León Bendesky / La Jornada
La estructura y la dinámica de la población cambian de manera rápida en todas partes. Tal vez el proceso marche más aprisa que la capacidad, la posibilidad o la voluntad de ajuste de las sociedades según su modo actual de funcionamiento. Este desfase va a definir muchas de las condiciones de los arreglos sociales en el mundo.
El cambio demográfico está ligado a las formas en que se produce y se crea el empleo y los ingresos para las familias. Es un referente del modo en que se distribuye y se apropia la producción. Es, también, un elemento clave en las pautas del acceso a los recursos naturales básicos, como el caso del agua. Y está íntimamente asociado con la manera en que se constituyen y asignan los recursos financieros en el tiempo, como pasa con las pensiones.
La demografía es una fuente potencial de conflictos, pues es a la vez manifestación y determinante de los procesos sociales que son, por naturaleza, de índole transgeneracional.
La semana pasada se conocieron algunos datos iniciales de los resultados del Censo de Población en Estados Unidos. Una de las cuestiones que fue puesta de relieve en el anuncio oficial fue el rápido aumento de la población de origen hispano.
Para estos efectos el origen hispano se toma como “la herencia, el grupo nacional, linaje o país de nacimiento de las persona o de sus padres o ancestros antes de su llegada a Estados Unidos. Las personas que identifiquen su origen como hispano, latino o español pueden ser de cualquier raza”. Así, se señala que “hispano o latino se refiere a una persona de cultura u origen cubano, mexicano, puertorriqueño, de Sur o Centro América o español”.
En 2010 se contaron un total de 50 millones y medio de hispanos en Estados Unidos, de una población total de 308.7 millones de personas. Esto equivale a 16.3 por ciento, y significó un crecimiento de 15.2 millones de personas y una tasa de crecimiento de 43 por ciento con respecto al censo de 2000. Este grupo representó más de la mitad del aumento total del número de personas. En ese mismo lapso la población total creció 9.7 por ciento.
La población no hispana creció 5 por ciento y aquellos que reportaron ser de raza blanca aumentó a una tasa de uno por ciento y su proporción en el total bajó de 69 a 64 por ciento.
Los cambios demográficos detrás de estos datos son complejos y tienen implicaciones sociales y económicas relevantes. Valgan unas consideraciones. En 1800 la tasa de fertilidad entre las mujeres estadunidenses era del orden de 7, la expectativa de vida estaba por debajo de 40 años y la mediana de edad era de 16. Hoy la tasa de fertilidad es menor a 2, la esperanza de vida es de 80 años y la mediana de edad es 36.
Esto significa que al vivir el doble de tiempo y tener menos hijos, la población envejece, lo que según se advierte de los datos del censo debe descomponerse por los distintos grupos de población. En 1790 menos de 2 por ciento de la población en aquel país tenía más de 65 años, en 1970 era más de 10 por ciento. Hoy, la proporción es 13 por ciento y se estima que en 2030 ese segmento de edad representará más de 30 por ciento de la población total. La población de más de 65 años es la que más crece actualmente.
Este fenómeno poblacional es relevante para México, y son varias las cuestiones involucradas. Sólo en la última década y por el efecto de las continuas crisis económicas, la emigración hacia Estados Unidos ha sido relevante en el terreno laboral y de creación de ingresos para las familias.
Seguramente que las condiciones del desempleo en el país serían mucho más graves sin este éxodo, igual que la situación de muchas de las comunidades pobres. La evaluación de las políticas públicas sería muy distinta, así como la complacencia que hay en el gobierno, y el ingreso de las divisas por concepto de remesas no habría tenido el volumen ni el destino que se han registrado.
No hemos hecho una vinculación suficiente del fenómeno demográfico y migratorio en el país con la gestión de la economía y las medidas sociales asociadas con el bienestar en los años recientes, cuando menos desde mediados de la década de 1990.
Por otra parte, hemos visto también que a medida que ha ido cambiando la dinámica demográfica con el proceso de globalización, lo que ha significado la oleada de migrantes en Estados Unidos y Europa, han ido apareciendo formas de resistencia en diversas partes. Los "vigilantes" en la frontera con Arizona o la violencia asociada con los pasos ilegales, son unos casos en cuestión, o bien las posiciones de los gobiernos y partidos de la derecha en Europa.
Las muestras de tolerancia en este campo son frágiles, por decir lo menos. En México, el proceso demográfico no está desligado de lo que ocurre en términos transfronterizos con Estados Unidos, y los datos del censo de 2010 que irán apareciendo en las próximas semanas serán insumos relevantes para acomodar nuestras propias formas de ajuste ante la transición demográfica y su expresión espacial y territorial que ya está en curso.
