Por: Anna Karla Uribe Escalante - El Economista
En México, las organizaciones de la sociedad civil (OSC) han desempeñado un papel crucial en la defensa de derechos y en la construcción de proyectos locales que responden a necesidades específicas. Sin embargo, su potencial transformador se encuentra en tensión: por un lado, existe la capacidad de generar cambios duraderos; por otro, persiste una inactividad preocupante y una tendencia a quedar atrapadas en el asistencialismo.
Nuestra especie no ha sobrevivido por su fuerza individual, sino por la capacidad de colaborar y de construir en colectivo. Esa lógica de cooperación, que ha sido el motor de nuestra historia, debería inspirar a las OSC para retomar un papel más activo y autónomo frente a los dilemas contemporáneos. La comunidad, cuando se organiza, fomenta pertenencia, inclusión y cooperación; mientras que la lógica de una sociedad basada en el mérito individual tiende a fragmentar, producir desigualdades y erosionar el bien común.
Hoy, la centralización de decisiones en México ha debilitado la capacidad de acción de muchas OSC. Los datos son reveladores: de las 45,030 registradas oficialmente, más del 70% se encuentran inactivas. Esto significa que miles de comunidades han perdido uno de sus principales canales de articulación ciudadana, justo en un país marcado por la desigualdad. Ante ello, el riesgo no solo es la desaparición de las organizaciones, sino la pérdida de espacios de incidencia local, donde la ciudadanía ejerce su derecho a organizarse y transformar su entorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario