Jesús Silva Hérzog Márquez - Pulso de San Luis
La polarización ha sido el núcleo de la estrategia. Definir la política como una guerra en la que unos tienen la legitimidad completa y los otros no merecen la mínima atención. Si a los otros se les permite la existencia es solamente para recordar la amenaza viva del Antiméxico, el acecho de los enemigos del pueblo. El gran éxito del populismo ha sido justamente ese: ha redefinido las identidades en conflicto y ha vuelto absurda la negociación. La política imantada no solamente hace absurdo el diálogo, la mera escucha es una pérdida de tiempo.
¿Qué puede ser el congreso en tiempos de polarización? Una aplanadora que pasa por encima de la minoría; un torneo de sordos; un pelotón dedicado a la humillación de los derrotados, un espectáculo de la impotencia frente a la arbitrariedad que no tiene que justificar su proceder. Lo que vimos durante seis años se ha radicalizado en la nueva legislatura. Al poder se agrega una soberbia descomunal. Las funciones elementales de una asamblea legislativa han quedado definitivamente sepultadas: ni vigilancia, ni deliberación, ni negociación. Ninguna búsqueda de equilibrios o de acuerdos.
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