EE UU no es tan decadente ni Europa tan insignificante, según un índice del Real Instituto Elcano. Eso sí, el ascenso de China es real. España, por su parte, aumenta su proyección exterior, en contra del tópico doméstico
IGNACIO MOLINA e ILIANA OLIVIÉ / EL PAÍS
En los años ochenta y primeros noventa, el actual proceso de globalización se entendía fundamentalmente como una aceleración de la interdependencia económica. Más recientemente se ha convertido en un fenómeno que trasciende lo comercial o financiero y opera en otras esferas -seguridad, medio ambiente, mercado de trabajo, educación, acceso a la información, cultura-. Esta transformación, que tanto afecta a la vida cotidiana o al papel del Estado, tiene también un lógico reflejo sobre las relaciones internacionales que se plasma, por ejemplo, en el desdibujamiento de la frontera entre la política interior y exterior, el rol creciente de los actores privados, el auge de la multilateralidad, la intensificación de la integración europea, la emergencia de nuevas potencias o el supuesto ocaso de la hegemonía estadounidense.
Sin embargo, hasta la fecha, los estudios sobre la globalización, a pesar de reconocer todos esos efectos sobre la política mundial, apenas han indagado en el análisis de la posición objetiva que ocupan los distintos países en el nuevo mapa global. Sí ha habido algunos intentos para medir el grado interno de globalización, contabilizando, por ejemplo, el porcentaje internacional de flujos económicos, personales o de comunicación, pero esos interesantes trabajos sirven más para demostrar el sobresaliente grado de apertura de Singapur o Estonia que para ofrecer un panorama preciso de la proyección real que tiene cada país en las diferentes dimensiones de las relaciones internacionales contemporáneas.
Por eso, desde el Real Instituto Elcano, y con la amplia participación de expertos, consultores y decisores públicos, se ha trabajado en la metodología de un índice que finalmente cuantifica y agrega 14 variables expresamente referidas a resultados tangibles de proyección internacional en los terrenos económico, militar, científico, social y cultural. Al calcularse de forma anual y comparar a más de 50 países, esta nueva herramienta no solo permite analizar grandes tendencias globales, sino también conocer mejor las estrategias o eficacia de la promoción internacional y el esfuerzo diplomático de los países que se incluyen.
Los primeros resultados de este Índice Elcano de Presencia Global (IEPG), considerando tanto los últimos datos disponibles a 31 de diciembre de 2010 como una reconstrucción retrospectiva desde 1990, pueden resumirse en tres grandes conclusiones. En primer lugar, Estados Unidos se confirma como la única superpotencia global desde el fin de la guerra fría, con una cómoda ventaja en el ranking de presencia que más o menos triplica a sus cuatro inmediatos seguidores -Alemania, Francia, Reino Unido y China- o casi cuadruplica a Japón y Rusia, que quedan en sexto y séptimo lugar. Con todo, solo en el apartado militar y en algunos indicadores de difusión cultural y científica, el panorama mundial es nítidamente unipolar. En cambio, en lo relativo a los flujos económicos, humanos o de cooperación al desarrollo se reduce mucho la ventaja norteamericana.
El segundo gran hallazgo empírico de la medición es que los países europeos siguen muy bien posicionados en casi todas las dimensiones; con una presencia exterior significativamente superior a la que ocupan por tamaño del PIB. Tanto el elevado desarrollo como el alto número de países que conviven en un continente tan conectado entre sí y con el resto del mundo explican esta realidad. Así, pese a la indudable aparición en la escena global de los llamados BRIC, resulta interesante constatar que en términos absolutos Austria aún atrae el doble de inmigrantes que Brasil, Dinamarca supera a Rusia en comercio de servicios, Eslovenia triplica los resultados de India en las competiciones deportivas globales, Luxemburgo despliega tantas tropas en el exterior como China o Grecia supera ampliamente a Sudáfrica en publicaciones científicas internacionales; un contraste que lógicamente aumenta si los anteriores ejemplos se aplican a los países europeos grandes o medianos que, además de una capacidad de proyección mucho mayor, en algunos casos se benefician de un importante ascendente económico y cultural sobre sus antiguas posesiones.
No obstante, si en vez de la foto fija actual se atiende a las tendencias observadas en la evolución de la presencia desde 1990, la tercera conclusión matiza bastante la tesis de una globalización fundamentalmente occidental. En efecto, mientras Estados Unidos o Europa van erosionando lentamente su presencia mundial en casi todas las categorías, hay varias dimensiones -como la comercial o tecnológica- donde el protagonismo de otras regiones asciende con rapidez o es claramente dominante, como sucede en energía. Sin duda, el crecimiento más llamativo es el de China, que, además de ocupar ya la primera posición mundial en exportación de bienes, podría convertirse pronto en el segundo país en presencia global si sigue transformando su elevado potencial interno en presencia exterior; esto es, a medida que se dote de equipamientos militares estratégicos de los que aún carece, que sus empresas aumenten el todavía bajo volumen de inversión directa en el extranjero o que su sistema universitario mejore en atractivo internacional. Una pauta que, a un nivel inferior, también es posible que se dé para el resto de emergentes.
