Alejandro Nadal / la Jornada
Cuando estalló la crisis a finales de 2007, el pronóstico no era nada bueno. Pero la gravedad del asunto se disfrazó con una terminología inofensiva: se habló de recesión, lo que inmediatamente invitaba a examinar cómo sería la recuperación. El debate se encuadró en una discusión sobre la forma de la recuperación. En especial se habló mucho sobre la posibilidad de una recesión en forma de W, es decir, con una primera caída seguida de una recuperación y posteriormente de otra recaída. Hoy parece que ese pronóstico está por cumplirse. Y no hay que olvidarlo: las recaídas son peores.
Los principales polos de crecimiento de la economía mundial se encuentran en dificultades y tenemos por delante un largo proceso de estancamiento y de desigualdad creciente. China está por enfrentar su primera crisis capitalista severa. Convencionalmente se le ha presentado como un modelo exitoso basado en una pujante inversión, cambio tecnológico y competitividad. Pero pocas veces se reconoce que su sector bancario está enfrentando graves problemas. Su impresionante cartera vencida es el resultado de una política monetaria y crediticia que propició el endeudamiento excesivo y la especulación inmobiliaria. Los préstamos casi alcanzan 3 billones (castellanos) de dólares y eso ha empujado los precios de los bienes inmuebles al alza. La inversión en bienes raíces está saturada y existen departamentos vacíos con capacidad para 200 millones de personas. La burbuja inmobiliaria en China ya alcanza proporciones míticas y el día del desplome los efectos se sentirán en todo el mundo.
La presión sobre los costos laborales se intensifica, al tiempo que la sobreinversión ha generado un asombroso exceso de capacidad instalada. Hoy los rendimientos que sirvieron para justificar las inversiones de ayer no están al nivel requerido para cubrir los costos y las cargas financieras. Las expectativas favorables de los inversionistas de años pasados pueden no cumplirse. China descubrirá que la esencia del capitalismo tiene dos pilares: por un lado el crecimiento económico, impulsado por la competencia intercapitalista; por el otro, la tendencia a la inestabilidad y el estancamiento. Se enterarán en Pekín que los motores del dinamismo y del crecimiento son al mismo tiempo los generadores de la disfuncionalidad y la crisis.
En la Unión Europea la política de austeridad condena al estancamiento. No servirá para reactivar la economía a través de una supuesta reducción en las tasas de interés. Tampoco será útil para alentar la creación de empleos. Ni siquiera servirá para rescatar las finanzas públicas porque la recaudación se desplomará y el endeudamiento tendrá que continuar.
En su carrera loca por maximizar ganancias, el capitalismo europeo pretende eliminar cualquier indicio de solidaridad con la clase trabajadora, reduciendo costos laborales y suprimiendo derechos en el lugar de trabajo. Ese ha sido el sueño de los dueños del capital: la sumisión del Estado a través del endeudamiento. Para desmantelar lo que queda del estado de bienestar, el sometimiento político a la esfera financiera es ideal.
En Europa asistimos a una obra maestra de engaño y manipulación: el colapso financiero se convirtió en crisis de la deuda soberana de los países europeos, lo que incluso amenaza la supervivencia de la moneda única. El derrumbe financiero que se gestó en el sector privado se transmutó en crisis de las finanzas públicas porque el costo gigantesco de la crisis se socializó, mientras que las ganancias permanecieron en la esfera privada. Es un proceso de una gran violencia social.
En Estados Unidos, epicentro de la crisis, la política fiscal ya se inclinó por la austeridad. Decir que los indicadores sobre empleo y evolución de la industria manufacturera son desalentadores es un piropo. A pesar de ello, en Washington nadie quiere oír hablar de estímulos fiscales para la economía, comenzando por Obama: está demasiado ocupado recaudando fondos en Wall Street para la contienda electoral que se aproxima.
En materia de política monetaria, el salvavidas de la flexibilidad cuantitativa está a punto de desaparecer. La Reserva federal no reanudará la inyección de liquidez adquiriendo títulos del gobierno federal. De todos modos, hasta el momento, los únicos que se beneficiaron de dicha política fueron los bancos y las grandes corporaciones que han visto su tesorería ahogarse en liquidez.
Hace mucho que el Estado en las economías capitalistas dejó de ser una instancia para resolver los conflictos sociales (incluyendo el de la distribución). Pero ahora el denominador común es que el Estado se ha consolidado como agente del capital financiero y como instrumento de dominación que repudia las demandas de la población. Se han cumplido así los más caros anhelos de la clase capitalista y se inicia una nueva etapa en la historia del capitalismo. No será una etapa larga y tendrá que resolverse en el terreno de la política.
