jueves, 25 de noviembre de 2010

MENSAJES GUBERNAMENTALES

Orlando Delgado Selley / La Jornada
Conforme nos acercamos al fin del año el panorama económico mundial se complica. Las dificultades se multiplican: unas semanas se concentran en el terreno comercial, con las controversias sobre los tipos de cambio; luego se mueven hacia las consecuencias de la decisión de la Reserva Federal estadunidense sobre la evolución del mercado de capitales y, en consecuencia, las apreciaciones de algunas paridades; después se dirigen hacia las deudas de gobiernos y de bancos privados. Los resultados están a la vista: la recuperación en casi todas las economías se ha aletargado, el desempleo no se reduce y el horizonte se ve cada vez más difícil.
En México, además de los impresionantes problemas de seguridad que todos los días nos asombran, se enfrentan riesgos económicos externos e internos que se acrecientan. El principal riesgo externo es la evolución de la economía estadunidense. Si ellos crecen es posible que recibamos un impulso benéfico en el sector exportador, si ocurre lo contrario y su industria se desacelera las exportaciones mexicanas se reducirán. Lo que le pase a Europa, aunque parezca lejano, en realidad puede afectarnos ya que generará impactos negativos en la economía mundial en su conjunto.
En la cumbre del G-20 realizada en Seúl las dificultades para conseguir que las potencias económicas, Estados Unidos y China, se pusieran de acuerdo evidenciaron que en los próximos meses cada país deberá hacer lo que le convenga, sin ocuparse de las consecuencias de sus acciones sobre otras economías. El gobierno de México no se ha enterado de esto o sencillamente no piensa hacer nada. Al grupo que gobierna el país parece que su principal preocupación es la próxima reunión de Cancún sobre cambio climático. Fueron a Seúl al G-20 y a Tokio a la reunión del grupo del APEC a cabildear sobre Cancún.
El mensaje es claro: frente a los grandes problemas de la economía mundial el gobierno de Calderón hace un llamado para buscar la coordinación internacional. Frente a la decisión de la Fed de inyectar 600 mil millones dólares a su economía, el gobernador del Banco de México dice que hay que tener paciencia. Advierte que no hay que darle al mercado señales equivocadas. Actuarán si la velocidad con la que se aprecia el peso frente al dólar es más rápida de lo deseable. Así que lo que no dicen es qué van a hacer para que la economía mexicana se recupere con energía, para que verdaderamente se creen empleos permanentes bien remunerados.
Entre los increíbles riesgos internos que vive México el principal es, sin duda, la inseguridad rampante. Calderón dijo en la ceremonia para conmemorar la Revolución de 1910 que “ojalá podamos respirar por muchos años más la libertad que nos trajo la revolución y la democracia…”, cuando garantizar esa libertad es su responsabilidad, como lo es mejorar el nivel de vida de la población. De modo que este gobierno, que llegó sin la legitimidad que dan los triunfos electorales claros, se ha mantenido sin hacerse cargo de que tiene responsabilidades que no pueden soslayarse. Es un gobierno sin rumbo, concentrado en la lucha contra el narcotráfico perdiendo de vista la necesidad imperiosa de actuar para que el país logre recuperarse de la postración en la que se encuentra.
La economía no puede seguir dependiendo de los vaivenes de la industria estadunidense. Es indispensable fortalecer el mercado interno para lo que hace falta crear empleos decentes, es decir, empleos permanentes con una remuneración que permita que una familia pueda mantenerse razonablemente. La comparación del salario mínimo en 1910 y el actual, junto con el precio de bienes básicos presentado en estas páginas por Arturo Alcalde es brutal y debiera escandalizar al gobierno y a los empresarios de este país.
Sin más puestos de trabajo y sin mejores remuneraciones, con un gobierno sumido en una pasividad oprobiosa, el futuro no tiene ninguna posibilidad de mejoría. El PRI apuesta que ese desgaste les hará regresar al poder en 2012, porque ellos sí lo saben hacer;, es condenar a que nuestra transición no sólo se detenga, sino que vaya en contra de los tiempos.

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