Julio Anguita / elEconomista.es
La reunión de ministros de Economía del G-20 celebrada en Corea del Sur ha abordado -supongo que con bastante miedo- lo que ha venido en llamarse la Guerra de las Monedas.
El problema no es otro que las consecuencias de la universalización y aceleración de uno de los tres grandes tótems de la tríada capitalista: la competitividad. Tras las alusiones y denuncias a las devaluaciones o revaluaciones de las monedas no hay otro problema que la consecución de una balanza comercial excedentaria.
Acuciados por la memoria de la serie de devaluaciones competitivas desarrollada en la década de los años 30, Estados Unidos consiguió en la cumbre del G-5, celebrada en el hotel Plaza de Nueva York en el año 1985, que las demás monedas permitieran la devaluación del dólar para detener su déficit comercial. A partir de entonces, el dólar inició una caída libre que amenazó en volatizar la tasa de cambio monetaria.
Los acuerdos del G-7 en el año 1987, denominados del Louvre por el lugar de su concreción, pusieron en marcha, junto con la cooperación internacional para mantener la tasa de cambio, la necesaria cooperación entre las distintas economías allí reunidas.
En la actualidad, han aparecido nuevos actores, nuevas realidades y una crisis económica de imprevisible salida, si es que la hay desde las recetas clásicas. La aparición de los países BRIC -y China entre ellos- junto con la consolidación de otros emergentes ha puesto patas arriba un tinglado basado en una contradicción in terminis: la validez universal y atemporal de la competitividad.
Con un tercio de la población mundial inmerso en la depauperación y el subconsumo extremos y con el resto enfrascado en la ardua tarea de venderse entre sí, se ha llegado a una situación en la que exportaciones e importaciones suman cero. En este contexto, el que unos acusen a otros de mantener artificialmente devaluada su moneda no se compadece con las políticas monetarias y subrepticiamente proteccionistas de los otros. Se impone un nuevo paradigma.
Julio Anguita es ex coordinador general de IU.
La reunión de ministros de Economía del G-20 celebrada en Corea del Sur ha abordado -supongo que con bastante miedo- lo que ha venido en llamarse la Guerra de las Monedas.
El problema no es otro que las consecuencias de la universalización y aceleración de uno de los tres grandes tótems de la tríada capitalista: la competitividad. Tras las alusiones y denuncias a las devaluaciones o revaluaciones de las monedas no hay otro problema que la consecución de una balanza comercial excedentaria.
Acuciados por la memoria de la serie de devaluaciones competitivas desarrollada en la década de los años 30, Estados Unidos consiguió en la cumbre del G-5, celebrada en el hotel Plaza de Nueva York en el año 1985, que las demás monedas permitieran la devaluación del dólar para detener su déficit comercial. A partir de entonces, el dólar inició una caída libre que amenazó en volatizar la tasa de cambio monetaria.
Los acuerdos del G-7 en el año 1987, denominados del Louvre por el lugar de su concreción, pusieron en marcha, junto con la cooperación internacional para mantener la tasa de cambio, la necesaria cooperación entre las distintas economías allí reunidas.
En la actualidad, han aparecido nuevos actores, nuevas realidades y una crisis económica de imprevisible salida, si es que la hay desde las recetas clásicas. La aparición de los países BRIC -y China entre ellos- junto con la consolidación de otros emergentes ha puesto patas arriba un tinglado basado en una contradicción in terminis: la validez universal y atemporal de la competitividad.
Con un tercio de la población mundial inmerso en la depauperación y el subconsumo extremos y con el resto enfrascado en la ardua tarea de venderse entre sí, se ha llegado a una situación en la que exportaciones e importaciones suman cero. En este contexto, el que unos acusen a otros de mantener artificialmente devaluada su moneda no se compadece con las políticas monetarias y subrepticiamente proteccionistas de los otros. Se impone un nuevo paradigma.
Julio Anguita es ex coordinador general de IU.
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