También hay conclusiones interesantes para el caso español. Para empezar, y contradiciendo los análisis impresionistas que tanto alienta nuestro muy confrontado debate político y mediático, los datos muestran que nuestro país registra una expansión fuerte y sostenida de proyección exterior en las dos últimas décadas que solo ha sido superada en Europa Occidental, aunque a una escala obviamente menor, por Irlanda. España cerró 2010 ocupando la novena posición en presencia global, a poca distancia de Italia y aproximadamente en el mismo puesto que ocupa en el ranking de PIB, con resultados muy relevantes en atracción humana (tercer lugar mundial), exportación de servicios (sexto) o ayuda al desarrollo (sexto), y con una posición equivalente a su peso económico en lo referente a la presencia exterior de multinacionales, la proyección cultural, la deportiva o incluso la militar.
Pero que la medición desmienta a los analistas agoreros o superficiales no significa tampoco que haya que caer en la autocomplacencia. Y ello por tres motivos. En primer lugar, porque siendo cierto que los cambios de Gobierno no son tan importantes como para alterar las grandes pautas en el corto plazo, sí que pueden cambiarse las tendencias por efecto de determinados grandes impactos, como, por ejemplo, la crisis iniciada hace tres años. Además, porque, como se ha dicho antes, los países emergentes están llamados a proyectarse mucho más y, si bien la presencia global no es un juego de suma cero, el protagonismo de las nuevas potencias sí desplazará en algunas dimensiones a España. Por último, porque el resultado español adolece de serias debilidades en lo referente a internacionalización tecnológica y del sistema educativo. España ocupa solo el 17º lugar mundial en número de patentes orientadas a la exportación y, pese a ser uno de los países más atractivos del mundo para visitar, trabajar o residir, su sistema universitario es solo el 14º del mundo en flujo de estudiantes extranjeros; unos datos preocupantes en la medida que es precisamente en el terreno de la formación y la innovación donde los países se juegan el futuro de su proyección internacional.
Además, al margen de lo anterior, ser los novenos en la globalización no significa necesariamente ser los novenos de la globalización, y el matiz preposicional quiere decir que el nuevo índice solo muestra la proyección objetiva alcanzada en las distintas dimensiones sin juzgar si la acción diplomática está aprovechando esa posición privilegiada; es decir, si nuestra política exterior es también la novena del mundo y es capaz de convertir la presencia global en influencia moldeando la incipiente gobernanza global de acuerdo con nuestros valores e intereses.
son investigadores principales del Real Instituto Elcano y coordinadores del Índice Elcano de Presencia Global (IEPG).
Ignacio Molina e Iliana Olivié
13 de 13 e
IGNACIO MOLINA e ILIANA OLIVIÉ / EL PAÍS
En los años ochenta y primeros noventa, el actual proceso de globalización se entendía fundamentalmente como una aceleración de la interdependencia económica. Más recientemente se ha convertido en un fenómeno que trasciende lo comercial o financiero y opera en otras esferas -seguridad, medio ambiente, mercado de trabajo, educación, acceso a la información, cultura-. Esta transformación, que tanto afecta a la vida cotidiana o al papel del Estado, tiene también un lógico reflejo sobre las relaciones internacionales que se plasma, por ejemplo, en el desdibujamiento de la frontera entre la política interior y exterior, el rol creciente de los actores privados, el auge de la multilateralidad, la intensificación de la integración europea, la emergencia de nuevas potencias o el supuesto ocaso de la hegemonía estadounidense.
Sin embargo, hasta la fecha, los estudios sobre la globalización, a pesar de reconocer todos esos efectos sobre la política mundial, apenas han indagado en el análisis de la posición objetiva que ocupan los distintos países en el nuevo mapa global. Sí ha habido algunos intentos para medir el grado interno de globalización, contabilizando, por ejemplo, el porcentaje internacional de flujos económicos, personales o de comunicación, pero esos interesantes trabajos sirven más para demostrar el sobresaliente grado de apertura de Singapur o Estonia que para ofrecer un panorama preciso de la proyección real que tiene cada país en las diferentes dimensiones de las relaciones internacionales contemporáneas.
Por eso, desde el Real Instituto Elcano, y con la amplia participación de expertos, consultores y decisores públicos, se ha trabajado en la metodología de un índice que finalmente cuantifica y agrega 14 variables expresamente referidas a resultados tangibles de proyección internacional en los terrenos económico, militar, científico, social y cultural. Al calcularse de forma anual y comparar a más de 50 países, esta nueva herramienta no solo permite analizar grandes tendencias globales, sino también conocer mejor las estrategias o eficacia de la promoción internacional y el esfuerzo diplomático de los países que se incluyen.
