LORENZO MEYER / EL NORTE
AGENDA CIUDADANA
"En el 'corazón de las tinieblas' de nuestra política económica está un sistema bancario del que aún seguimos sin saber exactamente cómo fue que nos heredó una enorme deuda y se volvió extranjero"
Lorenzo Meyer
La desgracia nacional en que se convirtió la banca mexicana a partir de su transformación a raíz de la gran crisis de 1982 -su rescate es hoy una deuda pública y pesa como piedra de molino alrededor del cuello colectivo, el crédito no fluye como debiera, sus servicios son muy caros e ineficientes- no es un problema sólo de México. Pero un mal de muchos no es consuelo.
Paul Krugman, economista norteamericano, Premio Nobel y crítico agudo de las reglas que hoy gobiernan a la economía de su país, al justificar y aplaudir las protestas callejeras de los "ocupas" de Wall Street, hace un resumen en tres actos del desastre económico que hoy afecta al mundo: "En el primer acto, los banqueros se aprovechan de la disminución de los controles gubernamentales para irse por la libre (además de darse compensaciones fabulosas) y crear grandes burbujas [especulativas] con préstamos irresponsables. En el segundo, esas burbujas estallan, pero los bancos son rescatados con dinero público y de manera casi incondicional en tanto que la masa trabajadora debe pagar por los pecados de los banqueros. En el tercer acto, los banqueros muestran su agradecimiento dándole apoyo -y los recursos que aún poseen gracias al rescate- a los políticos que prometen bajarles a ellos los impuestos y desmantelar la poca vigilancia creada a raíz de la crisis", (The New York Times, 6 de octubre). El drama financiero en tres actos elaborado por Krugman para Estados Unidos no es muy diferente del que registra Irma Eréndira Sandoval para México en: Crisis, rentismo e intervencionismo neoliberal en la banca: México (1982-1999), (México, 2011).
Adentrarnos en la historia reciente de la banca mexicana es, para usar a Joseph Conrad, explorar nuestro "Corazón de las tinieblas", ese enorme y oscuro río de corrupción que fluye amenazador flanqueado por una espesa e impenetrable selva de impunidad donde, hasta hoy, la política se traga toda traza de justicia, de sentido de la decencia y de esperanza.
La parte trágica de la historia reciente de la banca mexicana es producto de los últimos años del régimen autoritario priista: del desmoronamiento del gobierno de José López Portillo al de Ernesto Zedillo. Pero el cambio de partido en el poder en el 2000 no significó el remedio del mal, sino su arraigamiento. Así pues, los últimos tres decenios de la historia de la banca privada en México se resumen como un proceso que, motivado por una crisis económica y política de gran envergadura, llevó a que esa banca pasara de ser privada, pero mexicana a ser estatal para luego volver a manos privadas mexicanas, pero ya distintas de las originales, para finalmente caer en otra crisis y terminar siendo privada, básicamente extranjera y poco relevante para el desarrollo del país. Se trata de una transformación notable por su ineficacia, opacidad, corrupción e impunidad, que al final dejó una carga descomunal sobre los hombros del contribuyente mexicano a través del Fobaproa. Para la autora de Crisis, rentismo e intervencionismo neoliberal en la banca, el caso de México es un ejemplo de lo que no debe hacerse en casos de crisis financieras (p. 294). Y si leemos a Krugman, resulta que el caso norteamericano, también lo es.
La hipótesis central que recorre todo el libro de Sandoval, que en su origen fue su tesis doctoral, se encuentra en el inicio y la prueba es el resto de la obra: "El neoliberalismo no debe entenderse como un proyecto económico con implicaciones políticas, sino como un proyecto político con consecuencias económicas" (p. 6). Con ese punto de partida, la obra se puede ver como una clase de anatomía de las etapas de la crisis financiera mexicana que muestra como las decisiones políticas explican la parte sustantiva del desafortunado proceso económico de los últimos tres decenios de nuestro país. En suma, que Harold Lasswell, un politólogo clásico, estaba en lo correcto cuando señaló que "La política es el estudio de quién consigue qué, cómo y cuándo" (World Politics and Personal Insecurity, Nueva York, reedición de 1950, p.3). Por ello, la historia reciente de la banca mexicana debe entenderse no como un proceso económico sino uno de política pura.
