José Blanco / La Jornada
El poder de las ideas es el mayor de los poderes. Puede ser incluso mayor que el poder de los grandes, de los inmensos intereses económicos. Las ideas neoliberales y ése su núcleo resbaladizo y mimético que es el Consenso de Washington, que han estado al frente del sistema capitalista desde los años setenta, cuando fue destruido el sistema monetario oro-dólar, han conducido al sistema global a la crisis en la que nos encontramos, y son las riendas que utilizan los banqueros, o que les ordenan o imponen a los gobiernos, que las usan como sus riendas propias y dirigen sus decisiones.
Es claro que ni banqueros ni gobernantes ven así las cosas. Estamos quizá ante "la hipótesis del genio maligno", recurso argumentativo propuesto por René Descartes en sus Meditaciones metafísicas. La duda metódica de Descartes sugiere que quizá estamos hechos de modo tal que podemos creer estar en la verdad cuando realmente estamos en el error. Descartes cuestiona así la legitimidad de las proposiciones que parecen tener la máxima evidencia. "El genio maligno" cartesiano preside las ideas de los banqueros.
El poder de esas ideas concurre con sus propios intereses de corto plazo y es la fuerza determinante de la vida humana. Quien haya seguido la pista de la crisis financiera a partir de 2007, haya revisado las decisiones que han sido tomadas desde entonces, esté enterado de lo que acaba de decidir la última Cumbre Europea del pasado miércoles, y no se deje impresionar por las decisiones que se impondrán en la reunión del G-20 en los primeros días de noviembre, constatará la fuerza de la finanza internacional por encima de cualquier otra fuerza.
Hace unas tres semanas el Global McKinsey Institute publicó, para unas cuantas naciones, cifras reveladoras de un grupo de países, ordenadas de mayor a menor, según la proporción de la deuda total de cada Estado como proporción de su producto interno bruto (PIB). Reino Unido: deuda total respecto de su PIB (la llamaré DT): 497 por ciento; la parte de deuda correspondiente a su gobierno (DG) es 77 por ciento. Las deudas del resto de los países, son como sigue: Japón, DT 492 por ciento, DG 213 por ciento; España, DT 366, DG 66; Francia, DT 341, DG 88; Italia, DT 313, DG, 110; Corea del Sur, DT 306, DG, 30; Estados Unidos, DT 289; DG 80; Alemania, DT 284, DG 86; Canadá, DT 274, DG 68.
Vea que la deuda pública de países como Alemania, Italia y Estados Unidos representan un tercio de la deuda total. Vea, asimismo, que Alemania e Italia tienen una deuda total en torno a 300 por ciento del PIB, mientras Japón y Reino Unido tienen una que llega cerca de 500 por ciento del PIB. ¿Por qué Japón y Reino Unido no reciben las mismas presiones que los países de la Eurozona? Simple: la mayor parte de la deuda de Japón está en manos de bancos e inversionistas japoneses, y en el caso de Reino Unido, hay deudas repartidas con Estados Unidos.
Véase que el tamaño formidable de las deudas son una carga gigante para el futuro de la sociedad humana, pero lo que es preciso destacar es que –salvo el caso especial de Japón–, las deudas públicas son una parte menor; y que el problema real del endeudamiento está en el sector privado, con mucho en la banca, y en segundo término algunas de las grandes empresas.
¿Cómo se enfrenta el problema? Mediante la aplicación de desalmados planes de austeridad que hunden cada día más a la economía real. No es la banca la que absorbe las pérdidas de la crisis, sino la sociedad mediante un desempleo mayúsculo, producto de tales programas de austeridad que, por si fuera poco, están acompañados de un endeudamiento público, especialmente generado a partir de 2007, que ha buscado rescatar a la banca que no ha sido sino presa, hasta hoy, de sus irrefrenables decisiones sin fin de apalancamiento financiero (para el lector no enterado de estos terminajos financieros, el apalancamiento se refiere al endeudamiento en que incurre un banco para financiar una inversión que le retribuirá una ganancia mayor que la que el banco pagará por el crédito que obtuvo).
Merkel dijo a "sus" diputados antes de llegar a la reunión cumbre, que no habrá otros 50 años de prosperidad. Ya en la cumbre del pasado miércoles quedó nuevamente claro que Alemania tiene la sartén por el mango. Sus propuestas salieron adelante, mientras Sarkozy se tragaba sus lágrimas. La cumbre solicitó a los bancos europeos una quita de 50 por ciento de la deuda griega, que los bancos aun no resuelven. Se inventaron, además, otra telaraña de apalancamientos, pero por supuesto, nadie mencionó las palabras empleo y crecimiento. Los fundamentos del Consenso de Washington siguen vigentes. Las mentalidades siguen siendo las mismas. Los "principios" de los banqueros continúan mandando, concentrando la riqueza del mundo, y creando más y más pobreza en el planeta.
