Jorge A. Chávez Presa
Pocas economías tuvieron que sortear simultáneamente cuatro perturbaciones o choques como los que enfrentó la economía mexicana en el 2009. Estas perturbaciones fueron: el colapso de los mercados financieros internacionales, que produjo una de las recesiones más largas en los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial; los estragos del virus A/H1N1 que impusieron un paro a las actividades productivas y dañando el turismo; una de las peores sequías que afectó a la población rural en varias zonas pobres del país, y el colapso de la producción petrolera por el agotamiento de Cantarell, que sumado al desplome de los precios internacionales del petróleo, dejó al gobierno con menos instrumentos para hacer frente a la caída de la demanda agregada.
En 2010 habrá que remontar la pérdida de empleos formales, que de acuerdo con los registros del IMSS fue de 390 mil a noviembre de 2009 al compararse con el máximo alcanzado en octubre de 2009, y que se agudizó en la industria de transformación. A ello contribuyó el desempeño de las exportaciones manufactureras que, de enero a octubre de 2009, mostró una caída de 22.7% frente a lo registrado en el mismo período de 2008.
Dos opciones están a la mano del quehacer político: continuar con el modelo, que no es modelo, basado tanto en el conformismo del status quo económico del que usufructúan los intereses políticos y privados de este país, como en la inercia de los vientos que sopla la globalización, en especial los que vienen de la economía estadounidense, nuestro motor fuera de borda; o emprender la construcción del motor interno del crecimiento económico que impulse el desarrollo nacional.
Este impasse, donde los grupos de interés no ceden a falta de una propuesta donde todos ganemos, no sólo ellos, está desgastando al pacto social, el cual ya no es garantía de movilidad y mucho menos de ofrecer expectativas de desarrollo individual. Una nueva alianza con las fuerzas productivas del país, que va más allá de las cúpulas de sus organizaciones, pasa por hacer creíble la competencia económica. El modelo de extracción de rentas a expensas de los consumidores y de las micro, pequeñas y medianas empresas que requieren de acceso al crédito a costos financieros razonables, energéticos y servicios de telecomunicaciones a precios competitivos, y de transporte seguro y más barato, por citar sólo algunos casos, está ahogando las posibilidades de un crecimiento económico generalizado. A esto habrá que sumarle la confusión de papeles entre los gobiernos federal, estatal y municipal, que no han podido diseñar un mejor modelo de división del trabajo para concentrarse en cómo servir mejor al ciudadano de a pie, y con ello facilitarle su vida productiva y social.
En la coyuntura el riesgo a evitar durante el 2010 es el de una apreciación del tipo de cambio, por lo que una política monetaria restrictiva no será lo más recomendable en la primera mitad del año. De lo contrario se aniquilaría la fuente más importante para reactivar la economía, que es el de las exportaciones. Asimismo deberá buscarse la agilización del ejercicio del gasto público, en especial el de infraestructura, por pequeño que sea su impulso. De igual manera la banca de desarrollo tendrá que emplearse a fondo con creatividad para contrarrestar los incentivos de la banca a no prestar a micro, pequeñas y medianas empresas y a reactivar el crédito hipotecario que permita reducir el déficit de viviendas.
En cuanto a impulsar un crecimiento más vigoroso y de mayor alcance, habrá que esperar qué puede negociar el ejecutivo federal con el Congreso de la Unión y los gobernadores para que la capacidad de pago del gobierno mejore como resultado de un incremento en los ingresos tributarios recurrentes que se originen de una base más amplia de contribuyentes. No sólo habrá que compensar la reducción de los ingresos no recurrentes por el desplome de la producción petrolera, sino también asegurar que se pueden sostener adecuadamente las funciones gubernamentales básicas de los tres órdenes de gobierno.
La discusión de fondo sobre la reforma de la hacienda pública es para reestablecer la capacidad de hacer del Estado mexicano para impulsar el crecimiento económico y la creación de empleos; la finalidad no es expoliar a los contribuyentes cautivos, como tampoco es banalizar la oferta de bienes y servicios públicos, y mucho menos trivializar la importancia que tiene atraer profesionales con talento, vocación y mística de servicio público.
En lo que se refiere al sector energético, el ejecutivo federal y el Congreso tendrán que emplearse a fondo, para que no parezca que la medida de política energética más importante que se haya adoptado en los últimos 17 años no sea la extinción de Luz y Fuerza del Centro. Abrir un frente de batalla por el aumento de 3 centavos al precio de la gasolina, de la cual importamos cuatro de cada diez litros que consumimos, posiblemente sea la mejor ruta para seguir con las reformas posibles y no para crear un ambiente de para procesar los cambios necesarios. Hagamos del 2010 un año de oportunidad para las próximas generaciones, ésta será la mejor forma de celebrar nuestro Bicentenario.
