Mario Rodarte E / El Financiero
Se entiende que en un ambiente competitivo se presentan las mejores condiciones para un crecimiento sano de las empresas, el empleo, la economía y el bienestar de la población. Y para contar con un ambiente competitivo se requieren varias condiciones, como el que exista información amplia sobre los productos y los mercados, para todos los participantes; que haya libertad completa para entrar y salir al mercado en el momento que alguien lo decida; tener una regulación neutral y que no haya externalidades.
Sería ideal que en el país tuviéramos un entorno así. No obstante, la mayoría de las veces encontramos obstáculos para que ese ambiente competitivo se mantenga y ayude al crecimiento.
Muchos de estos obstáculos son puestos por la misma autoridad, que en su afán de quedar bien con cierto grupo de electores interviene en los mercados, causando un caos y desalineando los incentivos para que todos compitan por igual, y en muchos casos favoreciendo sólo a un participante.
El mercado de los energéticos es uno de estos casos, donde la manipulación de precios, supuestamente en forma ordenada y programada, para que no afecte las expectativas inflacionarias, causa una serie de efectos negativos en algunas industrias, favorece a un grupo de consumidores, y es contraproducente en términos de la política a favor del medio ambiente.
Otra de las actividades favoritas de la autoridad es la regulación no neutral, que favorece descaradamente a algún participante, normalmente empresa, y que le ofrece múltiples oportunidades para que esa empresa se beneficie más de lo normal, todo a costa de los consumidores.
Otra de las actividades que encanta a las autoridades es el asunto de manejar todo en un esquema de concesiones, lo que hace que sólo sea un participante quien recibe todos los beneficios, ya que la concesión se convierte en una barrera muy difícil de traspasar.
Este asunto de las concesiones es una combinación fatal de obstáculos que involucran tanto la falta de información como la regulación no neutral y las barreras a la entrada, convirtiéndose, entonces, en una verdadera carga para los consumidores.
Este asunto de legislar para que las cosas se hagan sólo mediante concesiones es un esquema que en el pasado, y hoy en día, rinde beneficios políticos y posiblemente de otro tipo a quienes los diseñan, operan y se encargan de que no cambien.
Un sitio de taxis, por ejemplo, es una concesión que implica ingresos extraordinarios para quien la obtiene, y a cambio de eso tiene que compartir con quien o quienes se la otorgaron; tiene que participar en todos los mítines, marchas y plantones que le pidan, y conceder el uso, sin costo, de los servicios a quienes le indique el otorgante de la concesión.
Esto de las concesiones de taxis es sólo un ejemplo, de muchos, donde hoy en día estamos viendo una lucha feroz entre diferentes implicados por mantener sus concesiones balanceadas en términos de lo que se me permite hacer y tener a mí y lo que tienen y hacen mis competidores.
Todos los competidores ganan, aunque algunos más que otros, y esa ansia de poder y de ingreso es lo que le está dando al traste al ambiente de paz social en que nos gustaría vivir a los mexicanos.
De fondo, a cualquiera de nosotros nos gustaría tener una concesión, que sería como tener una mina en la que sólo hay que trabajar lo mínimo para ir consiguiendo un ingreso sin realmente esforzarse demasiado. Esa concesión muy pronto elevará su valor, ya que en cuanto alguien más se dé cuenta de cómo funciona el mecanismo, inmediatamente saldrá a hacer una oferta por tenerla.
Cuando se presenta el asunto de las prohibiciones legales para hacer ciertas cosas, o bien el de un duro trámite para contar con una autorización, y esto se combina con la corrupción rampante que sufrimos en el país, se presenta el peor de los escenarios. Pongamos por ejemplo un antro:
Es claro que están prohibidos casi en cualquier parte y que obtener un permiso es algo punto menos que imposible, a menos que se quiera cobrar un favor político, o se esté dispuesto a pagar un dineral por el mismo. Queda claro que el dueño del sitio podrá hacerse millonario, a pesar de las quejas de todos los vecinos y de las presiones que reciba de quien quiera.
Esta persona o grupo se hará de un nivel de poder impresionante, ya que de seguro habrán sesiones a las que sólo asistirán los cuates y los hijos y amigos de los cuates, lo que le garantiza que el favor recibido se empieza a pagar, o bien que parte del dinero que se paga por tener la autorización de seguir operando ilegalmente ya se empezará a pagar en especie.
Por donde miremos es posible observar casos de esta combinación nefasta, y no se diga en el cerrado círculo gubernamental, donde para poder entrar a ser proveedor o contratista se debe seguir un esquema similar, ya que todo mundo sabe que lograrlo implica desembolsar fuertes sumas de dinero, ser discreto y tener paciencia.
En esta triste realidad estamos condenados a seguir padeciendo el crecimiento menos que mediocre que hemos observado en las últimas tres décadas, en las que al parecer hemos cambiado todo, para que no cambie nada y los mexicanos sigamos igual.
