Mauricio Meschoulam / El Universal
Que no estará marcada por el tema de la seguridad, dicen. Que no está narcotizada la agenda. Que hay muchas cuestiones más en esta cumbre pues la temática bilateral es amplia. Que la reunión estaba ya planeada, pues como dijo el vocero Carney: “El presidente está comprometido con la fuerte sociedad que EU tiene con México”. La realidad es que si buscamos entender este tipo de reuniones de alto nivel exclusivamente en la coyuntura de las últimas semanas tendremos una visión incompleta acerca de la materia. Hay que irse un poco atrás. Hay movimientos, hay entornos y contextos. Y hay discurso.
Se trata de un importante sector de la administración pública estadounidense y fuera de ella, que ve un creciente riesgo por lo que ocurre en nuestro país (para su seguridad nacional, al margen de la nuestra). Ya desde hace algunos meses Armando Azúa en Excélsior (Nov 2, 2010) documentaba la presencia de importantes think-tanks en el discurso del Departamento de Estado con respecto al uso de terminología como Estado fallido, narcoinsurgencia o narcoterrorismo. Se habla de analistas como John Sullivan, y sus reportes para el Small Wars Journal, o los del Centro Para una Nueva Seguridad Americana. Como lo analizamos en el Observatorio de Medios de la Universidad Iberoamericana, el empleo de este tipo de expresiones es independiente de fenómenos como el terrorismo.
El uso estratégico del discurso por parte de importantes actores en EU refleja una intencionalidad que se dibujó con claridad. Los WikiLeaks revelaron la percepción de ciertos miembros del propio Departamento de Estado acerca de la debilidad de nuestro gobierno para enfrentar la crisis de seguridad. Posteriormente el subsecretario del ejército Westphal dijo que ante el peligro potencial de que los cárteles tomasen control del gobierno en México, EU se vería obligado a intervenir incluso cruzando las fronteras. Luego Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interna (DHS), afirmó el riesgo de nexos entre Al Qaeda y organizaciones criminales en el país. Una vez más, no se trata de validar la existencia de estos nexos, sino de comprender la direccionalidad del lenguaje. Y la lógica no es demasiado difícil de entender: “Hay peligro al sur de nuestras fronteras. Estamos demasiado enfocados en lo que pasa en otras latitudes cuando deberíamos estar más presentes para detener el riesgo de posibles contagios. Deberíamos asignar recursos económicos y humanos para tal objeto”. Por si fuera poco, ocurre el atentado en contra de dos agentes del ICE. Después vienen más declaraciones de un lado y del otro. Más cables filtrados y declaraciones. Éste es el contexto de la cumbre.
Obama, al parecer, no estaba muy convencido acerca del discurso con respecto a México que se venía tejiendo desde el Pentágono hasta el Departamento de Estado, pasando por el DHS. Así lo mostró en septiembre del 2010 cuando enmendaba la plana a Clinton por sus declaraciones. México, para él, no podría ser comparable a Colombia. No era una “insurgencia”, sino una “democracia amplia y progresiva”, lo que definía a nuestro país. Pero eso era entonces, no ahora. El tiempo pasa y la presión se ejerce.
Seguramente la reunión de los presidentes buscará restablecer lazos de comunicación que eviten malos entendidos. Pero es bastante posible que el Obama de hoy, envejecido en unos pocos años debido al mundo que le tocó vivir, tenga otro tipo de ideas en torno a lo que se debe hacer con México. No nos sorprenda que la influencia producida desde al menos tres frentes distintos en su administración haya finalmente causado fuertes impactos en su percepción, y por tanto hoy el presidente demócrata esté pensando en maneras más activas de conseguir que la complicada situación en nuestro país cambie de curso y no trascienda las fronteras.
La agenda que une y separa nuestros países es amplia y compleja. Pero hoy parece haber mucho que atender en el planeta que se le escapa a Obama de las manos como para prestar atención a otra cosa que la seguridad nacional de su país.
Internacionalista
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