La estructura y la dinámica de la población cambian de manera rápida en todas partes. Tal vez el proceso marche más aprisa que la capacidad, la posibilidad o la voluntad de ajuste de las sociedades según su modo actual de funcionamiento. Este desfase va a definir muchas de las condiciones de los arreglos sociales en el mundo.
El cambio demográfico está ligado a las formas en que se produce y se crea el empleo y los ingresos para las familias. Es un referente del modo en que se distribuye y se apropia la producción. Es, también, un elemento clave en las pautas del acceso a los recursos naturales básicos, como el caso del agua. Y está íntimamente asociado con la manera en que se constituyen y asignan los recursos financieros en el tiempo, como pasa con las pensiones.
La demografía es una fuente potencial de conflictos, pues es a la vez manifestación y determinante de los procesos sociales que son, por naturaleza, de índole transgeneracional.
La semana pasada se conocieron algunos datos iniciales de los resultados del Censo de Población en Estados Unidos. Una de las cuestiones que fue puesta de relieve en el anuncio oficial fue el rápido aumento de la población de origen hispano.
Para estos efectos el origen hispano se toma como “la herencia, el grupo nacional, linaje o país de nacimiento de las persona o de sus padres o ancestros antes de su llegada a Estados Unidos. Las personas que identifiquen su origen como hispano, latino o español pueden ser de cualquier raza”. Así, se señala que “hispano o latino se refiere a una persona de cultura u origen cubano, mexicano, puertorriqueño, de Sur o Centro América o español”.
En 2010 se contaron un total de 50 millones y medio de hispanos en Estados Unidos, de una población total de 308.7 millones de personas. Esto equivale a 16.3 por ciento, y significó un crecimiento de 15.2 millones de personas y una tasa de crecimiento de 43 por ciento con respecto al censo de 2000. Este grupo representó más de la mitad del aumento total del número de personas. En ese mismo lapso la población total creció 9.7 por ciento.
La población no hispana creció 5 por ciento y aquellos que reportaron ser de raza blanca aumentó a una tasa de uno por ciento y su proporción en el total bajó de 69 a 64 por ciento.
Los cambios demográficos detrás de estos datos son complejos y tienen implicaciones sociales y económicas relevantes. Valgan unas consideraciones. En 1800 la tasa de fertilidad entre las mujeres estadunidenses era del orden de 7, la expectativa de vida estaba por debajo de 40 años y la mediana de edad era de 16. Hoy la tasa de fertilidad es menor a 2, la esperanza de vida es de 80 años y la mediana de edad es 36.
Esto significa que al vivir el doble de tiempo y tener menos hijos, la población envejece, lo que según se advierte de los datos del censo debe descomponerse por los distintos grupos de población. En 1790 menos de 2 por ciento de la población en aquel país tenía más de 65 años, en 1970 era más de 10 por ciento. Hoy, la proporción es 13 por ciento y se estima que en 2030 ese segmento de edad representará más de 30 por ciento de la población total. La población de más de 65 años es la que más crece actualmente.
Este fenómeno poblacional es relevante para México, y son varias las cuestiones involucradas. Sólo en la última década y por el efecto de las continuas crisis económicas, la emigración hacia Estados Unidos ha sido relevante en el terreno laboral y de creación de ingresos para las familias.
Seguramente que las condiciones del desempleo en el país serían mucho más graves sin este éxodo, igual que la situación de muchas de las comunidades pobres. La evaluación de las políticas públicas sería muy distinta, así como la complacencia que hay en el gobierno, y el ingreso de las divisas por concepto de remesas no habría tenido el volumen ni el destino que se han registrado.
No hemos hecho una vinculación suficiente del fenómeno demográfico y migratorio en el país con la gestión de la economía y las medidas sociales asociadas con el bienestar en los años recientes, cuando menos desde mediados de la década de 1990.
Por otra parte, hemos visto también que a medida que ha ido cambiando la dinámica demográfica con el proceso de globalización, lo que ha significado la oleada de migrantes en Estados Unidos y Europa, han ido apareciendo formas de resistencia en diversas partes. Los "vigilantes" en la frontera con Arizona o la violencia asociada con los pasos ilegales, son unos casos en cuestión, o bien las posiciones de los gobiernos y partidos de la derecha en Europa.
Las muestras de tolerancia en este campo son frágiles, por decir lo menos. En México, el proceso demográfico no está desligado de lo que ocurre en términos transfronterizos con Estados Unidos, y los datos del censo de 2010 que irán apareciendo en las próximas semanas serán insumos relevantes para acomodar nuestras propias formas de ajuste ante la transición demográfica y su expresión espacial y territorial que ya está en curso.
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