Alejandro Nadal / La Jornada
En plena campaña electoral en Estados Unidos, uno de los candidatos republicanos al Senado afirmó: "estas elecciones no son sobre recomendaciones específicas, sino sobre principios". Quizás podía haber agregado que no se puede definir una política económica cuando los principios se transforman en supersticiones.
Pero es cierto es que estas elecciones legislativas en Estados Unidos tuvieron más que ver con el retorno de la derecha al poder en el Congreso, que con fórmulas de gobierno responsable, tanto en política interna como en el plano internacional. Como era de esperarse, el tema clave de las campañas estuvo relacionado con la crisis. La economía estadunidense simple y sencillamente no ha entrado en una etapa de recuperación. Aunque se ha decretado formalmente el final de la recesión, la tasa de crecimiento es mediocre y el desempleo se mantiene muy alto, rondando peligrosamente el nivel de 10 por ciento (el uso de indicadores más estrictos permite hablar hasta de 14 por ciento).
Al comenzar su mandato Obama promovió un estímulo fiscal que a todas luces era insuficiente para sacar adelante una economía tan afectada por la peor crisis en 70 años. Por el tamaño del problema, y por la estructura de la economía estadunidense (con una demanda agregada que representa 70 por ciento del producto interno), en lugar de los 700 mil millones de dólares que pidió la Casa Blanca, se hubieran requerido por lo menos unos 2 billones de dólares. Además, el paquete de estímulo debería haber descansado menos en reducciones de impuestos y más en inversiones reales, sobre todo en los renglones que podrían ayudar a introducir los cambios estructurales que necesita la economía de Estados Unidos.
De todos modos, el crecimiento que se observó en 2009 y 2010 se debió a esta postura fiscal expansiva. Sin embargo, a medida que se agota el combustible de este estímulo, la economía regresa al marasmo. Y en lugar de pensar en un esquema fiscal para revigorizar la economía, la plataforma de los republicanos estuvo basada en la idea equivocada de que lo que se necesita es eliminar el déficit fiscal.
El tema del déficit fiscal fue el punto de controversia más intenso. La demagogia llegó al grado de culpar a Obama de haberlo generado. Por lo demás, es claro que si bien cualquier gobierno debe cuidar las finanzas públicas a largo plazo, a corto plazo el miedo al déficit fiscal es el mejor aliado del estancamiento económico. En las circunstancias que atraviesa la economía de Estados Unidos, el déficit fiscal es el único instrumento para sacar adelante la economía y ayudarla a introducir los cambios que pide a gritos en materia de desigualdad, desmantelamiento del aparato industrial y del colosal déficit externo.
La política monetaria, con la segunda fase de la flexibilidad cuantitativa, debe continuar buscando la reactivación del crédito. Pero también ha quedado claro que en una fase deflacionaria, en la que los bancos quieren mantener sus reservas y las familias quieren reducir los altos niveles de endeudamiento, poco se puede esperar de la política monetaria. Así que la política fiscal queda como el principal recurso para enderezar el barco. Desgraciadamente, la retórica sobre finanzas públicas sanas ha terminado por oscurecer el debate y anular la reflexión.
En el plano internacional, una victoria republicana tendrá repercusiones trágicas. Estados Unidos sigue enredado en dos grandes y complicadas guerras, y el control republicano del Congreso hará más difícil resolver esos conflictos. Hace unos días, David Broder, columnista del Washington Post, publicó un artículo en el que afirmaba que como Obama no podría colocar a Estados Unidos en el camino de la recuperación, lo mejor que podría hacer sería bombardear Irán porque la guerra sacaría a la economía estadunidense de la crisis. ¿Por qué? Porque según Broder fue la Segunda Guerra Mundial lo que rescató a Estados Unidos de la gran depresión. De este modo, Broder difunde uno de los mitos más enraizados en el imaginario colectivo.
Pero por más popular que sea esa creencia, es errónea, como se desprende de la historia de la década de 1930. Además, no es necesario ir a la guerra para tener una recuperación: lo más absurdo de esta retórica es que el gasto en educación, salud e infraestructura es tan apto como el gasto militar para generar empleo y apuntalar la demanda agregada. Al contrario, si algo demuestra la historia económica es que el gasto militar en Estados Unidos es uno de los factores más importantes para explicar el debilitamiento de la economía de ese país. Pero vayan ustedes a discutir con la ignorancia.
Los demócratas se preparan para un alud de malas noticias en el frente electoral. De concretarse las victorias republicanas, resultará que el partido que más contribuyó a generar la crisis saldrá triunfador. Definitivamente la amnesia del electorado en Estados Unidos es fuerte. O quizás tienen razón los que prefirieron abstenerse al pensar que los republicanos y los demócratas son la misma cosa.