El principio del fin del modelo económico mexicano que en 1982 condujo a la nacionalización de la banca, es para Sandoval "una respuesta política tardía" o "desesperada" a un desastre provocado por la irresponsabilidad de José López Portillo. La nacionalización buscó cargar la culpa de la insolvencia internacional de México no en el espejismo petrolero creado por el gobierno sino "en los tiburones financieros" (pp. 57-60, 94). Ahora bien, según Sandoval, en este dramático e imprevisto inicio del neoliberalismo mexicano, ni la corrupción ni el rentismo jugaron un papel importante, ese correspondió a la improvisación política de un presidencialismo sin contrapesos. En 1982 la banca fue culpada, pero salvada de una quiebra inevitablemente como resultado de la crisis económica general (p. 100).
Con De la Madrid ya se puso en marcha el neoliberalismo teniendo plena conciencia de ello. Hubo entonces una reprivatización parcial a través de la Bolsa de tal manera que el Estado controló a los bancos, pero esos bancos ya no controlaron el dinero, (p.105). La especulación se instaló en la cabina de mando del nuevo sistema financiero y nació la nefasta clase de los "casabolseros".
De la Madrid fue el arranque, pero fue en el sexenio salinista cuando la acción política explica plenamente la naturaleza de las medidas económicas. Ahí una presidencia apremiada por su ilegitimidad original -el fraude de 1988- decidió la construcción de una nueva coalición política. Ese proceso de reconstrucción de las bases de apoyo de la Presidencia y del régimen, explica que la banca reprivatizada ya no volviera a los viejos banqueros sino a otros nuevos, a los "casabolseros" -Roberto Hérnandez es el ejemplo más conspicuo- y firmes aliados a Carlos Salinas: 18 grupos de neobanqueros adquirieron la banca por 38 mil millones de dólares sin que hasta hoy se sepa con certeza de dónde sacaron los fondos, (p. 129).
La nueva banca privada no jugó con las reglas del mercado como dictaba el canon neoliberal sino que fue protegida de la competencia auspiciada por el TLCAN por un cascarón que le construyó Salinas y fue regulada de manera muy laxa, por lo que pudo lanzarse a un auténtico frenesí especulativo -entre 1988 y 1992 el crédito bancario al sector privado creció a un ritmo 10 veces superior al del PIB-, lo que desembocaría en una nueva crisis, pero no antes de que sus dueños acumularan ganancias espectaculares. En Estados Unidos el margen de intermediación bancaria oscilaba entonces entre el 1.76 y el 2.87% pero en México llegó al 17.13%, (p. 167). La banca protegida mexicana ganaba más de 7 veces que la norteamericana por el mismo servicio. La contraparte de ese festín quedó retratado en la cena del 23 de febrero de 1993 en que Salinas -un virtuoso de la corrupción política- pidió 25 millones de dólares a cada uno de sus 30 invitados (750 millones en conjunto) para apoyar la campaña presidencial del PRI en puerta, (pp. 162-163).
Con Zedillo llegó la fuga del capital internacional especulativo que había propiciado Salinas, la economía se cayó y la burbuja de los neobanqueros estalló. De nueva cuenta, en vez de actuar según los principios neoliberales, el régimen moribundo rescató a sus aliados financieros. El Fobaproa absorbió una cartera que no iba a ser pagada por los deudores de la banca, incluyendo créditos mal dados a los propios neobanqueros. Aquí Sandoval muestra puntualmente la manera ilegal, absolutamente falta de transparencia en que los errores y corrupción del ala bancaria de la coalición salinista se convirtió en una deuda pública que para 2005 ascendía a 125 mil millones de dólares, (p. 198).
Supuestamente en 2000 el régimen político cambió, pero en realidad la coalición salinista se mantiene en control del poder político institucional. Y prueba de ellos es que sigue sin hacerse una verdadera auditoría al Fobaproa, pues la encomendada a Michael Mackey, canadiense, nunca dispuso de la documentación necesaria para llevar a buen fin su tarea. El cambio político hubiera llegado a México si supiéramos, siguiendo a Lasswell, quién exactamente se benefició y cómo, de las decisiones de política bancaria que tomaron Salinas y Zedillo. Si aún no lo sabemos es porque seguimos sin superar al pasado.
