sábado, 30 de enero de 2010

DECRECER

Guillermo Knochenhauer
Las condiciones medioambientales exigen propuestas sólidas para intentar salvar el planeta. Cada vez hay mayor coincidencia en que la causa central del deterioro, es la idea de que el crecimiento económico debe ser el eje del progreso y por lo tanto, que se vale perseguirlo sin miramientos éticos ni ambientales. Ese modelo ha predominado durante dos siglos, pero el hecho de que ya sea insostenible en los límites físicos del planeta subraya la urgencia de cambiar paradigmas.
Va ganando terreno una corriente de pensamiento multidisciplinaria que propone decrecer, opuesta al crecimiento económico como finalidad central encuadrada en un sistema de valoración monetaria que mercantiliza todas las esferas de la vida.
Como corriente teórica nació en Francia y ya se extiende a otros países como México gracias a que en Cuernavaca vivió Iván Illich, uno de los teóricos fundamentales de la idea de que es imposible perseguir un crecimiento infinito en un mundo finito.
Esa imposibilidad se debe a que el consumo y la generación de desechos superaron la capacidad de carga del planeta desde finales de la década de 1980. En 2003, según índices de la Huella Ecológica, el consumo y los desechos humanos habían superado en un 25 por ciento la capacidad de regeneración planetaria. En eso consiste el mundo imposible: la humanidad vive como si tuviera disponibles 1.2 planetas.
Raúl Olmedo, doctor en filosofía y profesor de carrera de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, escribió y compiló ensayos de otros autores que la Universidad publicó bajo el título ¿Crecer o decrecer? Se trata de una selección de documentos importantes a favor del decrecimiento, que entre otras cosas proponen redefinir los conceptos de riqueza y valor mercantiles introduciendo en las relaciones económicas criterios como los de equidad, responsabilidad y conservación ambiental.
La propuesta es que la economía sólo es un medio y que el incremento de la producción y del consumo no debe ser su objetivo central. Se trata de volver a situar como objetivo central el cuidado y la preservación de la vida humana y del planeta.
Ese cambio de paradigmas supone toda una revolución cultural para oponer el altruismo al egoísmo, la cooperación a la competencia, la vida social al consumismo, lo local a lo global, la calidad a la cantidad, la solidaridad y responsabilidad al individualismo.
Esos valores están vigentes en varias organizaciones sociales en México. En Morelos, Puebla, Guerrero y seguramente en varios estados más de la República, se han organizado movimientos campesinos que tratan de hacer de la economía un medio al servicio de las personas y que han establecido sólidas relaciones de cooperación.
En Morelos está por cumplir 40 años una organización conocida en el nororiente del estado como Grupo Campo (Coordinadora Agropecuaria Morelense de Productores Organizados). Empezó como una caja de ahorro y hoy integra 17 empresas rurales que prestan servicios a las actividades agropecuarias alrededor del municipio de Yecapixtla. Su filosofía es el cooperativismo para conseguir un desarrollo regional, no sólo el de sus asociados, en armonía con la naturaleza.
La propuesta en Guerrero es el combate a la pobreza y a la inseguridad alimentaria con una estrategia de doble finalidad: erradicar el hambre en el estado y asegurar la sustentabilidad de los recursos naturales.
En la mixteca poblana y oaxaqueña también se demuestra la capacidad de los pueblos y comunidades para afrontar sus situaciones locales y regionales mediante la cooperación social. Ahí trabaja desde hace 29 años una asociación civil llamada Alternativas y Procesos de Participación Social que dirige el doctor Raúl Hernández Garciadiego. Más de 1100 jefes de familia campesinas han adecuado sus actividades agrícolas (y ahora agroindustriales) a las condiciones ambientales y más de 200 mil indígenas han colaborado en el aumento de la disponibilidad de agua en esa región semiárida.
Eso es decrecer: producir con eficiencia social antes que mercantil y en materia de energía, reducir su consumo, lo cual implica cambios en los estilos de vida, en los modelos industriales, agrícolas y de transporte.
“El problema, dice Giorgio Mosangini en el capítulo 5 del libro de Olmedo, no es la oferta sino la demanda. Poner el centro de la atención en la sustitución de la energía fósil por energías alternativas (sean o no renovables) es una solución que responde a la ideología y a la lógica del crecimiento. La lógica del decrecimiento se centra en la reducción del consumo de energía”.
knochenhauer@prodigy.net.mx

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