal incertidumbre.
Los mayores niveles de volatilidad de los precios agrícolas en las últimas décadas y la velocidad de las fluctuaciones amenazan a los productores y consumidores.
El índice de la FAO sobre precios de los alimentos ha tenido altos y bajos acentuados desde 2006, cuando un continuo aumento impulsó los precios a un récord histórico a mediados de 2008. Los precios bajaron notoriamente en el segundo semestre, pero al año siguiente se reanudó un movimiento ascendente, que se agudizó en 2010 hasta alcanzar un nuevo nivel nunca antes visto. Allí es donde nos encontramos ahora.
Cuando los precios cambian en direcciones opuestas con la misma fuerza en un corto tiempo, es muy difícil no cometer errores en el cálculo de las operaciones agrícolas. Ello puede surgir tanto de un excedente de siembra como de una inversión insuficiente.
En este ambiente de incertidumbre el hambre también amenaza con invadir el hogar de millones de familias que viven en la cuerda floja, a veces por encima y, a veces, por debajo de la línea de pobreza.
Casi una de cada siete personas en el mundo pasa hambre en el siglo XXI. Casi 80 por ciento de la humanidad vive con menos de diez dólares por día.
El último informe de la FAO sobre la situación de hambre en el mundo (http://www.fao.org/publications/sofi/es/) indica que la reanudación de las inversiones en la agricultura y la seguridad alimentaria en los países pobres y en desarrollo es un requisito para asegurar el bienestar de miles de millones de personas en un entorno de altos precios y de persistente volatilidad.
El fomento de la agricultura familiar y la recuperación de alimentos tradicionales son estrategias que reducen la dependencia de los volátiles mercados de commodities, generan ingresos y trabajo y ofrecen una diversificación de la dieta saludable.
El complemento de este apoyo a la producción es el fortalecimiento de las redes de seguridad social, una forma de ayuda inmediata a las familias vulnerables que puede estimular los mercados locales.
Donde hay hambre en el campo, hay comunidades rurales agobiadas económicamente, como la vegetación seca de un campo sin agua. Políticas de transferencias de ingresos actúan como lluvia en esta tierra seca, permitiendo que vuelva a florecer.
Sembrar, cosechar y consumir es lo que hace girar la rueda de la economía de millones de pequeñas comunidades en el planeta.
Llevado a una escala más amplia –y acompañado de crédito, asistencia técnica y mercados garantizados– ese foco no sólo responde a la urgencia del hambre, sino también puede ser uno de los motores para superar las crisis e impulsar el desarrollo de los países.
No podemos percibir este esfuerzo como algo desconectado de la crisis, sino como un elemento que puede aglutinar los gobiernos, la sociedad civil y la iniciativa privada y entregar coherencia a la reordenación mundial social y productiva requerida por la crisis.
José Graziano da Silva es representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe, y director general electo de la organización. Asume el cargo en enero de 2012.
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