José Romero - La Jornada de Oriente
Una izquierda moderna debe reducir desigualdades sin renunciar al crecimiento. En México y América Latina la justicia social se ha intentado vía gasto corriente y transferencias, sin construir la base productiva que lo sostenga. El resultado es alivio inmediato, pero sin cambio estructural que eleve productividad, genere empleo calificado y expanda cadenas de valor. Se redistribuye, pero sin crear la riqueza que se reparte.
Se presenta como “keynesiana”, pero el keynesianismo serio es anticíclico: gasta en recesión, ahorra en bonanza y dirige el impulso a sectores capaces de responder con más oferta doméstica. Cuando una economía carece de capacidad productiva y su sistema financiero no canaliza crédito industrial, el estímulo se filtra en importaciones, ensancha el déficit y erosiona ingresos. No es debate doctrinario, sino experiencia de economías abiertas sin aparato productivo.
El cuello de botella es financiero y productivo. El Banco de México es autónomo del Ejecutivo, pero sumiso ante una banca que concentra 76 por ciento de los activos en cinco instituciones extranjeras. Fija la tasa de interés, pero no controla el destino del ahorro. Así tenemos estabilidad cambiaria aparente, pero no inversión productiva. La soberanía financiera sigue ausente.

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