AGENDA CIUDADANA
"En el 'corazón de las tinieblas' de nuestra política económica está un sistema bancario del que aún seguimos sin saber exactamente cómo fue que nos heredó una enorme deuda y se volvió extranjero"
Lorenzo Meyer
La desgracia nacional en que se convirtió la banca mexicana a partir de su transformación a raíz de la gran crisis de 1982 -su rescate es hoy una deuda pública y pesa como piedra de molino alrededor del cuello colectivo, el crédito no fluye como debiera, sus servicios son muy caros e ineficientes- no es un problema sólo de México. Pero un mal de muchos no es consuelo.
Paul Krugman, economista norteamericano, Premio Nobel y crítico agudo de las reglas que hoy gobiernan a la economía de su país, al justificar y aplaudir las protestas callejeras de los "ocupas" de Wall Street, hace un resumen en tres actos del desastre económico que hoy afecta al mundo: "En el primer acto, los banqueros se aprovechan de la disminución de los controles gubernamentales para irse por la libre (además de darse compensaciones fabulosas) y crear grandes burbujas [especulativas] con préstamos irresponsables. En el segundo, esas burbujas estallan, pero los bancos son rescatados con dinero público y de manera casi incondicional en tanto que la masa trabajadora debe pagar por los pecados de los banqueros. En el tercer acto, los banqueros muestran su agradecimiento dándole apoyo -y los recursos que aún poseen gracias al rescate- a los políticos que prometen bajarles a ellos los impuestos y desmantelar la poca vigilancia creada a raíz de la crisis", (The New York Times, 6 de octubre). El drama financiero en tres actos elaborado por Krugman para Estados Unidos no es muy diferente del que registra Irma Eréndira Sandoval para México en: Crisis, rentismo e intervencionismo neoliberal en la banca: México (1982-1999), (México, 2011).
Adentrarnos en la historia reciente de la banca mexicana es, para usar a Joseph Conrad, explorar nuestro "Corazón de las tinieblas", ese enorme y oscuro río de corrupción que fluye amenazador flanqueado por una espesa e impenetrable selva de impunidad donde, hasta hoy, la política se traga toda traza de justicia, de sentido de la decencia y de esperanza.
La parte trágica de la historia reciente de la banca mexicana es producto de los últimos años del régimen autoritario priista: del desmoronamiento del gobierno de José López Portillo al de Ernesto Zedillo. Pero el cambio de partido en el poder en el 2000 no significó el remedio del mal, sino su arraigamiento. Así pues, los últimos tres decenios de la historia de la banca privada en México se resumen como un proceso que, motivado por una crisis económica y política de gran envergadura, llevó a que esa banca pasara de ser privada, pero mexicana a ser estatal para luego volver a manos privadas mexicanas, pero ya distintas de las originales, para finalmente caer en otra crisis y terminar siendo privada, básicamente extranjera y poco relevante para el desarrollo del país. Se trata de una transformación notable por su ineficacia, opacidad, corrupción e impunidad, que al final dejó una carga descomunal sobre los hombros del contribuyente mexicano a través del Fobaproa. Para la autora de Crisis, rentismo e intervencionismo neoliberal en la banca, el caso de México es un ejemplo de lo que no debe hacerse en casos de crisis financieras (p. 294). Y si leemos a Krugman, resulta que el caso norteamericano, también lo es.
La hipótesis central que recorre todo el libro de Sandoval, que en su origen fue su tesis doctoral, se encuentra en el inicio y la prueba es el resto de la obra: "El neoliberalismo no debe entenderse como un proyecto económico con implicaciones políticas, sino como un proyecto político con consecuencias económicas" (p. 6). Con ese punto de partida, la obra se puede ver como una clase de anatomía de las etapas de la crisis financiera mexicana que muestra como las decisiones políticas explican la parte sustantiva del desafortunado proceso económico de los últimos tres decenios de nuestro país. En suma, que Harold Lasswell, un politólogo clásico, estaba en lo correcto cuando señaló que "La política es el estudio de quién consigue qué, cómo y cuándo" (World Politics and Personal Insecurity, Nueva York, reedición de 1950, p.3). Por ello, la historia reciente de la banca mexicana debe entenderse no como un proceso económico sino uno de política pura.
El principio del fin del modelo económico mexicano que en 1982 condujo a la nacionalización de la banca, es para Sandoval "una respuesta política tardía" o "desesperada" a un desastre provocado por la irresponsabilidad de José López Portillo. La nacionalización buscó cargar la culpa de la insolvencia internacional de México no en el espejismo petrolero creado por el gobierno sino "en los tiburones financieros" (pp. 57-60, 94). Ahora bien, según Sandoval, en este dramático e imprevisto inicio del neoliberalismo mexicano, ni la corrupción ni el rentismo jugaron un papel importante, ese correspondió a la improvisación política de un presidencialismo sin contrapesos. En 1982 la banca fue culpada, pero salvada de una quiebra inevitablemente como resultado de la crisis económica general (p. 100).
Con De la Madrid ya se puso en marcha el neoliberalismo teniendo plena conciencia de ello. Hubo entonces una reprivatización parcial a través de la Bolsa de tal manera que el Estado controló a los bancos, pero esos bancos ya no controlaron el dinero, (p.105). La especulación se instaló en la cabina de mando del nuevo sistema financiero y nació la nefasta clase de los "casabolseros".
De la Madrid fue el arranque, pero fue en el sexenio salinista cuando la acción política explica plenamente la naturaleza de las medidas económicas. Ahí una presidencia apremiada por su ilegitimidad original -el fraude de 1988- decidió la construcción de una nueva coalición política. Ese proceso de reconstrucción de las bases de apoyo de la Presidencia y del régimen, explica que la banca reprivatizada ya no volviera a los viejos banqueros sino a otros nuevos, a los "casabolseros" -Roberto Hérnandez es el ejemplo más conspicuo- y firmes aliados a Carlos Salinas: 18 grupos de neobanqueros adquirieron la banca por 38 mil millones de dólares sin que hasta hoy se sepa con certeza de dónde sacaron los fondos, (p. 129).
La nueva banca privada no jugó con las reglas del mercado como dictaba el canon neoliberal sino que fue protegida de la competencia auspiciada por el TLCAN por un cascarón que le construyó Salinas y fue regulada de manera muy laxa, por lo que pudo lanzarse a un auténtico frenesí especulativo -entre 1988 y 1992 el crédito bancario al sector privado creció a un ritmo 10 veces superior al del PIB-, lo que desembocaría en una nueva crisis, pero no antes de que sus dueños acumularan ganancias espectaculares. En Estados Unidos el margen de intermediación bancaria oscilaba entonces entre el 1.76 y el 2.87% pero en México llegó al 17.13%, (p. 167). La banca protegida mexicana ganaba más de 7 veces que la norteamericana por el mismo servicio. La contraparte de ese festín quedó retratado en la cena del 23 de febrero de 1993 en que Salinas -un virtuoso de la corrupción política- pidió 25 millones de dólares a cada uno de sus 30 invitados (750 millones en conjunto) para apoyar la campaña presidencial del PRI en puerta, (pp. 162-163).
Con Zedillo llegó la fuga del capital internacional especulativo que había propiciado Salinas, la economía se cayó y la burbuja de los neobanqueros estalló. De nueva cuenta, en vez de actuar según los principios neoliberales, el régimen moribundo rescató a sus aliados financieros. El Fobaproa absorbió una cartera que no iba a ser pagada por los deudores de la banca, incluyendo créditos mal dados a los propios neobanqueros. Aquí Sandoval muestra puntualmente la manera ilegal, absolutamente falta de transparencia en que los errores y corrupción del ala bancaria de la coalición salinista se convirtió en una deuda pública que para 2005 ascendía a 125 mil millones de dólares, (p. 198).
Supuestamente en 2000 el régimen político cambió, pero en realidad la coalición salinista se mantiene en control del poder político institucional. Y prueba de ellos es que sigue sin hacerse una verdadera auditoría al Fobaproa, pues la encomendada a Michael Mackey, canadiense, nunca dispuso de la documentación necesaria para llevar a buen fin su tarea. El cambio político hubiera llegado a México si supiéramos, siguiendo a Lasswell, quién exactamente se benefició y cómo, de las decisiones de política bancaria que tomaron Salinas y Zedillo. Si aún no lo sabemos es porque seguimos sin superar al pasado.
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