Se entiende que en un ambiente competitivo se presentan las mejores condiciones para un crecimiento sano de las empresas, el empleo, la economía y el bienestar de la población. Y para contar con un ambiente competitivo se requieren varias condiciones, como el que exista información amplia sobre los productos y los mercados, para todos los participantes; que haya libertad completa para entrar y salir al mercado en el momento que alguien lo decida; tener una regulación neutral y que no haya externalidades.
Sería ideal que en el país tuviéramos un entorno así. No obstante, la mayoría de las veces encontramos obstáculos para que ese ambiente competitivo se mantenga y ayude al crecimiento.
Muchos de estos obstáculos son puestos por la misma autoridad, que en su afán de quedar bien con cierto grupo de electores interviene en los mercados, causando un caos y desalineando los incentivos para que todos compitan por igual, y en muchos casos favoreciendo sólo a un participante.
El mercado de los energéticos es uno de estos casos, donde la manipulación de precios, supuestamente en forma ordenada y programada, para que no afecte las expectativas inflacionarias, causa una serie de efectos negativos en algunas industrias, favorece a un grupo de consumidores, y es contraproducente en términos de la política a favor del medio ambiente.
Otra de las actividades favoritas de la autoridad es la regulación no neutral, que favorece descaradamente a algún participante, normalmente empresa, y que le ofrece múltiples oportunidades para que esa empresa se beneficie más de lo normal, todo a costa de los consumidores.
Otra de las actividades que encanta a las autoridades es el asunto de manejar todo en un esquema de concesiones, lo que hace que sólo sea un participante quien recibe todos los beneficios, ya que la concesión se convierte en una barrera muy difícil de traspasar.
Este asunto de las concesiones es una combinación fatal de obstáculos que involucran tanto la falta de información como la regulación no neutral y las barreras a la entrada, convirtiéndose, entonces, en una verdadera carga para los consumidores.
Este asunto de legislar para que las cosas se hagan sólo mediante concesiones es un esquema que en el pasado, y hoy en día, rinde beneficios políticos y posiblemente de otro tipo a quienes los diseñan, operan y se encargan de que no cambien.
Un sitio de taxis, por ejemplo, es una concesión que implica ingresos extraordinarios para quien la obtiene, y a cambio de eso tiene que compartir con quien o quienes se la otorgaron; tiene que participar en todos los mítines, marchas y plantones que le pidan, y conceder el uso, sin costo, de los servicios a quienes le indique el otorgante de la concesión.
Esto de las concesiones de taxis es sólo un ejemplo, de muchos, donde hoy en día estamos viendo una lucha feroz entre diferentes implicados por mantener sus concesiones balanceadas en términos de lo que se me permite hacer y tener a mí y lo que tienen y hacen mis competidores.
Todos los competidores ganan, aunque algunos más que otros, y esa ansia de poder y de ingreso es lo que le está dando al traste al ambiente de paz social en que nos gustaría vivir a los mexicanos.
De fondo, a cualquiera de nosotros nos gustaría tener una concesión, que sería como tener una mina en la que sólo hay que trabajar lo mínimo para ir consiguiendo un ingreso sin realmente esforzarse demasiado. Esa concesión muy pronto elevará su valor, ya que en cuanto alguien más se dé cuenta de cómo funciona el mecanismo, inmediatamente saldrá a hacer una oferta por tenerla.
Cuando se presenta el asunto de las prohibiciones legales para hacer ciertas cosas, o bien el de un duro trámite para contar con una autorización, y esto se combina con la corrupción rampante que sufrimos en el país, se presenta el peor de los escenarios. Pongamos por ejemplo un antro:
Es claro que están prohibidos casi en cualquier parte y que obtener un permiso es algo punto menos que imposible, a menos que se quiera cobrar un favor político, o se esté dispuesto a pagar un dineral por el mismo. Queda claro que el dueño del sitio podrá hacerse millonario, a pesar de las quejas de todos los vecinos y de las presiones que reciba de quien quiera.
Esta persona o grupo se hará de un nivel de poder impresionante, ya que de seguro habrán sesiones a las que sólo asistirán los cuates y los hijos y amigos de los cuates, lo que le garantiza que el favor recibido se empieza a pagar, o bien que parte del dinero que se paga por tener la autorización de seguir operando ilegalmente ya se empezará a pagar en especie.
Por donde miremos es posible observar casos de esta combinación nefasta, y no se diga en el cerrado círculo gubernamental, donde para poder entrar a ser proveedor o contratista se debe seguir un esquema similar, ya que todo mundo sabe que lograrlo implica desembolsar fuertes sumas de dinero, ser discreto y tener paciencia.
En esta triste realidad estamos condenados a seguir padeciendo el crecimiento menos que mediocre que hemos observado en las últimas tres décadas, en las que al parecer hemos cambiado todo, para que no cambie nada y los mexicanos sigamos igual.
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