Los primeros resultados de este Índice Elcano de Presencia Global (IEPG), considerando tanto los últimos datos disponibles a 31 de diciembre de 2010 como una reconstrucción retrospectiva desde 1990, pueden resumirse en tres grandes conclusiones. En primer lugar, Estados Unidos se confirma como la única superpotencia global desde el fin de la guerra fría, con una cómoda ventaja en el ranking de presencia que más o menos triplica a sus cuatro inmediatos seguidores -Alemania, Francia, Reino Unido y China- o casi cuadruplica a Japón y Rusia, que quedan en sexto y séptimo lugar. Con todo, solo en el apartado militar y en algunos indicadores de difusión cultural y científica, el panorama mundial es nítidamente unipolar. En cambio, en lo relativo a los flujos económicos, humanos o de cooperación al desarrollo se reduce mucho la ventaja norteamericana.
El segundo gran hallazgo empírico de la medición es que los países europeos siguen muy bien posicionados en casi todas las dimensiones; con una presencia exterior significativamente superior a la que ocupan por tamaño del PIB. Tanto el elevado desarrollo como el alto número de países que conviven en un continente tan conectado entre sí y con el resto del mundo explican esta realidad. Así, pese a la indudable aparición en la escena global de los llamados BRIC, resulta interesante constatar que en términos absolutos Austria aún atrae el doble de inmigrantes que Brasil, Dinamarca supera a Rusia en comercio de servicios, Eslovenia triplica los resultados de India en las competiciones deportivas globales, Luxemburgo despliega tantas tropas en el exterior como China o Grecia supera ampliamente a Sudáfrica en publicaciones científicas internacionales; un contraste que lógicamente aumenta si los anteriores ejemplos se aplican a los países europeos grandes o medianos que, además de una capacidad de proyección mucho mayor, en algunos casos se benefician de un importante ascendente económico y cultural sobre sus antiguas posesiones.
No obstante, si en vez de la foto fija actual se atiende a las tendencias observadas en la evolución de la presencia desde 1990, la tercera conclusión matiza bastante la tesis de una globalización fundamentalmente occidental. En efecto, mientras Estados Unidos o Europa van erosionando lentamente su presencia mundial en casi todas las categorías, hay varias dimensiones -como la comercial o tecnológica- donde el protagonismo de otras regiones asciende con rapidez o es claramente dominante, como sucede en energía. Sin duda, el crecimiento más llamativo es el de China, que, además de ocupar ya la primera posición mundial en exportación de bienes, podría convertirse pronto en el segundo país en presencia global si sigue transformando su elevado potencial interno en presencia exterior; esto es, a medida que se dote de equipamientos militares estratégicos de los que aún carece, que sus empresas aumenten el todavía bajo volumen de inversión directa en el extranjero o que su sistema universitario mejore en atractivo internacional. Una pauta que, a un nivel inferior, también es posible que se dé para el resto de emergentes.
También hay conclusiones interesantes para el caso español. Para empezar, y contradiciendo los análisis impresionistas que tanto alienta nuestro muy confrontado debate político y mediático, los datos muestran que nuestro país registra una expansión fuerte y sostenida de proyección exterior en las dos últimas décadas que solo ha sido superada en Europa Occidental, aunque a una escala obviamente menor, por Irlanda. España cerró 2010 ocupando la novena posición en presencia global, a poca distancia de Italia y aproximadamente en el mismo puesto que ocupa en el ranking de PIB, con resultados muy relevantes en atracción humana (tercer lugar mundial), exportación de servicios (sexto) o ayuda al desarrollo (sexto), y con una posición equivalente a su peso económico en lo referente a la presencia exterior de multinacionales, la proyección cultural, la deportiva o incluso la militar.
Pero que la medición desmienta a los analistas agoreros o superficiales no significa tampoco que haya que caer en la autocomplacencia. Y ello por tres motivos. En primer lugar, porque siendo cierto que los cambios de Gobierno no son tan importantes como para alterar las grandes pautas en el corto plazo, sí que pueden cambiarse las tendencias por efecto de determinados grandes impactos, como, por ejemplo, la crisis iniciada hace tres años. Además, porque, como se ha dicho antes, los países emergentes están llamados a proyectarse mucho más y, si bien la presencia global no es un juego de suma cero, el protagonismo de las nuevas potencias sí desplazará en algunas dimensiones a España. Por último, porque el resultado español adolece de serias debilidades en lo referente a internacionalización tecnológica y del sistema educativo. España ocupa solo el 17º lugar mundial en número de patentes orientadas a la exportación y, pese a ser uno de los países más atractivos del mundo para visitar, trabajar o residir, su sistema universitario es solo el 14º del mundo en flujo de estudiantes extranjeros; unos datos preocupantes en la medida que es precisamente en el terreno de la formación y la innovación donde los países se juegan el futuro de su proyección internacional.
Además, al margen de lo anterior, ser los novenos en la globalización no significa necesariamente ser los novenos de la globalización, y el matiz preposicional quiere decir que el nuevo índice solo muestra la proyección objetiva alcanzada en las distintas dimensiones sin juzgar si la acción diplomática está aprovechando esa posición privilegiada; es decir, si nuestra política exterior es también la novena del mundo y es capaz de convertir la presencia global en influencia moldeando la incipiente gobernanza global de acuerdo con nuestros valores e intereses.
son investigadores principales del Real Instituto Elcano y coordinadores del Índice Elcano de Presencia Global (IEPG).
Ignacio Molina e Iliana Olivié
13 de 13 e
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