martes, 2 de noviembre de 2010

CÓMO DETENER LA GUERRA DE DIVISAS

Economist Intelligence Unit
Economía global
En semanas recientes, la economía mundial ha estado en pie de guerra, por lo menos a nivel de retórica. Desde que el ministro brasileño de finanzas, Guido Mantega, declaró el 27 de septiembre que se había desatado una "guerra internacional de divisas", el debate económico global ha sido relanzado en términos de campo de batalla, no sólo por impresionables redactores de encabezados, sino por los propios funcionarios. La confusa retórica sobre cooperación para impulsar el crecimiento mundial ha cedido el lugar a un tono más combativo. Los países se acusan unos a otros de distorsionar la demanda global, con armas que van desde imprimir billetes para comprar bonos hasta intervenir en el mercado de divisas y aplicar controles de capital.
Detrás de todo el humo y la furia, existen en realidad tres batallas. La mayor se da en torno a la resistencia de China a permitir que el yuan se eleve con más rapidez. Funcionarios estadunidenses y europeos adoptan un tono severo al atacar la "dañina dinámica" causada por la subvaluada divisa china. El mes pasado la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó, con enorme mayoría bipartidista, una ley que permite a las empresas buscar protección tarifaria contra países con divisas subvaluadas. Las prácticas comerciales "injustas" de China se han vuelto un tema candente en las elecciones de mediano término en EU.
Un segundo punto de conflicto es la política monetaria del mundo rico, en particular la perspectiva de que los bancos centrales pudieran empezar pronto a imprimir moneda para comprar bonos gubernamentales. El dólar ha caído, en tanto los mercados financieros esperan que la Reserva Federal actúe con mayor rapidez y audacia. El euro se ha ido por las nubes, cosa que los funcionarios del Banco Central Europeo no ven con gran entusiasmo. A los ojos de China (y, sotto voce, a los de muchos otros gobiernos de mercados emergentes), la emisión de moneda crea una gruesa distorsión de la economía mundial mientras los inversionistas corren hacia otras partes, en especial economías emergentes, en busca de mayores rendimientos.
Una tercera zona de enfrentamiento proviene de la forma en que los países en desarrollo responden a esos flujos de capital. Más que dejar subir sus tipos de cambio, muchos gobiernos han intervenido para comprar divisas extranjeras, o han aplicado gravámenes al ingreso de capitales foráneos. Brasil anunció en fecha reciente que había duplicado un impuesto a las compras de su deuda doméstica por extranjeros. Esta semana Tailandia anunció una nueva retención de 15% a extranjeros que inviertan en sus bonos.
Mejor echar bravatas que pelear
Por ahora, estas escaramuzas no llegan a ser una verdadera guerra de divisas. Muchas de las "armas" parecen menos amenazadoras si se inspeccionan de cerca. Los controles al flujo de capitales son modestos. En el mundo rico, sólo Japón ha recurrido en fechas recientes a la intervención de divisas, y hasta ahora sólo una vez. Tampoco existe mucho riesgo de un descenso inminente hacia las represalias comerciales. Incluso en EU, con un poco de suerte la aplicación de aranceles contra China aún está distante, tanto porque la carga sobre las divisas es más leve de lo que parece como porque aún tendría que ser aprobada por el Senado o promulgada por Barack Obama.
Aun así, no hay espacio para la complacencia. La guerra falsa actual podría convertirse con rapidez en verdadera. Es probable que las condiciones que impulsan la divergencia de políticas económicas –en particular, el accidentado crecimiento en el mundo rico– persistan durante años. Conforme la austeridad fiscal siente sus reales, se elevará el atractivo de usar una divisa más barata como fuente de demanda, y aumentará la presión sobre los políticos para tratar a China como chivo expiatorio. Y si el flujo de capital extranjero se intensifica, las naciones en desarrollo se podrían ver forzadas a elegir entre perder competitividad, aplicar controles en verdad draconianos al capital o permitir que sus economías se sobrecalienten.
Lo que se necesita que ocurra es bastante claro. Es necesario un nuevo equilibrio de la demanda global, que la aleje de las endeudadas economías ricas y la acerque a un gasto mayor en el mundo emergente. Las reformas estructurales para aumentar el gasto en esas economías superavitarias ayudarían, pero también es necesario que se aprecien sus tipos de cambio reales. Y, sí, el yuan chino avanza con demasiada lentitud, lo cual no sólo lesiona a Occidente sino también a otros países emergentes (en especial los que tienen tipos de cambio flotantes) e incluso a la misma China, que necesita derivar mayor crecimiento del consumo doméstico.
También está claro que no será un proceso exento de dolores. China tiene razón en preocuparse por la inestabilidad si los trabajadores de las compañías exportadoras pierden sus empleos. E incluso las elecciones razonables –como la mezcla de austeridad fiscal y política monetaria flexible en los países ricos– tendrán un impacto incómodo en las pequeñas economías emergentes abiertas, bajo la forma de flujos de capital inconvenientes. Esta inundación de capital será menos devastadora para ellos que el daño que sufrirían si Occidente descendiera hacia la deflación y el estancamiento, pero de todos modos puede causar problemas.
Seúl, una oportunidad
Todo esto demanda un enfoque multilateral, en el cual instituciones como el FMI y el G-20 forjen consensos entre las grandes economías. El problema es que hasta ahora la ruta multilateral ha creado poco. De ahí el coro que convoca a una línea diferente de ataque, la cual se enfoca en mostrar mayor severidad hacia China, ya sea mediante controles de capital en represalia (por ejemplo, no permitir compras chinas de bonos del Tesoro de EU) o sanciones comerciales. Y no se trata sólo de las tradicionales sospechas proteccionistas: incluso algunos partidarios del libre comercio consideran que la violencia económica es la única forma de sacudir a China de esa obstinación que le causa daño (y detener una reacción proteccionista más extendida).
The Economist no está convencido. Estas amenazas parecen más bien alardes imposibles de poner en práctica (¿cómo se puede evitar que China compre bonos, la mercancía más comerciada en los mercados financieros mundiales?) o peligrosas provocaciones. Confrontado con un ultimátum comercial, Pekín podría concluir que tiene menor costo político tomar represalias en especie contra EU. Así es como empiezan las guerras comerciales.
De cualquier modo, enfocarse en EU y China es no entender la verdadera naturaleza del problema. Las guerras de divisas tienen algo más que una víctima y un villano. Más bien hay que redoblar los esfuerzos multilaterales tras bambalinas, en especial sumando a las economías emergentes lesionadas por la política de China. Brasil y otros apenas comienzan a expresar su sentir.
Corea del Sur será anfitriona de la reunión del G-20 en noviembre. Hay que usar a Seúl como punto de partida, no para crear un nuevo Acuerdo Plaza (las tensiones de hoy son demasiado complejas para acordar un gran tratado de paz como el que forjaron con gran esfuerzo sólo cinco países en Nueva York, en 1985), sino como forma de clarificar el debate y mantener la presión. Recibirá menos titulares en los diarios, pero ésta es una guerra que se debe evitar, no desencadenarla.
Fuente: La Jornada


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