En plena campaña electoral en Estados Unidos, uno de los candidatos republicanos al Senado afirmó: "estas elecciones no son sobre recomendaciones específicas, sino sobre principios". Quizás podía haber agregado que no se puede definir una política económica cuando los principios se transforman en supersticiones.
Pero es cierto es que estas elecciones legislativas en Estados Unidos tuvieron más que ver con el retorno de la derecha al poder en el Congreso, que con fórmulas de gobierno responsable, tanto en política interna como en el plano internacional. Como era de esperarse, el tema clave de las campañas estuvo relacionado con la crisis. La economía estadunidense simple y sencillamente no ha entrado en una etapa de recuperación. Aunque se ha decretado formalmente el final de la recesión, la tasa de crecimiento es mediocre y el desempleo se mantiene muy alto, rondando peligrosamente el nivel de 10 por ciento (el uso de indicadores más estrictos permite hablar hasta de 14 por ciento).
Al comenzar su mandato Obama promovió un estímulo fiscal que a todas luces era insuficiente para sacar adelante una economía tan afectada por la peor crisis en 70 años. Por el tamaño del problema, y por la estructura de la economía estadunidense (con una demanda agregada que representa 70 por ciento del producto interno), en lugar de los 700 mil millones de dólares que pidió la Casa Blanca, se hubieran requerido por lo menos unos 2 billones de dólares. Además, el paquete de estímulo debería haber descansado menos en reducciones de impuestos y más en inversiones reales, sobre todo en los renglones que podrían ayudar a introducir los cambios estructurales que necesita la economía de Estados Unidos.
De todos modos, el crecimiento que se observó en 2009 y 2010 se debió a esta postura fiscal expansiva. Sin embargo, a medida que se agota el combustible de este estímulo, la economía regresa al marasmo. Y en lugar de pensar en un esquema fiscal para revigorizar la economía, la plataforma de los republicanos estuvo basada en la idea equivocada de que lo que se necesita es eliminar el déficit fiscal.
El tema del déficit fiscal fue el punto de controversia más intenso. La demagogia llegó al grado de culpar a Obama de haberlo generado. Por lo demás, es claro que si bien cualquier gobierno debe cuidar las finanzas públicas a largo plazo, a corto plazo el miedo al déficit fiscal es el mejor aliado del estancamiento económico. En las circunstancias que atraviesa la economía de Estados Unidos, el déficit fiscal es el único instrumento para sacar adelante la economía y ayudarla a introducir los cambios que pide a gritos en materia de desigualdad, desmantelamiento del aparato industrial y del colosal déficit externo.
La política monetaria, con la segunda fase de la flexibilidad cuantitativa, debe continuar buscando la reactivación del crédito. Pero también ha quedado claro que en una fase deflacionaria, en la que los bancos quieren mantener sus reservas y las familias quieren reducir los altos niveles de endeudamiento, poco se puede esperar de la política monetaria. Así que la política fiscal queda como el principal recurso para enderezar el barco. Desgraciadamente, la retórica sobre finanzas públicas sanas ha terminado por oscurecer el debate y anular la reflexión.
En el plano internacional, una victoria republicana tendrá repercusiones trágicas. Estados Unidos sigue enredado en dos grandes y complicadas guerras, y el control republicano del Congreso hará más difícil resolver esos conflictos. Hace unos días, David Broder, columnista del Washington Post, publicó un artículo en el que afirmaba que como Obama no podría colocar a Estados Unidos en el camino de la recuperación, lo mejor que podría hacer sería bombardear Irán porque la guerra sacaría a la economía estadunidense de la crisis. ¿Por qué? Porque según Broder fue la Segunda Guerra Mundial lo que rescató a Estados Unidos de la gran depresión. De este modo, Broder difunde uno de los mitos más enraizados en el imaginario colectivo.
Pero por más popular que sea esa creencia, es errónea, como se desprende de la historia de la década de 1930. Además, no es necesario ir a la guerra para tener una recuperación: lo más absurdo de esta retórica es que el gasto en educación, salud e infraestructura es tan apto como el gasto militar para generar empleo y apuntalar la demanda agregada. Al contrario, si algo demuestra la historia económica es que el gasto militar en Estados Unidos es uno de los factores más importantes para explicar el debilitamiento de la economía de ese país. Pero vayan ustedes a discutir con la ignorancia.
Los demócratas se preparan para un alud de malas noticias en el frente electoral. De concretarse las victorias republicanas, resultará que el partido que más contribuyó a generar la crisis saldrá triunfador. Definitivamente la amnesia del electorado en Estados Unidos es fuerte. O quizás tienen razón los que prefirieron abstenerse al pensar que los republicanos y los demócratas son la misma cosa.
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