Jesús Silva Hérzog Márquez - Pulso de San Luis
A Estados Unidos no solamente sigue puntualmente libreto populista de la erosión democrática. Bajo la segunda presidencia de Donald Trump se ha convertido en vanguardia de la autocratización. Su peso en el mundo lo convierte en faro del nuevo despotismo. El pluralismo, la legalidad, el debate, los centros de pensamiento, la tolerancia, el sentido mismo de la convivencia se destruyen a una velocidad extraordinaria. La libertad de prensa se encuentra bajo acoso; las grandes corporaciones se rinden a las intimidaciones del poder; los despachos de abogados renuncian a representar causas incómodas; algunos jueces resisten y otros se entregan a la voluntad presidencial. Las universidades sienten el embate de un gobierno hostil y, en su mayoría, se disponen a acomodarse al nuevo orden. Desde el púlpito presidencial se construye una política que renuncia a razonabilidad de las reglas, a la negociación y al acuerdo. Dictado salvaje de antojos y amenazas. El trato con el mundo se desentiende de las normas y los foros. Los últimos días han condensado el drama de la destrucción democrática en Estados Unidos. La convivencia entre los distintos se hace cada vez más difícil. Los espacios para la crítica y la risa y se angostan. La violencia, en su expresión más radical, es decir, exterminio físico del otro, se hace presente. Una bala terminó con la vida de un hombre que representaba la vehemencia ideológica de la nueva clase gobernante. La censura abierta y descarada es aviso de la determinación de silenciar a los enemigos.
La muerte de unos cuantos es el pequeño precio que debe pagar Estados Unidos por mantener el derecho a portar armas que consagra la Segunda Enmienda, llegó a decir Charlie Kirk. En cada alegato que exponía impetuosamente había una referencia a lo sagrado, a lo inamovible, a todo aquello que debemos venerar sin cuestionamiento alguno. Kirk fue uno de los comandantes más visibles de la guerra cultural de la derecha norteamericana. Un polemista talentoso, un ideólogo intransigente que tuvo, al mismo tiempo, el arrojo de confrontar al polo contrario en su propia sede. No se encapsuló entre los convencidos. Fue a convencer a otros, a tratar de romper certezas o a exhibir incoherencias. Fue asesinado en uno de los eventos que organizaba con frecuencia: encuentros no solamente con sus partidarios, sino también con quienes defendían posiciones radicalmente contrarias a la suya.
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