sábado, 27 de noviembre de 2010

LO SAGRADO ES EL ERARIO

Diego Petersen Farah / El Universal
Unos lo usan para “curar” gays, otros para comprar mezcal y otros (casi todos) para mantener contentos a éste o aquel grupo de presión, llámense medios, sindicatos, movimientos populares, empresarios, curas, pastores, colonos o tianguistas. En el fondo el problema es el mismo, el uso discrecional de los recursos públicos y la visión patrimonialista del erario. El presupuesto es del presidente, gobernador o alcalde en turno, para eso es el Ejecutivo, para gastar, dar y repartir.
“Lo volvería a hacer”, dice Amalia García, ex gobernadora de Zacatecas, porque el mezcal a sobreprecio comprado por el DIF Zacatecas fue para apoyar a los productores, entiéndase, fue para calmar a un grupo de presión o para favorecer a quienes le caen bien. Hay quien sostiene que los gobiernos deben tener cierta discrecionalidad en el ejercicio presupuestal, justamente para calmar a los grupos de presión porque es mucho más barato repartir un “poco” de billete que tener ingobernabilidad. “Papá gobierno” quita, pero también reparte; decide qué es bueno y qué es malo; lo que le conviene a sus hijos (que se creen ciudadanos porque tienen credencial de elector) y a esa gran familia que los teóricos llaman sociedad. En la práctica no hay ninguna diferencia entre el trato que le da a la sociedad un gobierno perredista en Zacatecas, uno panista en Jalisco o uno priísta en el estado de México. Cada uno tiene sus preferidos y sus ideas fijas, sus obsesiones y pasiones (unas más divertidas que otras) pero todos comparten una convicción: el gobernador tiene el poder de decidir en qué se gasta y en qué no, y hasta cómo se cura la cruda y la homosexualidad.
El más ofensivo de los gastos en México sigue siendo la burocracia. En 10 años de panismo en el gobierno federal nos demostraron rápidamente qué entendían por patria generosa. Llevaron los sueldos a un nivel absurdo y no acabaron con los vicios paternalistas del viejo sistema, sólo le sumaron algunos más. La austeridad juarista que pregona el PRD es más falsa que un billete de cuatro pesos, no sólo ganan y gastan en exceso, sino que dispone del dinero público como si fueran donativos para la causa. Y la supuesta eficiencia de la corrupción institucionalizada del PRI (roba y deja robar) sigue siendo el gran lastre del país.
En el fondo lo que hay es una falta de respeto absoluto por el erario. No lo respetamos los ciudadanos, que en cuanto podemos nos hacemos ojo de hormiga con los impuestos, y no lo respetan los políticos que gastan el dinero ajeno como si estuvieran repartiendo volantes en la calle. Si algo tiene que cambiar en nuestra cultura política es la concepción de lo público, desde el erario hasta la banqueta. En la “religión” de la democracia sólo hay tres cosas intocables: el voto, la libertad y el erario, lo demás, incluidas las instituciones, está sujeto a la discusión y hasta la blasfemia. Pero el dinero público, ese es, debe ser, sagrado.
Periodista

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