jueves, 11 de noviembre de 2010

¿CUANDO SE JODIÓ EL PAÍS? IV Y ÚLTIMO

Alfonso Zárate / El Universal
El jueves pasado, Daniel Karam, director general del IMSS, dijo que la institución enfrenta la situación más delicada de toda su historia. Ante la virtual quiebra financiera de la mayor institución de seguridad social de México, el presidente Calderón convocó a patrones, sindicatos y legisladores a explorar todas las alternativas para alcanzar “una nueva generación de reformas” que otorgue fortaleza monetaria a la dependencia y le permita cumplir con su razón de ser.
La verdad es que tanto el IMSS como el ISSSTE y otras instituciones de seguridad social agotaron muy pronto los recursos para pensiones y jubilaciones; los cálculos actuariales que sustentaron los proyectos —una economía pujante, multiplicación de empleos y mejoría en los ingresos; la expectativa de vida y, en consecuencia, la cortísima sobrevida postlaboral— fueron muy pronto reprobados por la realidad. Por décadas, un gobierno tras otro administraron mal los recursos, concediendo en los convenios colectivos de trabajo términos que acentuaron las vulnerabilidades de la institución (reducción de edades y años trabajados para la jubilación, por ejemplo) y posponiendo reformas urgentes. Hoy parece demasiado tarde para arreglar las cosas, por lo que las alternativas verdaderas, las que pueden evitar el desastre, tendrán un altísimo costo social, familiar y humano.
Lo que ocurre en el IMSS confirma otro rasgo de nuestros políticos, que tanto ha jodido al país: carecen de sentido de urgencia, prefieren “nadar de muertito”. Aunque en varios temas (la inseguridad, el deterioro ambiental, la quiebra de las instituciones de seguridad social) hayamos alcanzado condiciones límite, siguen posponiendo las soluciones. Pero, además, no tenemos políticas de Estado, la lógica que prevalece es el inmediatismo. Tenemos mucha iniciativa y poca acabativa. Una de las lecciones que nos ofrece Brasil es que detrás de su notable recuperación está, como una de sus claves, la continuidad de políticas públicas que han demostrado eficacia: de Fernando Henrique Cardoso a Luiz Inacio Lula da Silva.
Otro rasgo de muchos de nuestros funcionarios públicos es la confusión del poder con los símbolos del poder. Si algunos burócratas de ventanilla, inspectores de reglamentos o agentes de tránsito se suben a un ladrillo y se marean, este vértigo se vuelve locura cuando afecta al alto funcionariado: ese pequeño ejército que tiene a su disposición aviones oficiales, ayudantes, edecanes y escoltas, oficinas lujosas, gastos de representación…
El despilfarro de lo que no se tiene es censurable a nivel personal, pero se convierte en prevaricación cuando se trata del dispendio de recursos públicos. Un alto porcentaje de los presupuestos se gasta de manera absurda: en los ingresos y privilegios inmorales de la alta burocracia, en viajes, muchas veces innecesarios, en la remodelación de oficinas, en la renovación del parque vehicular… Para conmemorar el Bicentenario, por ejemplo, el gobierno federal gastó 2,971 millones de pesos. ¿Cuántas escuelas, a las que les faltan baños, pupitres, pizarrones, etcétera, pudieron arreglarse con semejante monto?
México se jodió cuando convertimos la impunidad en una costumbre. En nuestro país, “el que la hace” tiene muy altas probabilidades de nunca pagarla. De poco sirve, entonces, que se endurezcan las penas para ciertos delitos cuando alrededor del 97% de las denuncias no concluyen en sentencias condenatorias.
Frente a todo esto, sin embargo, hoy mismo hay millones de mexicanos que dan lo mejor de sí para superar las dificultades; multitud de héroes anónimos que trabajan con entusiasmo para ayudar a otros, para mejorar el ambiente, frenar la violencia contra las mujeres, rescatar a los jóvenes de las drogas, generar alternativas de empleo digno; iniciativas personales y colectivas ocupadas en regenerar la vida comunitaria y abrir opciones a niños, adolescentes, mujeres, adultos mayores… Incluso funcionarios de todo nivel que asumen con honestidad y rigor profesional la responsabilidad pública como un servicio.
Muestras ineludibles de que, a pesar de los pesares, otro mundo es posible y que el país no está marcado por la fatalidad. Sólo falta que el México imaginario —el de la burocracia dorada y las corporaciones, el de las organizaciones clientelares y los partidos— atienda al México del trabajo, la creatividad, la innovación, el esfuerzo…
Presidente del Grupo Consulto Interdisciplinario

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