lunes, 22 de noviembre de 2010

CALENTAMIENTO VERBAL

Gabriel Guerra / El Universal
Hay un término en inglés para describir a la retórica hueca, al discurso vacío de contenido, a las palabras alejadas de los actos. Eso que los mexicanos llamamos “rollo”, es en el idioma de los anglos “aire caliente” (hot air), y en los próximos días en Cancún, estará presente una avalancha de discursos, discusiones y debates que se darán dentro y alrededor de la llamada COP 16.
Si a eso añadimos las emisiones de la Cumbre Mundial de Alcaldes que ha concluido en la Ciudad de México, con su declaración de compromisos conocida como el Pacto Climático Global de Ciudades, parecería que tenemos la tormenta perfecta: funcionarios nacionales y locales de todo el mundo, organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales, activistas, políticos con y sin partido, expertos en negociación, medios de comunicación… Todos en busca ya de una solución, de una declaración, de una nota, y del éxito o fracaso de las dos cumbres más importantes en materia de medio ambiente.
Las reuniones internacionales suelen ser poco productivas, pero pocas generan las expectativas y el sentido de urgencia que las COPs (Conference of the Parties, o Conferencia de las Partes), pues la del cambio climático ha pasado de ser una discusión teórica a una realidad que se vive por doquier. Más allá de si existe o no evidencia científica que compruebe el proceso de calentamiento global, es innegable que el mundo enfrenta una serie de transformaciones que están afectando de manera grave no sólo a especies marinas y animales o a ecosistemas, sino también la vida productiva de regiones enteras y la vida y seguridad de millones de personas alrededor del mundo.
Aunque la sabiduría popular apunta a que las cumbres son inútiles por antonomasia, creo que cumplen funciones importantes y que pueden detonador o acelerar procesos sociales, generar conciencia acerca de temas de los que el gran público sabe poco, o simple y sencillamente, provocar discusión y debate: en síntesis, las reuniones internacionales, cuando mejor cumplen su propósito, es cuando se convierten en lo que a cualquier burócrata asusta: provocadoras, agitadoras, sacudidoras de mentes y de conciencias.
Hay una diferencia entre la COP 16 y la Cumbre de Alcaldes, ya que los delegados a la primera discutirán los asuntos de fondo, negociarán (o intentarán hacerlo, al menos) acuerdos que ayuden a frenar las emisiones a nivel global, buscarán comprometer a naciones a cumplir con compromisos que a veces parecen utópicos o de plano imprácticos para unos, y francamente insuficientes para otros. Su tarea es como la de Sísifo, aquel personaje de la mitología condenado a rodar una piedra cuesta arriba tan sólo para verla rodar cada vez que alcanzaba su meta: los negociadores, los expertos y los diplomáticos podrán avanzar todo lo que quieran, pero al final, la piedra caerá porque sus gobiernos no están dispuestos a ceder en asuntos que les resultan estratégicos.
Y es que ni los países en desarrollo quieren aceptar límites a su potencial de crecimiento, ni las naciones ya desarrolladas quieren darles vía libre a cualquier costo, y los bloques y las posiciones ya están perfectamente definidos desde antes de que comience la COP 16. Se antoja prácticamente imposible cualquier avance, no obstante las fuertes presiones que intentará la sociedad civil y las ONGs preocupadas y ocupadas por el tema.
En cambio, los alcaldes se enfrentan a las consecuencias cotidianas del cambio del clima: sequías, inundaciones, deslaves, aridez, hambruna, escasez de agua o de alimentos, falta de fuentes confiables de energía, contaminación del aire, la tierra y los mantos acuáticos, por no hablar siquiera de los cambiantes niveles de los mares, que amenazan, y en serio, a ciudades en las costas. Así que a ellos les creo un poco más cuando hablan de sentido de urgencia, pues tienen que vivir con las consecuencias de sus acciones e inacciones.
Con todo mi escepticismo, celebro que ambas reuniones tengan lugar en nuestro país. A ver si así se logra generar un poco más de conciencia y activismo, se presiona a gobiernos de los tres niveles para proteger al medio ambiente y a sus activistas y defensores, y de paso nos cae a todos el veinte de que no sólo podemos hablar y criticar, sino también cuidar el agua, la luz, los bosques y los ríos con cada cosa que hacemos o dejamos de hacer en la vida diaria.
Internacionalista

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