martes, 9 de noviembre de 2010

KIRCHNER

José Blanco / La Jornada
En alguna entrevista, hablo de memoria, Néstor Kirchner dijo haber llegado a la Casa Rosada, haberse asomado al balcón y haber tenido la imagen de que por muchos años los políticos habían estado viendo a la sociedad con la nuca. En tanto la inmensa mayoría de la sociedad gritaba desesperada, ¡que se vayan todos! Frente a eso, debía actuar. ¿Quién daba 10 centavos entonces por el Pingüino?
Al llegar Kirchner a la presidencia, Argentina pasaba probablemente por la peor crisis económica y política de su historia, y acaso en ningún otro país latinoamericano los torpes mandamientos dogmáticos del neoliberalismo, especialmente en el consenso de Washington, habían conducido a la formación de un alud de enmarañadas corrupciones, parálisis y quiebras especialmente de las pequeñas empresas.
No puedo hablar del negro y de los tonos de grises del kirchnerismo, porque no los conozco. Pero sólo tapándose los ojos puede negarse que en Argentina hay un antes y un después, acaso deba decirse, de los Kirchner, en este principio de siglo. De eso hablan las masas dolidas en las calles de Buenos Aires y de muchas otras ciudades argentinas durante los funerales del ex mandatario y el rápido aumento de la legitimidad y popularidad política de una viuda que parece tenerlas todas consigo para su conseguir su relección.
Una maciza coalición mantenía la desvencijada nave argentina por una ruta que conducía al abismo, y era imposible, en su momento, entrever dónde estaba una puerta de escape a ese manicomio.
Será difícil reconstruir la ruta política que Kirchner trazó, desde una situación que incluía la herencia del ministro de Economía, el descreimiento de la sociedad entera, 15 diputados en el Congreso y el pantano por economía. Más allá de las medidas específicas que en materia económica tomara, lo que sobresale es su capacidad para trazar esa ruta con un discurso incendiario contra la ortodoxia dominante, y mostrando que era posible enviar al infierno a un neoliberalismo enloquecido, incluido todos los mandatos del FMI.
La lección de Kirchner es esa: la ruta política construida para dar vuelta a una de las páginas más agrias y crueles que haya vivido cualquier país latinoamericano. La muestra de que la política monetaria dolarizada, podía enviarse a la basura. Que los acuerdos con los organismos internacionales que estrangulaban a su país, podían desconocerse. Que la economía podía recuperarse mediante un decidido programa de desarrollo del mercado interno. Que la autonomía del Banco Central, está muy lejos de ser la Biblia. Era una ruta guiada por la ampliación de los derechos políticos, económicos y sociales.
Es un hecho que el neoliberalismo tenía ganada la batalla cultural de los policiy makers en Argentina, como continúa ocurriendo en México, pero que allá fue posible convertir en derrota en toda la línea el credo de los mercados libérrimos, la dolarización, los salarios aplastados, el aumento continuo de la pobreza y el desempleo, para iniciar un camino de retorno.
La crisis económica mundial que se inició en 2007 dio la razón a Kirchner, como a tantos otros que niegan categóricamente que los mercados se autorregulan, menos que ningún otro el mercado financiero. Que sacudirse la mentira de que el mercado es un eficiente mecanismo de asignación de los recursos, fue probado con creces por el nuevo gobierno argentino.
No digo que Argentina está en la gloria. Digo que no hay razón ninguna, hoy menos que nunca, para continuar sujetos a las peores políticas económicas y sociales que nos han asestado los ideólogos de lo que llaman ¡"expectativas racionales"! Unos cuantos cientos de millonarios se han beneficiado de la concentración de la riqueza mundial debido a esas políticas.
El propio imperio estadunidense se hizo el harakiri siguiendo tales dogmas. Estados Unidos tiene hoy la más baja expectativa de vida de todos los países desarrollados, y continúa disminuyendo, entre otras cosas porque carecen de un sistema de salud: la medicina, es un asunto del mercado. La recuperación económica, no tiene para cuando.
Kirchner hizo a un lado la centralidad del mercado, la "eficiencia" neoliberal, el individualismo feroz, la cara boquiabierta de admiración por los países desarrollados que vivían entonces su era falsa de un éxito económico cuyo desenlace hoy tenemos a la vista.
Marea recordar que conforme la devastación avanzaba en Argentina, el discurso de la magia del mercado más se afianzaba. Pero en Argentina, además, era impensable que el terrorismo de Estado que sembraron los militares, ¡apoyado por la Suprema Corte de Justicia!, pudiera ser llevado a juicio.
Recuérdese que las provincias comenzaron a crear por ellas mismas un cuasidinero propio, para escapar del corralito. Recuérdese que las cosas llegaron al colmo cuando una universidad gringa –cuyo nombre ahora se me escapa–, produjo un documento en que "demostraba" que Argentina no tenía salida alguna, y que era necesario una especie de comité de gobierno integrado por "notables" del exterior, con "experiencia" y "saberes" suficientes, porque los argentinos jamás se pondrían de acuerdo para salir por sí solos del incendio en que vivían.
Superar la extrema ruina argentina fue un proceso extraordinariamente rápido que comenzó de manera invisible el 25 de mayo de 2003, cuando Kirchner asumió la presidencia. Es difícil imaginar el número de feroces opositores que tuvo que crear esta breve historia. Pero la historia completa, ya la estarán escribiendo plumas harto diversas.

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