Castigar al pueblo por los pecados de sus banqueros es peor que un crimen; es un error
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Lo que necesitamos ahora es otro Jonathan Swift. La mayoría de la gente conoce a Swift por ser el autor de Los viajes de Gulliver. Pero los últimos acontecimientos me han hecho pensar en su ensayo de 1729, Una humilde propuesta, en el cual comentaba la extrema pobreza de los irlandeses y proponía una solución: vender los niños como alimento. "Reconozco que este alimento puede salir un tanto caro", admitía, pero esto lo haría "muy apropiado para los terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen ser los que más derecho tienen a los hijos".
Vale, ahora no son los terratenientes, sino los banqueros (y solamente están empobreciendo a la plebe, no comiéndosela). Pero solamente un escritor satírico -y con una pluma muy despiadada- podría hacer justicia a lo que está pasando en Irlanda actualmente.
La historia irlandesa empezó con un auténtico milagro económico. Pero al final este dio paso a una fiebre especuladora impulsada por bancos y promotores inmobiliarios fuera de control, todos en connivencia con los principales políticos. La fiebre se financió con enormes préstamos adquiridos por los bancos irlandeses, en su mayoría de bancos de otros países europeos.
Luego la burbuja estalló, y esos bancos tuvieron que hacer frente a unas pérdidas enormes. Se podría haber esperado que quienes prestaron dinero a los bancos compartiesen las pérdidas. Después de todo, eran adultos que actuaban por propia voluntad y, si no eran capaces de comprender los riesgos que estaban asumiendo, eso no era culpa de nadie más que de ellos. Pero no, el Gobierno irlandés dio un paso al frente para garantizar la deuda de los bancos, con lo que convirtió las pérdidas privadas en obligaciones públicas.
Antes de la crisis bancaria, Irlanda tenía poca deuda pública. Pero con los contribuyentes metidos de repente en un lío por culpa de las gigantescas pérdidas de los bancos, al tiempo que los ingresos caían en picado, la solvencia del país se puso en tela de juicio. De modo que Irlanda intentó tranquilizar a los mercados con un estricto programa de recortes del gasto.
Párense un momento a pensar en ello. Se incurrió en esas deudas no para financiar programas públicos, sino a chanchulleros que solo buscaban su propio beneficio. Sin embargo, son los ciudadanos de a pie irlandeses los que ahora soportan la carga de esas deudas.
O, para ser más exactos, soportan una carga mucho mayor que la deuda; porque esos recortes del gasto han provocado una grave recesión, de manera que, además de asumir las deudas de los bancos, los irlandeses padecen el hundimiento de los ingresos y el paro elevado. Pero no hay alternativa, afirma la gente seria: todo esto es necesario para recuperar la confianza.
Sin embargo, por extraño que parezca, la confianza no mejora. Por el contrario, los inversores se han dado cuenta de que todas esas medidas de austeridad están deprimiendo la economía irlandesa, y están huyendo de la deuda irlandesa a causa de esa debilidad económica.
¿Y ahora qué? El fin de semana pasado, Irlanda y sus vecinos improvisaron lo que en general se ha descrito como un "rescate". Pero lo que realmente pasó fue que el Gobierno irlandés prometió infligir aún más dolor a cambio de una línea de crédito, una línea de crédito que supuestamente le dará más tiempo a Irlanda para, esto..., recuperar la confianza. Esto no ha impresionado mucho a los mercados, lo cual es comprensible: los tipos de interés de los bonos irlandeses han subido todavía más.
¿Realmente tiene que ser así? A principios de 2009 circulaba por ahí un chiste que decía: "¿Cuál es la diferencia entre Islandia e Irlanda? Respuesta: dos letras y unos seis meses". Se suponía que esto era humor negro. Por mala que fuese la situación de Irlanda, no podía compararse con el desastre absoluto de Islandia.
Pero en estos momentos parece que a Islandia, en todo caso, le está yendo mejor que a su casi tocaya. Su crisis económica no ha sido más profunda que la de Irlanda, sus pérdidas de empleo han sido menos graves y parece estar mejor situada con vistas a la recuperación. De hecho, ahora los inversores parecen considerar la deuda de Islandia más segura que la de Irlanda. ¿Cómo es posible?
Parte de la respuesta es que Islandia permitió que las entidades crediticias extranjeras que habían prestado dinero a sus bancos díscolos pagasen el precio de su error, en vez de poner a sus contribuyentes en peligro para garantizar deudas privadas de mala calidad. Como señala el Fondo Monetario Internacional -¡con aprobación!-, "las quiebras del sector privado han conducido a una marcada reducción de la deuda externa". Mientras tanto, Islandia contribuyó a evitar en parte el pánico financiero imponiendo controles de capitales temporales, es decir, restringiendo la capacidad de los residentes para sacar fondos del país.
Y a Islandia también le ha beneficiado el hecho de que, a diferencia de Irlanda, sigue teniendo su propia moneda; la devaluación de la corona, que ha hecho que las exportaciones de Islandia sean más competitivas, ha sido un factor importante a la hora de limitar la gravedad de la crisis islandesa.
Ninguna de estas opciones heterodoxas es viable en el caso de Irlanda, según dice la gente sabia. Afirman que Irlanda debe seguir infligiendo dolor a sus ciudadanos, porque cualquier otra cosa minaría mortalmente la confianza.
Pero Irlanda se encuentra ahora en su tercer año de austeridad y la confianza sigue disipándose. Y hay que preguntarse qué tiene que pasar para que la gente seria se dé cuenta de que castigar al pueblo por los pecados de los banqueros es peor que un crimen; es un error.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Lo que necesitamos ahora es otro Jonathan Swift. La mayoría de la gente conoce a Swift por ser el autor de Los viajes de Gulliver. Pero los últimos acontecimientos me han hecho pensar en su ensayo de 1729, Una humilde propuesta, en el cual comentaba la extrema pobreza de los irlandeses y proponía una solución: vender los niños como alimento. "Reconozco que este alimento puede salir un tanto caro", admitía, pero esto lo haría "muy apropiado para los terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen ser los que más derecho tienen a los hijos".
Vale, ahora no son los terratenientes, sino los banqueros (y solamente están empobreciendo a la plebe, no comiéndosela). Pero solamente un escritor satírico -y con una pluma muy despiadada- podría hacer justicia a lo que está pasando en Irlanda actualmente.
La historia irlandesa empezó con un auténtico milagro económico. Pero al final este dio paso a una fiebre especuladora impulsada por bancos y promotores inmobiliarios fuera de control, todos en connivencia con los principales políticos. La fiebre se financió con enormes préstamos adquiridos por los bancos irlandeses, en su mayoría de bancos de otros países europeos.
Luego la burbuja estalló, y esos bancos tuvieron que hacer frente a unas pérdidas enormes. Se podría haber esperado que quienes prestaron dinero a los bancos compartiesen las pérdidas. Después de todo, eran adultos que actuaban por propia voluntad y, si no eran capaces de comprender los riesgos que estaban asumiendo, eso no era culpa de nadie más que de ellos. Pero no, el Gobierno irlandés dio un paso al frente para garantizar la deuda de los bancos, con lo que convirtió las pérdidas privadas en obligaciones públicas.
Antes de la crisis bancaria, Irlanda tenía poca deuda pública. Pero con los contribuyentes metidos de repente en un lío por culpa de las gigantescas pérdidas de los bancos, al tiempo que los ingresos caían en picado, la solvencia del país se puso en tela de juicio. De modo que Irlanda intentó tranquilizar a los mercados con un estricto programa de recortes del gasto.
Párense un momento a pensar en ello. Se incurrió en esas deudas no para financiar programas públicos, sino a chanchulleros que solo buscaban su propio beneficio. Sin embargo, son los ciudadanos de a pie irlandeses los que ahora soportan la carga de esas deudas.
O, para ser más exactos, soportan una carga mucho mayor que la deuda; porque esos recortes del gasto han provocado una grave recesión, de manera que, además de asumir las deudas de los bancos, los irlandeses padecen el hundimiento de los ingresos y el paro elevado. Pero no hay alternativa, afirma la gente seria: todo esto es necesario para recuperar la confianza.
Sin embargo, por extraño que parezca, la confianza no mejora. Por el contrario, los inversores se han dado cuenta de que todas esas medidas de austeridad están deprimiendo la economía irlandesa, y están huyendo de la deuda irlandesa a causa de esa debilidad económica.
¿Y ahora qué? El fin de semana pasado, Irlanda y sus vecinos improvisaron lo que en general se ha descrito como un "rescate". Pero lo que realmente pasó fue que el Gobierno irlandés prometió infligir aún más dolor a cambio de una línea de crédito, una línea de crédito que supuestamente le dará más tiempo a Irlanda para, esto..., recuperar la confianza. Esto no ha impresionado mucho a los mercados, lo cual es comprensible: los tipos de interés de los bonos irlandeses han subido todavía más.
¿Realmente tiene que ser así? A principios de 2009 circulaba por ahí un chiste que decía: "¿Cuál es la diferencia entre Islandia e Irlanda? Respuesta: dos letras y unos seis meses". Se suponía que esto era humor negro. Por mala que fuese la situación de Irlanda, no podía compararse con el desastre absoluto de Islandia.
Pero en estos momentos parece que a Islandia, en todo caso, le está yendo mejor que a su casi tocaya. Su crisis económica no ha sido más profunda que la de Irlanda, sus pérdidas de empleo han sido menos graves y parece estar mejor situada con vistas a la recuperación. De hecho, ahora los inversores parecen considerar la deuda de Islandia más segura que la de Irlanda. ¿Cómo es posible?
Parte de la respuesta es que Islandia permitió que las entidades crediticias extranjeras que habían prestado dinero a sus bancos díscolos pagasen el precio de su error, en vez de poner a sus contribuyentes en peligro para garantizar deudas privadas de mala calidad. Como señala el Fondo Monetario Internacional -¡con aprobación!-, "las quiebras del sector privado han conducido a una marcada reducción de la deuda externa". Mientras tanto, Islandia contribuyó a evitar en parte el pánico financiero imponiendo controles de capitales temporales, es decir, restringiendo la capacidad de los residentes para sacar fondos del país.
Y a Islandia también le ha beneficiado el hecho de que, a diferencia de Irlanda, sigue teniendo su propia moneda; la devaluación de la corona, que ha hecho que las exportaciones de Islandia sean más competitivas, ha sido un factor importante a la hora de limitar la gravedad de la crisis islandesa.
Ninguna de estas opciones heterodoxas es viable en el caso de Irlanda, según dice la gente sabia. Afirman que Irlanda debe seguir infligiendo dolor a sus ciudadanos, porque cualquier otra cosa minaría mortalmente la confianza.
Pero Irlanda se encuentra ahora en su tercer año de austeridad y la confianza sigue disipándose. Y hay que preguntarse qué tiene que pasar para que la gente seria se dé cuenta de que castigar al pueblo por los pecados de los banqueros es peor que un crimen; es un error.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
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