- López Obrador necesitaba un relevo como el de la presidenta para pavimentar, limpiar y ordenar el sendero que él abrió a tirones y jalones
Jorge Zepeda Patterson - El País
Los usos y costumbres de la clase política en México asumen que el presidente entrante está obligado a dar un manotazo político en el primer tramo de su sexenio, para mostrar quién está en control del poder. Sea para desprenderse de la sombra de su predecesor, sea para meter en línea a los actores políticos que en todo cambio de timón intentan ampliar sus espacios de injerencia. La presunta costumbre se alimenta de una copiosa evidencia: desde el exilio de Calles impuesto por Lázaro Cárdenas a principios de los treinta, hasta el encarcelamiento de Raúl Salinas impulsado por Ernesto Zedillo en los noventa (para sacudirse al caudillo previo); y desde Carlos Salinas con la aprehensión del líder sindical La Quina, hasta Felipe Calderón con su guerra militarizada contra los carteles (ambos para mostrar su poder frente a la comunidad política y ganar credibilidad).
A lo largo de todo el año, los analistas se han hecho eco de esta leyenda o conseja respecto a Claudia Sheinbaum. Tratándose del relevo de un liderazgo tan intenso y personalizado como el que ejerció Andrés Manuel López Obrador en la construcción de su movimiento, esta lectura tendría una supuesta lógica. Mientras Claudia no se deslinde del caudillo no podrá gobernar, afirma una y otra vez con aparente sapiencia la llamada comentocracia. Aunque también habría que advertir que hay una dosis evidente de revanchismo en la insistencia: frente a la victoria electoral y política del obradorismo, el único desquite a la vista sería la posibilidad de un deslinde por parte de Sheinbaum; algo que de inmediato sería interpretado como una especie de repudio al fundador del movimiento.
.jpeg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario