Jorge Castaññeda - El Siglo de Torreón
La acusación a dos altos mandos de la Marina por el escándalo del llamado huachicol fiscal puede constituir un hito en el combate a la corrupción por parte del gobierno de Claudia Sheinbaum. Veremos hasta dónde llega, qué tanto se revela, y qué tanto se encubre. Por lo pronto, representa un paso que ni este gobierno ni el anterior se habían atrevido a dar.
Más allá de los montos de dinero y de diésel involucrados, y de los tres muertos que ya abarca, el caso suscita una serie de interrogantes y reflexiones que debieran servir para iluminar el pasado, e ilustrar el futuro. Sobre todo en lo que se refiere a la complicidad de todas las autoridades en este hurto al erario, y en lo tocante a las responsabilidades que la 4T le ha entregado a las fuerzas armadas.
Sobre este segundo asunto, discrepo radicalmente de aquellos colegas de la comentocracia que exculpan a la Marina y al Ejército a través de una muy retorcida explicación. Los pobres marinos comisionados a las aduanas, a los aeropuertos, y los imberbes soldados encargados de construir trenes, hoteles, caminos, aeropuertos y dirigir aerolíneas, eran todos honestos: impolutos, inmaculados, santos, pues. Pero como también son seres humanos, al entrar en contacto con los malandros, con las astronómicas cifras de recursos presentes en todos estos menesteres, y con la opacidad propia de llamada seguridad nacional, no resistieron la tentación. Cayeron en el pecado, o el error, o el vicio, como se le quiera llamar, de la corrupción. Al "ponerlos donde hay" sucumbieron a la seducción de la maldad. Los echaron a perder.
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