Fuente: El universal
Pocas economías tuvieron que sortear simultáneamente cuatro perturbaciones o choques como los que enfrentó la economía mexicana en el 2009. Estas perturbaciones fueron: el colapso de los mercados financieros internacionales, que produjo una de las recesiones más largas en los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial; los estragos del virus A/H1N1 que impusieron un paro a las actividades productivas y dañando el turismo; una de las peores sequías que afectó a la población rural en varias zonas pobres del país, y el colapso de la producción petrolera por el agotamiento de Cantarell, que sumado al desplome de los precios internacionales del petróleo, dejó al gobierno con menos instrumentos para hacer frente a la caída de la demanda agregada.
En 2010 habrá que remontar la pérdida de empleos formales, que de acuerdo con los registros del IMSS fue de 390 mil a noviembre de 2009 al compararse con el máximo alcanzado en octubre de 2009, y que se agudizó en la industria de transformación. A ello contribuyó el desempeño de las exportaciones manufactureras que, de enero a octubre de 2009, mostró una caída de 22.7% frente a lo registrado en el mismo período de 2008.
Dos opciones están a la mano del quehacer político: continuar con el modelo, que no es modelo, basado tanto en el conformismo del status quo económico del que usufructúan los intereses políticos y privados de este país, como en la inercia de los vientos que sopla la globalización, en especial los que vienen de la economía estadounidense, nuestro motor fuera de borda; o emprender la construcción del motor interno del crecimiento económico que impulse el desarrollo nacional.
Este impasse, donde los grupos de interés no ceden a falta de una propuesta donde todos ganemos, no sólo ellos, está desgastando al pacto social, el cual ya no es garantía de movilidad y mucho menos de ofrecer expectativas de desarrollo individual. Una nueva alianza con las fuerzas productivas del país, que va más allá de las cúpulas de sus organizaciones, pasa por hacer creíble la competencia económica. El modelo de extracción de rentas a expensas de los consumidores y de las micro, pequeñas y medianas empresas que requieren de acceso al crédito a costos financieros razonables, energéticos y servicios de telecomunicaciones a precios competitivos, y de transporte seguro y más barato, por citar sólo algunos casos, está ahogando las posibilidades de un crecimiento económico generalizado. A esto habrá que sumarle la confusión de papeles entre los gobiernos federal, estatal y municipal, que no han podido diseñar un mejor modelo de división del trabajo para concentrarse en cómo servir mejor al ciudadano de a pie, y con ello facilitarle su vida productiva y social.
En la coyuntura el riesgo a evitar durante el 2010 es el de una apreciación del tipo de cambio, por lo que una política monetaria restrictiva no será lo más recomendable en la primera mitad del año. De lo contrario se aniquilaría la fuente más importante para reactivar la economía, que es el de las exportaciones. Asimismo deberá buscarse la agilización del ejercicio del gasto público, en especial el de infraestructura, por pequeño que sea su impulso. De igual manera la banca de desarrollo tendrá que emplearse a fondo con creatividad para contrarrestar los incentivos de la banca a no prestar a micro, pequeñas y medianas empresas y a reactivar el crédito hipotecario que permita reducir el déficit de viviendas.
En cuanto a impulsar un crecimiento más vigoroso y de mayor alcance, habrá que esperar qué puede negociar el ejecutivo federal con el Congreso de la Unión y los gobernadores para que la capacidad de pago del gobierno mejore como resultado de un incremento en los ingresos tributarios recurrentes que se originen de una base más amplia de contribuyentes. No sólo habrá que compensar la reducción de los ingresos no recurrentes por el desplome de la producción petrolera, sino también asegurar que se pueden sostener adecuadamente las funciones gubernamentales básicas de los tres órdenes de gobierno.
La discusión de fondo sobre la reforma de la hacienda pública es para reestablecer la capacidad de hacer del Estado mexicano para impulsar el crecimiento económico y la creación de empleos; la finalidad no es expoliar a los contribuyentes cautivos, como tampoco es banalizar la oferta de bienes y servicios públicos, y mucho menos trivializar la importancia que tiene atraer profesionales con talento, vocación y mística de servicio público.
En lo que se refiere al sector energético, el ejecutivo federal y el Congreso tendrán que emplearse a fondo, para que no parezca que la medida de política energética más importante que se haya adoptado en los últimos 17 años no sea la extinción de Luz y Fuerza del Centro. Abrir un frente de batalla por el aumento de 3 centavos al precio de la gasolina, de la cual importamos cuatro de cada diez litros que consumimos, posiblemente sea la mejor ruta para seguir con las reformas posibles y no para crear un ambiente de para procesar los cambios necesarios. Hagamos del 2010 un año de oportunidad para las próximas generaciones, ésta será la mejor forma de celebrar nuestro Bicentenario.
Fuente: El universal
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