El poder de las ideas es el mayor de los poderes. Puede ser incluso mayor que el poder de los grandes, de los inmensos intereses económicos. Las ideas neoliberales y ése su núcleo resbaladizo y mimético que es el Consenso de Washington, que han estado al frente del sistema capitalista desde los años setenta, cuando fue destruido el sistema monetario oro-dólar, han conducido al sistema global a la crisis en la que nos encontramos, y son las riendas que utilizan los banqueros, o que les ordenan o imponen a los gobiernos, que las usan como sus riendas propias y dirigen sus decisiones.
Es claro que ni banqueros ni gobernantes ven así las cosas. Estamos quizá ante "la hipótesis del genio maligno", recurso argumentativo propuesto por René Descartes en sus Meditaciones metafísicas. La duda metódica de Descartes sugiere que quizá estamos hechos de modo tal que podemos creer estar en la verdad cuando realmente estamos en el error. Descartes cuestiona así la legitimidad de las proposiciones que parecen tener la máxima evidencia. "El genio maligno" cartesiano preside las ideas de los banqueros.
El poder de esas ideas concurre con sus propios intereses de corto plazo y es la fuerza determinante de la vida humana. Quien haya seguido la pista de la crisis financiera a partir de 2007, haya revisado las decisiones que han sido tomadas desde entonces, esté enterado de lo que acaba de decidir la última Cumbre Europea del pasado miércoles, y no se deje impresionar por las decisiones que se impondrán en la reunión del G-20 en los primeros días de noviembre, constatará la fuerza de la finanza internacional por encima de cualquier otra fuerza.
Hace unas tres semanas el Global McKinsey Institute publicó, para unas cuantas naciones, cifras reveladoras de un grupo de países, ordenadas de mayor a menor, según la proporción de la deuda total de cada Estado como proporción de su producto interno bruto (PIB). Reino Unido: deuda total respecto de su PIB (la llamaré DT): 497 por ciento; la parte de deuda correspondiente a su gobierno (DG) es 77 por ciento. Las deudas del resto de los países, son como sigue: Japón, DT 492 por ciento, DG 213 por ciento; España, DT 366, DG 66; Francia, DT 341, DG 88; Italia, DT 313, DG, 110; Corea del Sur, DT 306, DG, 30; Estados Unidos, DT 289; DG 80; Alemania, DT 284, DG 86; Canadá, DT 274, DG 68.
Vea que la deuda pública de países como Alemania, Italia y Estados Unidos representan un tercio de la deuda total. Vea, asimismo, que Alemania e Italia tienen una deuda total en torno a 300 por ciento del PIB, mientras Japón y Reino Unido tienen una que llega cerca de 500 por ciento del PIB. ¿Por qué Japón y Reino Unido no reciben las mismas presiones que los países de la Eurozona? Simple: la mayor parte de la deuda de Japón está en manos de bancos e inversionistas japoneses, y en el caso de Reino Unido, hay deudas repartidas con Estados Unidos.
Véase que el tamaño formidable de las deudas son una carga gigante para el futuro de la sociedad humana, pero lo que es preciso destacar es que –salvo el caso especial de Japón–, las deudas públicas son una parte menor; y que el problema real del endeudamiento está en el sector privado, con mucho en la banca, y en segundo término algunas de las grandes empresas.
¿Cómo se enfrenta el problema? Mediante la aplicación de desalmados planes de austeridad que hunden cada día más a la economía real. No es la banca la que absorbe las pérdidas de la crisis, sino la sociedad mediante un desempleo mayúsculo, producto de tales programas de austeridad que, por si fuera poco, están acompañados de un endeudamiento público, especialmente generado a partir de 2007, que ha buscado rescatar a la banca que no ha sido sino presa, hasta hoy, de sus irrefrenables decisiones sin fin de apalancamiento financiero (para el lector no enterado de estos terminajos financieros, el apalancamiento se refiere al endeudamiento en que incurre un banco para financiar una inversión que le retribuirá una ganancia mayor que la que el banco pagará por el crédito que obtuvo).
Merkel dijo a "sus" diputados antes de llegar a la reunión cumbre, que no habrá otros 50 años de prosperidad. Ya en la cumbre del pasado miércoles quedó nuevamente claro que Alemania tiene la sartén por el mango. Sus propuestas salieron adelante, mientras Sarkozy se tragaba sus lágrimas. La cumbre solicitó a los bancos europeos una quita de 50 por ciento de la deuda griega, que los bancos aun no resuelven. Se inventaron, además, otra telaraña de apalancamientos, pero por supuesto, nadie mencionó las palabras empleo y crecimiento. Los fundamentos del Consenso de Washington siguen vigentes. Las mentalidades siguen siendo las mismas. Los "principios" de los banqueros continúan mandando, concentrando la riqueza del mundo, y creando más y más pobreza en el planeta.
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