viernes, 14 de octubre de 2011

EL JARRÓN HECHO AÑICOS

Condonar toda la deuda griega habría costado mucho menos que el primer rescate bancario
XAVIER VIDAL-FOLCH
El euro se fundó en tres presunciones. La unión monetaria es irreversible; la quiebra de un país es impensable; las deudas públicas de los socios son plenamente seguras.
Esa triple convicción se resquebrajó en julio. Los Gobiernos europeos forzaron a los bancos privados a pagar parte del esfuerzo de reflotar a Grecia. Muy bien, pero no lo hicieron con un impuesto, sino por la vía de admitir el deterioro de su deuda que mantenían en sus carteras, y pues, la reducción de su valor en un 21%, lo que implicaba pérdidas automáticas en sus balances.
Se hizo añicos el jarrón de la confianza. Si un país del euro podía impagar su deuda, aunque fuese parcialmente, es que ninguna deuda estaba ya garantizada. Ese impago asentaba la posibilidad de una quiebra total, de la que solo le distinguía una cuestión de grado. Y ello otorgaba verosimilitud a la ruptura de la zona euro, por expulsión de un socio, división en bloques o implosión, como acariciaban los agoreros.
Para peor, los líderes europeos adornaron la loa de esa quita con tres contradicciones que arruinaron su credibilidad:
1. Mientras se inducía a la banca a aceptar el impago parcial, las pérdidas de él derivadas no se incluían en las cuentas de los exámenes de resistencia. Así, el que sería primer banco en hundirse, Dexia, había obtenido la tercera mejor nota de solvencia de los grandes, para vergüenza de la Autoridad Bancaria Europea (EBA).
2. Mientras la banca sufría ante los mercados el deterioro de los bonos periféricos que mantenía en cartera (y perdía 400.000 millones de euros de valor bursátil de enero a mitad de septiembre), el BCE los admitía como prenda de buena calidad para otorgar créditos a la misma banca.
3. El motivo alemán para empujar a la banca a asumir la quita era tan benéfico y equitativo -evitar que todo el coste de la crisis de la deuda recayese solo en los contribuyentes- como probablemente acabe siendo inane. Porque el esquema para este segundo rescate de la banca incluye inyecciones de dinero ¡público! dispensadas por los Gobiernos y la UE.
Y mientras se recogen resultados tan magros, se estima que la reflotación superará los 120.000 millones, quizá el doble. Pero si prende el efecto arrastre, será peor. El Informe sobre la estabilidad financiera mundial del FMI detalla (páginas 15 a 27) los horrores adicionales posibles. El profesor de Stanford Michael Boskin ya especula con un coste de tres billones de dólares en caso de una quita periférica del 50%, y el economista jefe del banco central danés Steen Jakobsen, con uno de dos a tres billones de euros en caso de quiebra de Grecia.
Comparemos esas cifras con lo que habría costado condonar toda la deuda griega: 340.000 millones. Mucho menos que los 407.000 millones públicos directos del primer rescate bancario 2008-2010: 303.000 millones en inyecciones de capital; 104.000 en compra de activos malos.
O sea, las condiciones que propone Barroso para el acceso al nuevo apoyo apenas suavizarían el trágala. Se requiere mucho más para recomponer tanto jarrón roto.

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