Cuando estalló la crisis a finales de 2007, el pronóstico no era nada bueno. Pero la gravedad del asunto se disfrazó con una terminología inofensiva: se habló de recesión, lo que inmediatamente invitaba a examinar cómo sería la recuperación. El debate se encuadró en una discusión sobre la forma de la recuperación. En especial se habló mucho sobre la posibilidad de una recesión en forma de W, es decir, con una primera caída seguida de una recuperación y posteriormente de otra recaída. Hoy parece que ese pronóstico está por cumplirse. Y no hay que olvidarlo: las recaídas son peores.
Los principales polos de crecimiento de la economía mundial se encuentran en dificultades y tenemos por delante un largo proceso de estancamiento y de desigualdad creciente. China está por enfrentar su primera crisis capitalista severa. Convencionalmente se le ha presentado como un modelo exitoso basado en una pujante inversión, cambio tecnológico y competitividad. Pero pocas veces se reconoce que su sector bancario está enfrentando graves problemas. Su impresionante cartera vencida es el resultado de una política monetaria y crediticia que propició el endeudamiento excesivo y la especulación inmobiliaria. Los préstamos casi alcanzan 3 billones (castellanos) de dólares y eso ha empujado los precios de los bienes inmuebles al alza. La inversión en bienes raíces está saturada y existen departamentos vacíos con capacidad para 200 millones de personas. La burbuja inmobiliaria en China ya alcanza proporciones míticas y el día del desplome los efectos se sentirán en todo el mundo.
La presión sobre los costos laborales se intensifica, al tiempo que la sobreinversión ha generado un asombroso exceso de capacidad instalada. Hoy los rendimientos que sirvieron para justificar las inversiones de ayer no están al nivel requerido para cubrir los costos y las cargas financieras. Las expectativas favorables de los inversionistas de años pasados pueden no cumplirse. China descubrirá que la esencia del capitalismo tiene dos pilares: por un lado el crecimiento económico, impulsado por la competencia intercapitalista; por el otro, la tendencia a la inestabilidad y el estancamiento. Se enterarán en Pekín que los motores del dinamismo y del crecimiento son al mismo tiempo los generadores de la disfuncionalidad y la crisis.
En la Unión Europea la política de austeridad condena al estancamiento. No servirá para reactivar la economía a través de una supuesta reducción en las tasas de interés. Tampoco será útil para alentar la creación de empleos. Ni siquiera servirá para rescatar las finanzas públicas porque la recaudación se desplomará y el endeudamiento tendrá que continuar.
En su carrera loca por maximizar ganancias, el capitalismo europeo pretende eliminar cualquier indicio de solidaridad con la clase trabajadora, reduciendo costos laborales y suprimiendo derechos en el lugar de trabajo. Ese ha sido el sueño de los dueños del capital: la sumisión del Estado a través del endeudamiento. Para desmantelar lo que queda del estado de bienestar, el sometimiento político a la esfera financiera es ideal.
En Europa asistimos a una obra maestra de engaño y manipulación: el colapso financiero se convirtió en crisis de la deuda soberana de los países europeos, lo que incluso amenaza la supervivencia de la moneda única. El derrumbe financiero que se gestó en el sector privado se transmutó en crisis de las finanzas públicas porque el costo gigantesco de la crisis se socializó, mientras que las ganancias permanecieron en la esfera privada. Es un proceso de una gran violencia social.
En Estados Unidos, epicentro de la crisis, la política fiscal ya se inclinó por la austeridad. Decir que los indicadores sobre empleo y evolución de la industria manufacturera son desalentadores es un piropo. A pesar de ello, en Washington nadie quiere oír hablar de estímulos fiscales para la economía, comenzando por Obama: está demasiado ocupado recaudando fondos en Wall Street para la contienda electoral que se aproxima.
En materia de política monetaria, el salvavidas de la flexibilidad cuantitativa está a punto de desaparecer. La Reserva federal no reanudará la inyección de liquidez adquiriendo títulos del gobierno federal. De todos modos, hasta el momento, los únicos que se beneficiaron de dicha política fueron los bancos y las grandes corporaciones que han visto su tesorería ahogarse en liquidez.
Hace mucho que el Estado en las economías capitalistas dejó de ser una instancia para resolver los conflictos sociales (incluyendo el de la distribución). Pero ahora el denominador común es que el Estado se ha consolidado como agente del capital financiero y como instrumento de dominación que repudia las demandas de la población. Se han cumplido así los más caros anhelos de la clase capitalista y se inicia una nueva etapa en la historia del capitalismo. No será una etapa larga y tendrá que resolverse en el terreno de la política.
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